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jesús nicolás
Domingo, 9 de enero 2022, 00:58
La vio decenas de veces pasar por delante de la ventanilla de su vagón en sus viajes a las fiestas de Maeztu. El destino le puso en Aberasturi cuando este técnico en maquinaria agrícola acudió a cerrar la venta de su primer tractor. Pero Javier ... Izarra nunca imaginó que esa estación del trenico sería un día su casa. Este es solo un ejemplo de cinco de las 20 paradas del ferrocarril vasco-navarro que ahora son bellos chalés rurales. Otras seis desaparecieron víctimas del olvido, cuatro están abandonadas y las restantes hoy sirven a nuevos usos: un museo, un ayuntamiento, un colegio, un centro de menores, un albergue y un txoko.
La morada de Izarra, sin ir más lejos, todavía conserva no solo esa estética ecléctica característica de estas paradas, también ese mítico cartel en azulejo con el nombre de la población. Incluso las farolas historicistas, «solo le falta el reloj. Es el mismo que tiene la estación de Vitoria, pero he buscado en todas partes y no hay manera de encontrarlo».
Apenas algunos mínimos detalles han cambiado. Hoy donde los pasajeros esperaban, se ubica un amplio porche acristalado para compartir comidas en familia con un mural de los frondosos bosques de Ayala donde este vecino de Artziniega nació. Nada que ver con cuando se la compró en 1982. «Entraban chavales a jugar a la bodega, que solía estar inundada. Su antiguo propietario la tenía abandonada. Me costó mucho convencerlo para que me la vendiera», recuerda.
Las estaciones del vasco-navarro resucitan así y sus nuevos propietarios les dan nuevos usos cada vez más diversos. Uno de los casos más paradigmáticos es el de Maeztu. Su antigua estación hoy es el Ayuntamiento. «La cedimos durante 25 años al Gobierno vasco para que instalaran allí Mendikoi. Antes de acabar, decidieron llevárselo a Arkaute. Nos vino bien, el ayuntamiento antiguo se nos había quedado pequeño y entonces empezábamos a instalar internet y ordenadores. Nos los dieron entero y reformado», recuerda el entonces alcalde de Arraia-Maeztu, Ángel Marcos.
El actual primer edil y presidente de la cuadrilla de Montaña Alavesa, Anartz Gorrotxategi, se acuerda bien de cuando estaba abandonada. «Entraban los niños a jugar a los pisos. A los más altos, las viviendas de los operarios, ni siquiera se podía acceder. Era muy peligroso». Hoy se enorgullece de haber estado en el equipo que dio un impulso a la vía verde con el centro de interpretación de Antoñana. Mientras la estación y la subestación eléctrica fueron reconvertidas en viviendas, el apeadero y el almacén, cedidos por la Diputación, son hoy sendos espacios museísticos. «Euskotren nos cedió tres vagones, uno de ellos es una recreación del trenico». Actualmente se encuentran en la segunda fase del proyecto. «Queremos abrir un pequeño espacio para hostelería junto al de alquiler de bicicletas. Una zona para descansar y tomar algo. A finales de este año esperamos poder ejecutarlo», anuncia.
Caso curioso es el de Trocóniz. «Un matrimonio la compró al vasco-navarro. Hizo una obra para intentar convertirla en residencia de ancianos. No pudo y la hizo vivienda, pero sus hijos no la querían». Fue entonces cuando el profesor José Antonio Pagalday, intentó hacerse con ella. «Barajamos otros sitios como Foronda para poner la escuela» y hoy lo que fue estación alberga las oficinas de la Geroa Waldorf Eskola, un colegio concertado de Primaria y Secundaria. «La mujer también había sido maestra y le pareció muy buena idea. Al principio nos la alquilaron y luego la compramos».
No obstante, no todas las estaciones corrieron similar fortuna. En Álava la estación de Santa Cruz de Campezo, tras varios intentos por reconvertirla en un hotel o albergue, «un vecino retiró una viga de madera y, por la falta de sujección, el edificio, ya ruinoso, colapsó. Murió por desidia», sentencia Javier Suso, experto en el 'trenico' e hijo del administrador de bienes del Estado, Ángel Suso, encargado de su liquidación.
Fresnedo también pereció ante la pica. «Tengo una añoranza de aquella casa. No teníamos luz ni agua, había que bajar al río a por ella y con la nieve nos quedábamos incomunicados, pero era preciosa», recuerda Lucía Larrión. Allí vivió con sus padres -ambos guardabarreras- y su hermano desde los 4 a los 10 años. «Guardo un recuerdo precioso de aquellos años. Hasta venían los Reyes en tren a traernos los regalos. Luego nos fuimos a vivir a la estación de Campezo».
La de Laminoria también desapareció una vez perdió su funcionalidad como cargadero de la mina y una expansión de la explotación hizo necesario su derribo. «Solo queda la boca del túnel», explica Suso. Ya en la Llanada, Ullíbarri también cayó al suelo en los años 90. Antes incluso fue objeto de expolio. «Me enteré de que algunos vecinos del pueblo usaron parte de los materiales para construir una presa para riego en un monte cercano», relata el experto.
Las hay incluso que, pese a ser reformadas, perdieron su nueva utilidad. En Otazu, los vecinos denuncian el abandono de su estación, en propiedad del Ayuntamiento de Vitoria. «Solían venir familias a hospedarse, pero hace diez años que está abandonada. Han entrado ya varias veces a robar y los Bomberos han tenido que tapiar los accesos con tablas», cuenta la presidenta de la Junta administrativa del pueblo, Nieves Quintana.
En la capital alavesa, el trazado del ferrocarril continúa cristalizado en el mapa con edificios que hoy están a primera línea de calle y antes eran el patio trasero que daba a las vías. Hoy el único edificio que sigue en pie es el de automotores de Olárizu que corre serie riesgo de derrumbe.
En el tramo que se dirige a Gipuzkoa, el estado pinta un poco mejor. En Durana, la primitiva estación es hoy un edificio que albergaba el asador Eguzkilore y espera a alguien que retome el negocio. La de Retana es una preciosa casa con jardín. Por contra, la de Urbina está en un estado ruinoso, al igual que la de Villarreal. La última parada antes de salir del territorio, la de Landa, fue reformada y hoy alberga un txoko.
Estos últimos años muchas estaciones han podido resurgir de sus ruinas al albor de la vía verde. Algunas están a la espera de conocer cual será su futuro, a priori, más próspero. Es el caso de las de Atauri y Erentxun. Ambas conseguirán esquivar la pica con la entrada de dinero público.
La de Atauri lleva abandonada desde el desmantelamiento del tren. Hoy luce con buena parte de la cubierta venida abajo y sus muros cubiertos de maleza. Su actual propietario, el Ayuntamiento de Arraia-Maeztu, quiere reconvertirla en una parada de descanso para los viandantes que recorran la ruta del trenico.
«Queremos mantener el edificio original tal cual era», explica el alcalde Anartz Gorrotxategi. Solo que en lugar de pasajeros habrán turistas. «Requiere de una subvención alta. Estamos redactando el proyecto, pero el objetivo es que sea un local de acogida a los visitantes tanto de la vía verde como de la mina Santa Lucía». Un espacio «diáfano» con «servicio de restauración» y «vestuarios para la gente que vaya a hacer escalada». Para esto habrá todavía que esperar a 2023.
En el caso de Erentxun quizá haya que aguardar un poco más. Allí el año pasado la Junta administrativa invirtió en la consolidación de la estructura, del tejado y en retirar toda la vegetación. Ahora esta parada está a la espera de que se decida un nuevo uso.
Lo que avanza más rápido es la conclusión de la vía verde. La Diputación aprobó el mes pasado la adquisición de dos nuevas parcelas de 908 y 1.504 metros cuadrados en Urbina. «El objetivo es recuperar el trazado original y evitar situaciones de riesgos para los usuarios», explica la institución foral.
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