Hay que huir echando leches de la peste y de otros asuntos bubónicos; también de los jueces y jurados de turno pertinentes o impertinentes. Y si las circunstancias de la vida te bendicen, con más razón de los abogados. No te pierdes nada, ahorras tiempo, ... dinero y salud. La equidad rara vez florece aunque una de las partes disponga de clamorosa razón. Someterse al arbitrio ajeno por muy legal e institucionalizado que resulte, si no es peligroso, deviene como mínimo en audaz. Estas cosas tienen siempre su aquél. Lo sabía perfectamente Ignacio Díaz Olano (1860-1937) en la madurez de su trayectoria profesional. No queda otra que aceptar la tiranía de los resultados si a ellos se invoca. Asimismo cuando concurría a las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes con un tropel de colegas que llegaba casi al millar de participantes en cada una de sus convocatorias con carácter bienal o trienal. No obstante, tampoco le fueron del todo muy mal dadas al gran maestro vitoriano en estas incursiones.

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Logró con `La vuelta de la Romería´ en la edición de 1904 su último reconocimiento oficial: la condecoración de Comendador ordinario de la Orden de Alfonso XII que compartió con firmas tan prestigiosas como las de Cecilio Plá, Rusiñol, Martínez Abades o Luis Graner, tal como nos recuerda Bernardino de Pantorba como autoridad máxima en su enciclopédico libro de las Exposiciones Nacionales. Como Comendadores de número, entre otros, figuraron Pinazo, Morera, Urgell y Garnelo. Y por delante, todo un pelotón de pintores con medallas de primera, segunda y tercera clase, además de las menciones honoríficas. Por cierto; en el escalafón tercero y vinculado con la provincia, Antonio Ortiz Echagüe. En la sección de escultura recibió mención honorífica el alavés de Lanciego Lorenzo Fernández de Viana.

Con mucha ilusión, Díaz Olano venía de obtener en las convocatorias anteriores de 1899 y 1901 medallas de segunda clase con `Agosto´ y `La trilla en Álava´, respectivamente. Auténticos frisos en lienzo a pie de terruño sobre la recogida de la mies y la siega inspirados en el enclave de Estarrona. Quedaba más distanciada en el tiempo su tercera medalla de 1895 con `Las planchadoras´ durante su estancia transalpina en Roma. Todas éstas aquí enunciadas fueron sus competencias oficiales en las Exposiciones de Madrid desde 1890 hasta 1917, con la ausencia de 1908.

La laboriosidad y preparativos del pintor vitoriano para estas Nacionales resultaba encomiable, pues pergeñaba sus envíos hasta los últimos detalles compositivos con meses o incluso años de antelación. En la primera monografía dedicada a Díaz Olano (Fundación Vital Kutxa, 2001) ya recogimos que las líneas maestras de 'La vuelta de la romería´ -fechada en 1903- estaban perfectamente definidas en noviembre de 1901. Así la descripción tan pormenorizada que recuperamos sobre este cuadro del texto publicado entonces por Manuel Feliú en `La Libertad´. Ya había sustituido don Ignacio los estíos en el altozano de Estarrona por la villa costera de Motrico renovando así los motivos pictóricos. Desde 1900 hasta el fin de sus días.

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En Motrico realizó un programa pictórico muy ambicioso: del puerto y su dársena con bucólicos paisajes muy recortados de la misma costa guipuzcoana tomados desde el Cantábrico a plena luz y otras vistas nocturnas; con minucioso detallismo trató las casas y edificios blasonados con sus barcas y aperos de pesca situados calle abajo; plasmó jubilosos bautizos familiares y también se adentró mas al interior ofreciendo vistas montañosas y paisajes de bosque y frondas, y un modo de vida baserritarra, además de arrantzale. Casi todo preferentemente con modelos femeninos. Espléndidas mozas remendando redes, cuidando rebaños, huertas y gallineros, atendiendo labores duras de labranza o en las fábricas de salazón, o vendiendo y transportando pescado, así de todo un poco.

Y los motivos festivos, ora devotos, ora lúdicos como son las romerías. Cumplidos los preceptos religiosos con el santo o la santa del lugar, se procede a dar rienda suelta a la algarabía popular durante el resto de la jornada. Es la felicidad de una comunidad hermanada en la fiesta patronal al declinar ya el día, que es lo que nos retrata Díaz Olano. Con descriptivismo, aplicación cabal y cuidada ambientación realista-lumínica con un dibujo fundamental como articulador. Un costumbrismo etnográfico el de esta `Vuelta de la romería del Calvario´ (208 x 308 cm,) que con sus diferentes puntos de fuga y otros movimientos zigzagueantes de personajes termina confluyendo toda la escena de esta alegre comandita con sus rosquillas bendecidas delante de los ojos del espectador.

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Hábitos y costumbres de una vida rural que cuenta con otros testimonios muy dignos y pulcros en la pintura de entresiglos; póster coherente de un realismo placentero nada incómodo con la impresión de una arcadia feliz. Particularidades culturales de una geografía concreta con sus gentes, su mundo y sus creencias. En clave positiva y armoniosa. Comportamientos colectivos encomiables. Sanos. Sin trastienda. Todo a la luz del día, ya en una atardecida. El amable optimismo de Ignacio Díaz Olano.

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