Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
En sus años de primera juventud, pues todavía es un sesentón muy vitalista, Pablo Milicua militabaconsigo mismo en un grupo universitario pomposamente adscrito a un estilo bautizado como barroco psicodélico. Ese era también el hilarante nombre del colectivo. En aquellos momentos de realizaciones 'pop' y ... surrealizantes nada ordinarias, se hallaban ya los gérmenes que servirían para articular asociaciones formales inesperadas, sorprendentes en sus manipulaciones y juegos visuales, un poco gamberras también, nos imaginamos conociendo al personaje y su trayectoria creativa.
Gustó pronto de plasmar ideas y conceptos a partir de objetos, útiles y materiales de desecho y derribo; abandonados y olvidados. Piezas de diferente pelaje, textura y estructura que encontrados en cualquier sitio y de cualquier manera -en bazares de 'todo a cien', en basureros y demás almacenes de desperdicios urbanos, junto con otras piezas compradas o regaladas y así iba a transformarlas posteriormente Milicua como buen alquimista en otra cosa. Insuflándolas de posibilidades expresivas más renovadas. Con otras energías más divertidas en sus nuevas manipulaciones y reinterpretaciones. Como si estos objetos una vez reciclados, ya resucitados, fueran 'Mutantes en el Paraíso'.
Pablo Milicua. 'Milicua Museum'
Lugar: Centro Cultural Montehermoso. Antiguo Depósito de Aguas. Fray Zacarías Martínez, 2.
Lugar: Hasta cuándo: 1 de octubre.
Con sus efectismos suntuosos en la selección de objetos, irreverentemente clasificados y reordenados en otro orden y contexto, pero sin ningún tipo de agresividad ponzoñosa, más bien lo contrario, con una meditada ingenuidad muy a lo Cicciolina o mejor todavía a su exmarido Jeff Koons, nos ha transmitido siempre Milicua ese candor sobreactuado de actores como Johnny Depp o Robert Downey Jr. En el sentido de que pueden sorprenderte con sus travesuras, eso, en plan gracioso y cautivador, pero sin maldad alguna. Acaso con algunos aspavientos que rompen con los convencionalismos burgueses más pacatos. Pablo Milicua nos garantiza igualmente la aventura, es decir, nos invita a que nos aventuremos con él en sus deslumbrantes creaciones que son otros mundos que tienen sus leyes y sus perspectivas. Con la condición, ilusoria o no, de que nos los creamos como él mismo se los cree. No puede extrañarnos entonces que en un momento de su trayectoria mostrara aprecio por el Sombrerero Loco de 'Alicia en el País de las Maravillas'. Y otra vez volvemos, acaso, en cinematografía al barroquismo histriónico de Johnny Depp. Un juego de máscaras. De transformaciones en el plano visual. Otros mundos, mágicos o no.
Si en las famosas citas de Borges sobre la escritura, el escritor debe volverse anacrónico, ir contra el tiempo, y «la literatura no es otra cosa que un sueño dirigido» y «escribir es un modo de soñar, y uno tiene que tratar de soñar sinceramente», es decir creerse a pies juntillas sus sueños y ensoñaciones, en esta línea borgiana, las ideas, los sentimientos o los estados de ánimo han de transmitirse también de forma sencilla, de manera inteligible. O sea, sinceramente. Por eso, los guiños plásticos de Milicua, esa mirada risueña de adolescente que va cumpliendo años, son auténticos. Desconcertantes sí, sorpresivos, pero no arbitrarios.
Así son los sueños de Milicua; constelaciones limitadas en unos espacios plásticos entre la pintura y la escultura, y el collage, y los montajes cerámicos. Ordenado todo a su manera. Constelaciones magnéticas ensoñadas pero sin tiempo o fuera de él, atemporales. Sueños que rebrotan y se intensifican con la mirada del espectador como cuando se recorre este 'Milicua Museum' en el marco del antiguo Depósito de Aguas. Esta arquitectura situada precisamente también más allá del tiempo. Como una gran caja de resonancia que perdida ya su primigenia función encuentra otra utilidad más visionaria muy a lo Pablo Milicua.
En un libro breve, sencillo y de amena lectura, 'Roba como un artista' es su atractivo título, ya nos cuenta su autor Austin Kleon como «el artista es un coleccionista. No es un acumulador; hay una diferencia: los acumuladores coleccionan indiscriminadamente, los artistas lo hacen de forma selectiva. Solo coleccionan cosas que de verdad les gustan».
Por eso mismo, Milicua, en contra de lo que pudiera pensarse, no es indiscriminado en esta recolección de materiales, en esta cosecha, pues no disocia su voluntad de la razón y la imaginación. Le vale todo, le sirve todo lo que es significativo y relevante para él. Todo es premeditado, todo lo surreal y simbólico que se quiera, pero las satisfacciones son enteramente particulares, por lo tanto muy reales, o sea, muy concretas: improvisadas algunas, quizá, pero autobiográficas. Son autorretratos.
Con esta prolija selección de obras y un número imposible de piezas por contar procedentes de distintas épocas nos revela el autor esos diálogos envolventes, disolventes igualmente, por qué no, acerca de los perfiles de su proteica personalidad. Con este 'Milicua Museum' se resarce de alguna manera cuando el propio artista pronunció en voz alta hace ya más de un cuarto siglo -queresucitamos ahora en plan irónico- que no le importaría para nada tener una sala propia en el Museo Guggenheim de su ciudad natal.
Es Pablo Milicua un artista, a su manera, pleno durante las veinticuatro horas del día. Un ojo avizor, ágil de mente raudo a capturar la sorpresa con cualquier objeto encontrado y recuperado.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.