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Jorge Barbó
Lunes, 5 de febrero 2018, 00:13
Desafiando al frío, con sus txapelas bien caladas, los pañuelos anudados, el vestido de neska, con los bastones de madera de avellano en ristre, cientos de voces templaron ayer la gélida tarde del corazón de Vitoria al ritmo del ‘Santa Águeda, gure martiri ... maitea’ en honor a la santa mártir, en una de las tradiciones más entrañables de todas cuantas hunden sus raíces por estos pagos.
Al compás del ¡bat, bi, hiru! seguido de un fuerte golpe en el suelo, una veintena de corales encararon una ronda por la ciudad. Una de las más numerosas, con medio centenar de miembros, entre voces tambores, txistus y tritixas fue la de la Escuela Municipal de Música, que partió de su sede, la Musiketxea, en la calle San Antonio, para enfilar San Prudencio para continuar por Fueros, girar por Independencia hacia la plaza Celedones de Oro y, de allí, a la plaza de España, alcanzar Arca y regresar, de nuevo por San Prudencio, hasta el punto de partida una hora larga más tarde.
Cuentan los que peinan canas que hace décadas eran los quintos, los zagales que iban a empezar el servicio militar, los que se encargaban de oficiar la cantarina kalejira en honor a Santa Águeda y, a cambio, el personal les ofrecía una buena merienda. Hoy los que tratan de mantener viva esta entrañable tradición no son cuadrillas de muchachos: la mayoría son coros escolares y agrupaciones de mayores que, a cambio de sus canciones, con sus voces perfectamente empastadas, piden un pequeño donativo. También la parte de la merienda se mantiene fiel a la tradición: la tarde terminó, entre pan y pan, con rico chorizo.
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