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«Tenía la escultura terminada el 31de diciembre», en el albergue de temporeros donde le dejaron las dos piedras el mes anterior. «Entre la pandemia y demás, he estado esperando a poder ponerla», en el denominado Parque Ribereño de Salvatierra. Fue el mes pasado cuando ... finalmente la grúa pudo instalar su 'Mantis'. «Me he inspirado en este insecto, aunque la gente pueda interpretar otra cosa. Son dos piezas de unos mil kilos, superpuestas. Quien quiera empatizar, empatizará. Yo no pretendo llegar a todo el mundo: cuando expones, te expones a ti mismo», sentencia el autor de trabajos que tienen más relación con la figura humana, otras que pertenecen más al ámbito de la geometría o el símbolo.
Es una síntesis que «forma parte de los momentos anímicos que he estado viviendo. A veces me he puesto a improvisar, sin los bocetos de otras ocasiones. Es el impulso de hacer cosas, a través del cual puedo ser más cuadriculado o hacer cosas más redondas, me dejo llevar», comenta quien defiende que «el arte es libre».
El origen. Una colaboración entre el autor y el Ayuntamiento de Salvatierra, que ha aportado la piedra, el taller o la ubicación, en el Parque Ribereño de la localidad.
El autor. Rubén Callejo Fernández, nacido en Vitoria el 3 de marzo de hace 55 años. Ha sido txalapartari, para después tallar madera y, más adelante, esculpir en piedra.
La escultura. 'Mantis' está inspirada en las formas del insecto. Se compone de dos piezas de piedra, cada una con un peso de mil kilos.
Aunque no totalmente. De primeras, está el contacto con los materiales, previo a esculpir. «Antes, intento empatizar con la piedra. Siempre digo que hay que pedir permiso cuando vas a intervenir un material que es natural. No me pertenece y quiero entablar una relación sana, de respeto, porque hay que saber apreciar lo que nos da la naturaleza», señala este vitoriano que lleva ya más de dos décadas enamorado del entorno de su localidad de residencia. Desde su labor como txalapartari -grabó en 'Lezao' de Tomás San Miguel, por ejemplo- se embarcó en el viaje de tallar madera y, después, llegó la escultura en piedra. .
«A la hora de trabajar hay un viaje y en ese tránsito te puedes emocionar, cabrearte, según tu estado anímico. Intento hacer las cosas lo mejor posible, aunque creo que trabajo más con el corazón que con la cabeza», explica el escultor, cuya labor no es su medio de vida. «Tengo que arañar tiempo de mi ocio, porque no puedo dedicarme totalmente a lo que me gusta, no soy un privilegiado para poder vivir de ello», lamenta.
proyecto
Matiza también que «más que el reconocimiento o el dinero, me gustaría que mi trabajo perdurara en el tiempo», incluso con el anonimato asociado a los creadores de la antigüedad. «Sus obras siguen siendo referentes y, para mí, un espejo donde mirarme», razona Callejo.
También lo son las dos piezas que ubicó en el Parque Ribereño de Agurain hace cinco años. «Es muy complicado conseguir trabajos a través de las instituciones, incluso para gente con más trayectoria. Yo intento hacer trueques: las piedras eran del Ayuntamiento, propuse trabajarlas y que se me cediese un espacio donde mostrar las obras», relata el creador, que se confiesa «agradecido, aunque no haya una contrapartida económica»,
Lo mismo sucede con la nueva incorporación, en medio de las anteriores. A 25 metros de cada una. «Me parece interesante poner esculturas en el paseo, a la orilla del río. Pero lo mínimo sería poder cubrir gastos», pese a que «lo mío es una cuestión de pasión». Vamos, que crear una ruta artística para la localidad no le suponga abonar un peaje.
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