Los mil rostros de la pintura
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Un espacio comisariado por un comité de expertos para mostrar el trabajo de nuestros creadores silenciado por la pandemiaUna mirada expresionista es, frente al realismo pictórico, algo así como una realidad aumentada. El artista mantiene elementos de la naturaleza o lo cotidiano, pero los transforma para potenciar un arte que puede llegar a doler, impactar, golpear, sorprender o hasta repeler la mirada de ... según qué espectador. Lo diferente, no hay duda, descoloca.
Como en el caso de unos espectadores que entran en una galería de Vitoria y se ven rodeados por la pintura de Gustavo AdolfoAlmarcha. Desde los lienzos no hay miradas frontales de personajes retratados, ni perfiles griegos, vascos o de Facebook. No. Todas las cabezas muestran la nuca y, a veces, la espalda. Miran hacia el interior del cuadro, como en un viaje al otro lado de un portal cuántico. Inquietan, pero también son invitaciones a entrar en el cuadro y ponerse en ese punto de vista o apreciar la soledad del sujeto. Demuestran que, aún sin rostro ni mirada al observador, el lienzo puede ser espejo del alma.
Este proyecto, que fue frenado ya en el primer verano de pandemia por la dinámica de una economía que ha dejado a la ciudad sin salas privadas, es sólo una línea de creación. Del arte que se sale de las zonas de taller para invadir casi toda la vivienda de Almarcha, convertida, a su vez, en galería que se renueva a diario. Y lo cierto es que todos los días a este pintor la inspiración le sorpende trabajando. «No me puedo imaginar no haciéndolo, nio siendo otra persona. Está en mi esencia», subraya mientras su mirada se dirige a un gran óleo colgado en su salón.
«Mi padre fue vanguardista en su época, y cultivó diferentes estilos», esboza el artista, que tiene a la vista más de un ejemplo. Y guardadas en carpetas, auténticas delicias que reflejan el talento paterno. No era inevitable, pero sí probable que el niño entrara en el taller que había en la casa familiar, cogiera pinceles y jugara a ser pintor .
«Todos los niños pueden dibujar. Luego, dejan de hacerlo y no saben», reflexiona quien apostó por continuar, «estudiar e ir mejorando». Cuando se formaba «me sacaban a la pizarra para que vieran los demás cómo se hacían los bodegones», recuerda quien no tenía reparos en terminar los trabajos de otros con menos talento o ganas. Pero el ojo entrenado del profesor veía aquellos trazos delatores de este pintor nato.
Aunque maneja con soltura tanto los lápices como la acuarela y. a veces, emplea acrílicos para hacer fondos, el medio de Almarcha es el óleo. Ahí tiende a ser matérico, aunque la actual coyuntura –con ventas contadísimas– le lleva a dosificarse más con la pintura. Y a hacer rondas por esa 'milla verde' en la que caben los milagros artísticos, pero también la necesidad de pintar encima de algunos cuadros, de sumar nuevas caras al milenario panteón.
En todo el proceso influyen también otros matices. Gustavo Almarcha admite que sigue sin lograr ponerse de acuerdo con el caprichoso señor óleo y sus tiempos de secado, mientras suena Leonard Cohen o música clásica en su taller. A sus 68 años, y con una trayectoria tan amplia como personal, «he tenido períodos abstractos, e incluso conceptuales». Pero lo existencial, cuestiones como qué hay, qué será de uno o si merece la pena seguir suelen estar presentes. Como cuando pone a un siniestro tipo alienado ante unos opresores edificios, como bloques. «Trato de dar sensación de sufrimiento, con cierto humor negro», cincela. Ahí está ese contraste entre la juventud y una calavera, como una moderna vanitas. «Hoy no veo vanguardia, parece que a uno le quitan el horizonte», reflexiona.
Una de sus citas más inmediatas será en octubre en el espacio ZAS Kultur, que acogerá no sólo la obra de Almarcha, sino ese retrato fílmico que se titula 'Buruak', del personal realizador Aitor López de Aberásturi. Antes, habrá que esperar a que el óleo se vaya secando.
El trabajo de Gustavo Almarcha no te deja indiferente. Almarcha habita y vive en la pintura. Sus retratos muestran lo infrahumano. Las caras y cuerpos que pinta son mutilados, los exagera, los deforma. Su trabajo lo forman rostros desencajados pintados de manera gestual. El horror, la angustia, el miedo y la desazón lo llena todo, no hay espacio para la amabilidad. Un trabajo el de Gustavo que, una vez que lo ves, ya no lo puedes olvidar.
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