Un romancero a medio camino

Nuria Espert sigue logrando que el público conecte con ella, insuflando pasión en cada verso. Los años le han otorgado una bella fragilidad que nos hace recibir los poemas desde un lugar vulnerable y delicado, similar al de la abuela que comparte historias con sus nietos. Los matices que da, así como la intensidad y la emoción encandilan a los espectadores.

La escenografía recrea un patio de butacas, tratando de ensalzar así el concepto teatral en escena. No obstante, el resultado es que se encajona bastante a la actriz, privando a la pieza de respirar, de fluir con cierto movimiento escénico. La iluminación resulta acertada y marca los cambios emocionales pero el campo sonoro se queda en terreno seguro, siendo algo insípido. Nos encontramos con una dirección muy estática y previsible que no suelta la potencialidad de los versos en el escenario. Una de las cosas más difíciles del teatro es crear intimidad y esta pieza pedía rumiar una puesta en escena que ayudara a alcanzarla. Nos encontramos con una producción que llega al público gracias al talento de una actriz que se entrega plenamente pero que a nivel de dirección se queda a medias.