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Piscinas, terrazas, paseos, playa o campo. O vacaciones. En todo caso, con el verano, el vitoriano multiplica su tiempo fuera del hogar. Sana costumbre que, sin embargo, aprovechan en su propio beneficio las bandas especializadas en asaltar pisos. Entre junio y septiembre es el ... momento álgido. Y la capital vasca es un objetivo marcado en rojo. Ya han comenzado a reventar viviendas. La semana pasada se inició la primera gran oleada, con varios asaltos entre el jueves y el viernes. Ayer se registraron dos. «Pronto habrá más», coinciden los agentes consultados por este periódico.
«Asaltos en domicilios hay todo el año, generalmente a cargo de gente domiciliada aquí o en provincias limítrofes», dicen. Son robos al 'resbalón' (básicamente, mover el pestillo con un trozo de plástico reforzado), burdas fracturas del bombín o incluso entradas por las ventanas (en patios interiores o en viviendas unifamiliares). Este 2018 se aprecia un preocupante repunte. Durante el primer trimestre del año, entre Policía Local y Ertzaintza recibieron 146 denuncias, un 58% más. Un asalto cada 15 horas.
3-4 días pasan estas bandas de media en Vitoria.
Bandas de Europa del Este Residen en la costa mediterránea. De las casas se llevan dinero y joyas, lo demás lo desechan
Muy precavidos Se desprenden del botín al pisar la calle, así evitan que les envíen a prisión si les capturan
Ese promedio «se incrementará a lo largo de este verano», vuelven a convenir efectivos de la Policía autonómica y de la Guardia urbana. Estas oleadas pueden traducirse en la tramitación de hasta 4 ó 5 denuncias cada día. El récord del verano pasado se fijó a mediados de agosto. Nada menos que cuarenta robos en una semana. A casi seis diarios. Pero lejos aún del tope histórico en el término municipal, las 19 denuncias en 24 horas que se registraron en junio de 2016 y que dejaron a la ciudad presa de la psicosis. «Aquello fue lo nunca visto», recuerdan.
Pero, ¿quién anda detrás de estas avalanchas de asaltos? La respuesta de los expertos es unánime. «Son bandas del Este». Delincuentes habituales, la mayoría oriundos de Georgia y Rumanía, afincados en otras provincias españolas, sobre todo las situadas en la costa mediterránea. En estas fechas enfilan al Norte. «Están unos días aquí, luego pasan a Bilbao, Santander, Logroño, Cantabria...». Se alojan generalmente en hoteles pequeños. A veces hasta alquilan un piso, al que sólo regresan para recuperar fuerzas. Es raro que pasen más de cinco días en la misma plaza. «Así minimizan las posibilidades de arresto», comparten ertzainas y policías locales.
Roban de día y la mayoría usa los famosos testigos de plástico transparente para saber si una casa está ocupada o no. Se trata de pequeños objetos que meten en la junta de las puertas. Si al día siguiente siguen en su sitio, entran. También hay grupos que van «a pelo». Llaman al portero automático. Si nadie contesta, suben, fuerzan la cerradura y «en menos de diez minutos» limpian la vivienda. Buscan dinero y joyas. No quieren ordenadores ni móviles porque dejan rastro. Se pueden geolocalizar.
La táctica de 'llegar y entrar' es la preferida, por ejemplo, de las ladronas italo-croatas, un grupo femenino afincado en Levante que se mueve en autobús de línea. Sus maridos se quedan con los niños mientras ellas desvalijan viviendas. Hace cuatro años de la primera vez que las detectaron en Euskadi. La Ertzaintza tiene fichadas a una veintena. Tienen buenos abogados, algunos de reconocido prestigio en el ámbito penal. Generalmente pasan una noche en el calabozo y, al día siguiente, el juzgado de guardia las pone en libertad con cargos.
Esa puerta giratoria, incomprensible para el ciudadano, responde a que «hablamos de profesionales que vienen con la 'lección' bien aprendida». Conocen el Código Penal y los protocolos policiales al dedillo. Saben qué hacer en cada momento y que si cumplen unas reglas básicas jamás pisarán la prisión de Álava. Aún así, los policías consultados animan a llamar al 112 o al 092 si el ciudadano «ve o nota algo raro en su edificio».
¿Cómo actúan? «No suelen hacer más de un piso por portal», ilustran agentes consultados. Actúan en tríos o en parejas. Uno se queda en la calle. El vigía. Avisa si atisba algo sospechoso. Los otros le entregan el botín nada más pisar la acera. Él, o ella, se encarga de ponerlo a buen recaudo. A veces lo deja en un coche aparcado en la zona, lo esconde o -sospechan medios policiales- lo entrega a algún contacto que puedan tener en la ciudad. La recompensa por su 'trabajo' les llegará al volver a casa.
Esta minuciosidad es su salvoconducto. «Es raro que se guarden algo. Así sólo se les encuentran las herramientas para reventar la puerta; ganzúas o destornilladores. Como mucho, se les acusa de un asalto y a las horas recobran la libertad. A los dos años, cuando toca el juicio. Rara vez aparecen», se sinceran los policías especializados.
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