![Rioja Alavesa y Jaén se dan la mano](https://s1.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/202109/24/media/vendimia-009.jpg)
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jesús nicolás
Domingo, 26 de septiembre 2021, 03:49
Rioja Alavesa se encuentra resguardada a los pies de una gran cordillera, secreto de la exclusividad de sus vinos. Algo parecido sucede en el Alto Guadalquivir. Pese a estar a 700 kilómetros de distancia, los paisajes guardan semejanzas. Si la Sierra de Cantabria hace las ... delicias de las bodegas vascas dotándolas de un clima y un carácter inmejorable para su uva, la Sierra de Cazorla guarda a su abrigo una inmensa campiña salpicada de olivos que esconde los mejores aceites del país. Las manos que cuidan ambos tesoros en algunos casos son las mismas. De Quesada (Jaén) son la grupo formado por Jesús Alcalá, César Esteban, Álex López, Francisco López, Juan Antonio Jordán, Blas Rodríguez, Iván Úbeda, Juan Antonio Bayona y Jose María Martínez. Todos ellos, desplazados a la vendimia, cuando miran por la ventana de su albergue en la bodega Luis Cañas observan la similitud, pero no pueden evitar sentir la añoranza del 'calor' de su tierra y su hogar.
ELCORREO les ha acompañado en uno de los primeros días de esta recogida de la uva en el sur de territorio histórico que espera recolectar 82 millones de kilos (7 más que el año pasado) y para la que se han desplazado cerca de 2.500 temporeros.
Después de un café y unas magdalenas a las ocho de la mañana con los informativos de fondo, los diez jienenses se calzan las botas para iniciar una extenuante jornada. El jefe de campo, Rubén Jiménez, lo tiene todo planeado. Hoy toca vendimiar 14 parcelas y recoger unos 10.000 kilos. Una pequeña parte de las 388 hectáreas que controla Luis Cañas en trono a Villabuena de Álava.
Una vez montados en la furgoneta, los diez desembarcan en una de las viñas más preciadas de la bodega ubicada en el lugar de Rioja Alavesa que concentra la mayor cantidad de cepas antiguas de la cuadrilla. Allí están las uvas empleadas para los 'gran reserva', pero no toca recogerlas. Todavía habrá que esperar una semana a que terminen de madurar. Con los capazos al hombro, toca rebuscar entre las hileras la uva blanca que, una vez fermentada, se convertirá en el blanco joven distintivo de la bodega y que en febrero de 2021 estará ya en los estantes de las tiendas, supermercados y vinotecas.
Por delante queda un mes de mucho empeño para llevar al sur un jornal del que las familias de estos humildes temporeros depende. «Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, decidme en el alma quién, quién levantó los olivos. Andaluces de Jaén, no los levantó la nada, ni el dinero ni el señor, sino la tierra callada, el trabajo y el sudor». Con esa sobriedad homenajeó Miguel Hernández el esfuerzo de los abuelos de estos temporeros. Quien sabe si algo parecido podría haber escrito el poeta si su esposa en lugar de vecina de Quesada hubiera sido alavesa y si en vez de rodeado de olivos hubiera compartido vida entre viñas.
2500 temporeros se calcula que se desplazarán a Rioja Alavesa para emprender la recogida de la uva en las cerca de 300 bodegas que hay en la cuadrilla
82 millones de kilos de uva calcula la Casa del Vino de Laguardia que las bodegas de Rioja Alavesa esperan recoger durante esta temporada de vendimia.
Jesús Alcalá fue el pequeño de ocho hermanos. Desde que su padre quedó inválido en un accidente con 25 años su madre tuvo que tirar junto a los hijos más mayores del carro de la familia.
Con 16 años, Jesús se marchó a trabajar a la construcción levantando chalés y bungalows de playa en los destinos más paradisíacos de la Costa Blanca alicantina desde Altea a La Nucía.
Su hermano mayor se quedó allí, pero él con el estallido de la burbuja inmobiliaria tuvo que rehacer las maletas de vuelta a Quesada. Así es como empezó de temporero y ya lleva diez vendimia a las espaldas, la mayoría en la bodega de Luis Cañas. Unos viajes que ha complementado con otras estancias en Francia o incluso en la recogida de la manzana en Girona. Tampoco falla, como el resto de vecinos del pueblo, a la campaña de la aceituna en diciembre.
Todavía se acuerda de cuando el covid casi lo deja confinado en la bodega. Había venido a la poda. «Nos marchamos solo dos días antes. En mayo pudimos volver después de hacernos dos PCR».
Pese a que está lejos de sus 'peques', Lucia y Francisco, de 4 y 6 años, agradece el apoyo y la buena sintonía con sus compañeros de bodega.
«Preferiría estar en la playa», comenta entre carcajadas Álex López. Este verano no ha disfrutado tanto de los finos arenales de La Manga, San Juan de los Terreros y Mojácar. El segundo más joven del grupo lleva ya ocho años en la vendimia, cuatro de ellos en Francia, dos en Navarra y los dos restantes en Rioja Alavesa.
Álex refleja la viva imagen del drama del paro en Andalucía. Con una tasa del 24% en la provincia de Jaén, muchos jóvenes se lanzaban a la vendimia como recurso para salir de la precariedad, pero «cada vez hay menos gente dispuesta a venir. Prefieren quedarse cerca de casa». Y aunque alguna vez ha convencido a algún amigo para que le acompañe, «el único que me acompañaba, encontró trabajo y ya no ha vuelto».
Como el resto, también está pluriempleado. «Suelo hacer trabajos puntuales de arreglos en carreteras». Y en su faceta de temporero, compagina la uva con la aceituna. Una campaña que, dice, «es más dura». «Tienes que ir montado en un tractor. Es un trabajo mucho más físico. Te obliga a ir dando varazos al ritmo que te exige una máquina. Cansa mucho más». Pero todo esfuerzo es poco con tal lograr su próximo objetivo. «Me quiero comprar una casa en Quesada», desea el joven.
Con más de 30 años portando capazos a la espalda, Blas Rodríguez es el más veterano de los diez de Quesada. Con apenas 11 años se marchó de temporero a Las Mesas (Cuenca). Toda una vida dedicada a mantener a su familia a flote en la siempre difícil distancia.
Pero no siempre fue así. Su pasión era su puesto como oficial de obra. «Ojalá pudiera volver a dedicarme a la obra, me encantaba. Antes se cobraba mucho más», recuerda.
Entonces sus veranos, en lugar de dedicarlos al ocio vacacional, los empleaba en la uva. Hoy, resignado, asume que esos buenos tiempos están lejos de volver. La crisis convirtió su actividad complementaria en su principal sustento.
Sus preocupaciones también han cambiado. Con cada racimo que corta, tiene muy en mente a sus hijas. «Hay que trabajar para que mis hijas estudien y no les pase como a mí. Quiero que puedan ejercer su profesión». Su hija mayor ya ha terminado ADE en la Universidad de Granada. Mientras estudia una oposición, echa un cable a su padre. «Está en Bodegas del Contino con su novio también vendimiando». Ahora le toca a su hija pequeña. «Quiere ser notaria», cuenta orgulloso.
César Esteban ha sido un luchador toda su vida. Su familia, originaria de Quesada, se mudó a San Vicente del Raspeig (Alicante) y allí se crió. Soñaba con pilotar aviones y ni siquiera la 'mili' le brindó la oportunidad de cumplir ese deseo. Trabajó en un taller de puertas y ventanas hasta que la crisis le apartó de su tierra de acogida. Volvió a la de sus ancestros y no le quedó más remedio que seguir los pasos de sus paisanos y tirarse al campo. Algo impensable en Alicante. «Allí preferían coger gente de fuera para pagarles menos».
Al principio empezó a hacer solo la temporada de la aceituna pero, «cada vez cogían menos gente y pagaban menos sueldo. No me llegaba». Así se decidió a migrar a la vendimia. Hace tan solo cuatro años que empezó. «Yo nunca he sido de campo». De hecho, reconoce que le costó a adaptarse. Por suerte, «tienes buenos compañeros y te ayudan a sufrir menos», cuenta.
Ahora que está plenamente acondicionado, complementa este jornal con trabajos de jardinería en el Ayuntamiento del pueblo. Para él la vendimia no deja de ser como una 'mili', pero «mucho menos exigente». Y pese a los bandazos en su vida, continúa mantenido su afición por los aviones, pero solo en maquetas.
Francisco López mantiene muy vivo el recuerdo de su primera vendimia. Tenía solo 13 años y se dirigía en un tren camino de Francia acompañado de su padre. En la frontera de Irún, «los gendarmes nos bajaban del tren y nos hacían sacar todo el equipaje. Recuerdo a mi padre con una maleta en cada mano y el pasaporte en la boca». Él sabía que con su edad no podía pasar para trabajar. «Mi padre les decía que íbamos de turismo».
Entonces era un momento muy tenso, hoy lo recuerda como una anécdota graciosa que siguió a sus viajes por Perpiñán, Burdeos hasta su última estancia en el país galo, en Toulouse en 2013. Para él ya son más de 30 años en la vendimia. Al principio, aprovechó para aprender panadería en un obrador. Un oficio que ya no practica, pues se encuentra plenamente empleado en compaginar la uva con la aceituna.
Curtido en mil recogidas, López no conoce lo que son unas vacaciones y espera ansioso que le caiga la lotería para jubilarse. Además, en su familia no es el único temporero. «Tengo una hija trabajando también en Galicia». Una situación que lamenta mucho. «Si viniera alguien a preguntarme le diría que si tiene medios y recursos intentara no dedicarse a esto».
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