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Un puente no es sólo una construcción que permite salvar un accidente geográfico. Es mucho más. Es un camino que une la casa de un vecino con la de otro, es la estructura que conecta pueblos, la que guía a los pereguinos, la que permite el comercio y el intercambio cultural y la que atestigua el avance de la ciencia y la tecnología de la época en la que fue diseñado. Son fundamentales para poder conectar la madeja de ríos, montes y caminos que constituyen una región. Son paisaje, historia y cultura. Y Álava, a través de ese río Zadorra que la vertebra y de sus afluentes, atesora un conjunto único de puentes, algunos excepcionales, otros singulares y todos hermosos, que van camino de ser protegidos contra las injerencias y barbaridades del hombre.
El Gobierno vasco, en su consejo del miércoles, declaró bien cultural calificado como conjunto monumental 88 puentes de la Cuenca del río Zadorra, construidos entre los siglos XV y XX, para protegerlos frente a futuras intervenciones y ponerlos en valor.
Las razones para elevarlos a esta categoría son muchas. Considerados de uno en uno tienen un valor estético sin duda, pero relativo. Los hay excepcionales, pero también los hay muy sencillos. Su importancia es el conjunto, la malla que forma y que vertebra el territorio.
Los de la cuenca del Zadorra tienen además una característica especial: pertenecen a la modalidad de arco de fábrica. «Es decir, se caracterizan casi en exclusividad por soportar esfuerzos de comprensión, lo que restringe los materiales a utilizar en su construcción a la piedra, el ladrillo y el hormigón en masas», tal y como los describen los técnicos del Departamento de Cultura y Política Lingüística en el informe que explica la relevancia de esta red de viaductos, que consideran una de las más ricas de su estilo en toda Euskadi. «Representan la cultura y el arte de una época histórica», sentencian.
No existe en el País Vasco un conjunto monumental con tantos puentes. El bien cultural con más elementos es el Camino de Santiago que incluye 45 viaductos, entre otras obras de interés. En el paisaje industrial del río Lea se protegen cerca de 20 puentes. El Zadorra se lleva la palma en número.
Hay dos cuestiones singulares que destaca Imanol Agote, director de Patrimonio Cultural del Ejecutivo de Lakua. «Por una parte, la importancia que tienen los puentes en la percepción del territorio, como elementos que dan singularidad y carácter al paisaje. Por otro, el hecho de que sean testimonio de flujos, de comunicación, de relación en el territorio, esto es, de su propia historia».
En este sentido, el protagonismo del conjunto monumental en hechos de relevancia internacional como la Batalla de Vitoria es bien conocido. El control de puentes como los de Trespuentes, Momario, Abetxuko o Gamarra, decidió el signo de la derrota francesa.
A partir de ahora, estas joyas del patrimonio cultural protegido dependen en cuanto a su conservación de la Diputación Foral. Al Gobierno vasco le atañe lo que hace referencia a su puesta en valor a través del 1% cultural. Las dos instituciones se reparten también la acciones de protección. El Gobierno vasco establece las actuaciones permitidas y prohibidas. Corresponde a las diputaciones forales autorizar las obras que son acordes al régimen de protección establecido.
Los puentes, construidos entre los siglos XV al XX, pertenecen a los terrenos de 15 ayuntamientos diferentes. Allí están los de Armiñón en la ruta del otrora Camino de Postas de Madrid a Francia o los de Víllodas y Trespuentes, durante años considerados de origen romano pero pergeñados en la Edad Media, o el malogrado de Abetxuko, que perderá en breve sus laterales por mor de un plan antirriadas.
Pero en la lista hay decenas de viaductos más, con sus bóvedas de arcos de fábrica, tímpanos, pilas, estribos, espolones, muros, aletas, manguardias y calzadas y pretiles. Han sido fotografiados hasta la saciedad los de Audikana, Ozaeta, Urrunaga, Durana o Berantevilla, pero hay otros muchos, quizá menos fotogénicos, pero que también dan sentido a este conjunto ahora protegido como los de Salvatierra, Puente Alto, Yurre, Mendoza, Arkaia, Mendíbil o Markínez.
La razón de que ahora se protejan puentes que han aguantado los embates de los siglos y de sucesivas reconstrucciones y arreglos estriba en la necesidad de hacer compatible su papel de testigos de la historia con los planes de carreteras de la Diputación alavesa y otras obras previstas por los ayuntamientos. «Ellos tiene que garantizar la seguridad y las comunicaciones, pero nosotros ahora les decimos que se puede hacer preservando los valores estéticos, históricos y culturales de los puentes», agrega. «No podemos plantearnos el futuro negando nuestro origen, se trata en definitiva de proteger la memoria común», incide Agote.
Porque los pueblos no tienen relevancia sólo por los castillos, iglesias o casas palaciegas de siglos pasado que conserven. También por sus campos de cultivo, por los bosques que conservan, por las sendas que los atravesaron durante siglos y por sus viaductos. «A partir de ellos también sabemos de dónde venimos», indica.
Agote señala algunos de puentes llegan a ser incluso identitarios. Y señala en este sentido el de Brooklyn, el Tower Bridge de Londres, el de Los Suspiros de Venecia, el Colgante de Portugalete, el romano de Alcántara.... Los del cauce del Zadorra en general no son monumentales por separado, lo son en conjunto. Ese tipo de infraestrucuturas de fábrica o piedra dejó de hacerse con la llegada del siglo XX y la segunda Revolución Industrial.
Patearlos todos lleva tiempo. El Zadorra, el río más caudaloso de Álava, recorre unos 66 kilómetros por el corazón del territorio. Nace cerca de Munain, entre la sierra de Entzia y los montes de Iturrieta, baña las tierras bajas de la Llanada y sigue hacie el este-oeste. Ahí pierde su antiguo trazado ya que confluye con el embalse de Ullibarri-Gamboa durante unos 17 kilómetros. Superado el pantano, tras la presa, recupera su trayectoria y sigue su rumbo hacia el suroeste. Bordea Vitoria, atraviesa las conchas de La Puebla de Arganzón y llega Armiñón. Poco después, cerca de Lacorzanilla, entrega sus aguas al Ebro. En su camino recibe agua por ambas márgenes de diferentes afluentes, entre ellos los ríos Barrundia, Santa Engracia, Zubialde-Zalla, Oca, Alegría o Ayuda.
Por cierto, la protección no será igual para todos estos puentes. Sólo el Puenteviejo de Armiñón será objeto de «preservación integral». Construido hacia el siglo XV, por su calzada han pasado peregrinos y diligencias durante siglos. Mide 83 metros, tiene seis arcos y cinco pilares y su conservación es tan buena que en el futuro hasta la reposición de los adoquines se mirará con lupa. Su estrucuctura y características son intocables.
Otros 34 serán merecedores de una protección media. Son singulares por su estética, su estructura, su solución constructiva, porque mantienen la función para la que se erigieron o por la historia. Se preservarán algunos de sus elementos.
Y el resto del conjunto lo constituyen puentes que han sido reconstruidos totalmente o en una parte elevada y aunque se hayan reutilizado materiales y se haya copiado la estructura original se ha borrado en ellos el rastro de la secuencia histórica, reza el texto del Gobierno vasco.
Se contemplan excepciones para intervenciones en puentes con riesgo de inundabilidad o que forman parte de planes de seguridad vial. Y se hace un listado de elementos discordantes, como vallas biondas, vigas de hierro, tuberías de PVC, cableado eléctrico, canalizaciones y voladizos, que deben ir despareciendo con el tiempo de estos bellos testigos de la historia.
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Jon Garay y Gonzalo de las Heras (gráficos)
Lucía Palacios | Madrid
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