La historia familiar de Maruja contiene todos los ingredientes del drama sin una mínima concesión, siquiera, al género teatral de la tragicomedia. Cada nuevo dato que ayer aportaba esta mujer de 88 años a quien la dictadura franquista no le permitió ejercer de la niña ... que un día fue ahonda la angustia, la tristeza, el abatimiento, la desesperanza, el desánimo y el desamparo. Tantas palabras con el prefijo ‘des’ que siempre representa la cara oculta de la luna, el reverso de todo, la cruz de la moneda. Su madre, Columba, estuvo encarcelada como tantas otras porque al régimen franquista le asustaban el pensamiento libre, la valentía y la conciencia personal.
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Maruja y sus hermanos acudieron una de aquellas mañanas amargas de hace ocho décadas a visitarla al Sagrado Corazón, presidio femenino durante la Guerra Civil, y allí les comunicaron que mamá no estaba. Desaparecida desde septiembre del 36, sus descendientes la suponen hecha huesos en la cuneta de alguna carretera camino de Laguardia. A su marido, el padre de la protagonista hace unas horas en el descubrimiento del monolito entre Manuel Iradier y Fueros, lo fusilaron los insurrectos en armas tras purgar barrotes en la cárcel de la calle La Paz, aquel colmo sarcástico de Vitoria.
Tres huérfanos separados por decreto y a la fuerza, como si sus cortas vidas entonces no hubiesen padecido lo de varias reencarnaciones. En el homenaje de ayer Maruja, crecida en el hospicio, destiló recuerdos en carne viva porque no es posible cicatrizar todo aquello. La jerarquía católica -me refiero a quienes mandaban en la Iglesia- actuó de manera cómplice con la dictadura de Franco y cedió instalaciones, tal que las del céntrico colegio, para recluir a las disidentes. Mujeres sometidas a tareas humillantes, a la degradación social y al escarnio público. Gentes de biografías amputadas mucho antes del tiempo prudentemente convenido y cuyas desapariciones marcaron con hierro candente el alma de hijos sin risas ni juegos infantiles. Ojalá esta justicia tardía e insuficientemente reparadora arrope también a otras víctimas menos lejanas en el tiempo.
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