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Entiendo que repetirse como el ajo o la cebolla en el paladar horas después de consumirlos incita a pensar en alguien pelma con alevosía y ¿nocturnidad? Eso depende de la hora en la que se expresen los pensamientos de viva voz o por escrito. Pero ... también pueden entenderse tantas reiteraciones como un ejercicio de coherencia entre lo que farfulla uno dentro del coco y cuanto suelta a través del teclado. Si ya conocen al firmante de esta columna, elijan la opción que mejor les encaje. Sólo sé, e insisto en ello, que Vitoria -aparte del Anillo Verde, los naipes, la catedral de Santa María, la 'almendra' medieval, el amor al deporte y otras cuestiones orgullosas de patria chica- gasta fama justificada de capital de los debates recurrentes. O llámenlo volutas de humo que escalan a la atmósfera sin dejar otro rastro que el tufo del tabaco.
La modernidad y los anglicismos tradujeron del idioma de Shakespeare la perífrasis 'tormenta de ideas' que acá hemos rebajado, tantas veces, a 'chaparrón de ocurrencias'. Así andamos de edificios emblemáticos sin un contenido que echarse a las tripas desde los tiempos previos a la pandemia. ¿Recuerdan las discusiones estériles acerca de dónde exponer el legado del fotógrafo autóctono y universal Alberto Schommer? Así, a botepronto y en pasajes que me vienen a la memoria -como el museo de la pelota vasca o el Gasteiz Antzokia-, rememoro el imponente e inquietante caserón entre La Senda y el Paseo de la Música. ¿O iba allá algo relacionado con el vino? Luego la antigua gasolinera Goya de dos plantas y estilo modernista donde nuestros munícipes dudaban entre 'vender' la marca Mercedes o mostrar las imágenes del retratista local a medias con la oficina de Turismo. Ahora ahí sigue, como escaparate de las bondades alavesas en tamaño XXL y cerrada con tanta cal como canto lleva. Así que, entre ponte bien y estáte quieta, la obra de Schommer puede contemplarse en la sala foral Amárica.
A partir de aquí viene una enumeración de los retratos psicológicos que el artista alavés plasmó durante su fértil creación. A mi libre albedrío y en función de lo que me dijeron calladamente aquellos rostros la tarde que entré a verlos sin otra compañía que la chica encargada de velar por el recinto. Eso sí, anticipo que en esta época de lucha por la justa igualdad entre los sexos, la gran mayoría de las 78 obras corresponden a hombres. Entre las mujeres destacan Sara Baras, encantadora y comprensiva en la entrevista que le realicé por teléfono cuando el firmante de esta columna era un alevín de juntaletras; esa Lola Flores de la españolidad de rompe y rasga flanqueada por un torero y un futbolista, La Chunga en pose mística que también se aprecia en la iconografía casi religiosa de Salvador Dalí, Nuria Espert -tan diva de las tablas con razones-, Carmen Martín Gaite sin la boina charra que la inmortaliza como escultura en su Salamanca natal y la mirada penetrante de la soprano Ainhoa Arteta.
Pero también Antonio López, maestro del realismo pictórico, José Luis López Vázquez enterrado entre rollos de cine, Cela con su cara de mala leche y aspecto de comer niños, la cara y vasca de frente despejada y pelo encrespado de Chillida, las muecas histriónicas del provocador Terenci Moix o el dramaturgo Arrabal, la melena de Rafael Alberti mientras quizá rimaba versos salados, el galán eterno Paco Rabal que siempre recordará su majestuosa interpretación de Juncal, las ojeras fatalistas de Elías Querejeta, mi veneración al maestro Berlanga, el poeta Hierro comido por la lengua de las mariposas, la castellana reciedumbre de Delibes, la elegancia ¿impostada? de Antonio Gala, la imagen de César Manrique (mártir de su Lanzarote querido), Camarón de la Isla roto por dentro y fuera… Y humoristas como Forges con sus criaturas, Tip y Coll, el pesimismo en perspectiva de Máximo…
¿Que si merece la pena, o la dicha, recrearse en la obra de Schommer? Por supuesto que sí. Y más ahora que han dejado de marear su legado de aquí para allá.
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