El retrato y sus espejos: Julián de Zulueta
El sfumato ·
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El retrato como género artístico siempre ha resultado sospechoso. Origina bastantes recelos. En según qué épocas, y el momento actual quizá sea uno de los más desabridos pues se habla incluso de su fin -así el incisivo John Berger-, al retratista se le prejuzga inmediatamente ... como culpable. En su práctica artística se le acusa de venderse o con una apreciación algo más benévola de supeditarse acaso al mejor postor. De ahí los prejuicios existentes cuando se asoma al espejo de las actitudes narcisistas del cliente, a la promoción de determinados dominios de clase, incluso cuando pondera también las excelencias profesionales, intelectuales, cívicas o ciudadanas que engalanan a la persona efigiada merecidamente.
O sea; el retratista acentúa singularidades, y eso, para muchos, se trata de una cosa muy fea. Un privilegio de casta. Hablar de particularidades, y más si resultan preclaras y convincentes en su 'nominare', conlleva necesariamente asumir riesgos ante 'los iguales'. De ahí que se haya subestimado esta dedicación en la mayoría de las ocasiones por factores externos a la misma disciplina; el resplandor más intenso que acompaña al retrato reside precisamente en su dificultad de ejecución. En patentizar diálogos más allá de las posibles concreciones. No obstante, todo el mundo se atreve a opinar sobre los demás. Generalmente con mundana y superficial alegría. Así con el retrato.
Y esa es una de sus problemáticas, uno de sus retos, sin duda su principal función: sobrevolar la apariencia física -el parecido de la persona- para plasmar también el reflejo de otros resultados en relación con los valores emocionales y sicológicos del modelo que es objeto de interés. El retrato es, ante todo, una experiencia reflexiva. Interesa 'la persona', su fisonomía objetiva, pero igualmente, o más todavía, revelar 'su personalidad'.
En el contexto artístico de la cada vez afortunadamente menos vapuleada centuria del XIX, Federico de Madrazo fue un verdadero crack. El más insigne retratista. Con o sin odiosas comparaciones, el mejor de su especie. Un soberbio escaparatista en lo fisonómico, dúctil como elegante y meditado en su forma de pintar, con una poética que además cultivó enérgicamente con un infatigable trabajo a lo largo de una existencia casi octogenaria. Retratista tan sólido como sublime, nada azaroso había en su forma de trabajar sino una eficacia muy cohesionada.
Un estilo pictórico impecable de líneas y formas muy cuidadas, pero también de evocadoras palpitaciones con una materia cromática plena de matizaciones, de transiciones tan inteligentes como seductoras. Forma y fondo en los cuadros de Federico de Madrazo coexisten y se armonizan gracias a unos recursos compositivos, que son también lumínicos, de rotunda capacidad comunicativa. Un realismo eficiente con sus dosis bien administradas de idealismo. Así que Julián de Zulueta, uno de los hombres más pudientes y emprendedores de su tiempo, reclamara una suerte de inmortalidad a lo Dorian Grey con un retrato de ensueño a la mejor firma artística del panorama nacional.
Al arribo de sus casi 62 años, Julián de Zulueta posa en diciembre de 1875 en el taller madrileño de Madrazo. Dos años y medio después, en mayo de 1878, fallecería este potentado alavés natural de Anúcita en su mansión de La Habana, en Cuba, como consecuencia de las complicaciones derivadas de una mala caída con el caballo. De un total de trece sesiones constó la elaboración de este magnificente retrato, tal como se documenta con otras interesantes informaciones en la preciosa monografía -70 páginas- que acompaña al estudio de esta imagen de Zulueta, hasta hace un año prácticamente inédita incluso para los especialistas. Otro pequeño tesoro procedente de una colección privada que se incorpora definitivamente al patrimonio del Museo de Bellas Artes para solaz de todos los alaveses.
Los textos de Ana Arregui y de Cristina Armentia, con la batuta de Sara González de Aspuru, además de aproximarnos en sus detalles al retrato de Julián de Zulueta pintado por Madrazo, sirven para sustentar una amena y didáctica exposición de gabinete. Con la biografía del controvertido como interesante Marqués de Álava al modo de un simpar 'Ciudadano Kane' pero sin un misterioso Rosebud, que sepamos, detrás de su semblanza.
Persona, personaje y personalidad, contexto histórico, localizaciones y situaciones, reflejos y espejos diversos de una intensa realidad que supera cualquier connotación de epidermis. El retratado con su dicción y en su salsa, con sus requiebros y sus verdades para nada ocultas ni ocultadas.
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