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Hasta hace cuatro días, la hierba sólo se segaba allá arriba para mayo, poco antes de la romería. El resto del año, aquellas campas y aquel hermosísimo entorno en el que uno, a poco sensible que sea, puede sufrir un Stendhal de manual, permanecían solitarios, ... recogidos. Casi abandonados. Los jóvenes investigadores de la asociación Álava Medieval desembarcaron hace un par de años en el santuario de Estíbaliz para insuflarle vida. No lo tuvieron nada fácil. Sin embargo, en este tiempo han conseguido atraer a cada vez más visitantes, que han vuelto a descubrir la que quizás pase por la joya más rutilante, más valiosa, del románico alavés.
EL CORREO ha querido reconocer su ímproba labor, otorgándoles el premio 'Alaveses del mes'. Se lo tienen bien merecido. Ellos, tan jóvenes, se han revelado como los mayores guardianes de las esencias alavesas. Han sacudido de todo el tufillo a formol y a naftalina a las tradiciones de la provincia para centrarse en lo esencial: su valor cultural y su profunda raigambre en la sociedad. Un ejemplo. Hace dos años decidieron plantarle cara a tanta calabaza 'halloweenesca', a tanto esqueleto de plastiquete que empezaba a aflorar por estos lares para reivindicar el valor del Día de Todos los Santos. Se inventaron un festival, el Zakatumba, que pretendía recordar a los ritos y costumbres que rodeaban a la muerte en Álava. Les salió de miedo.
Y, sin embargo, su labor más visible hay que buscarla allá, en el santuario de Estíbaliz, donde los medievalistas emprendieron una revolución de bajos vuelos. El primer paso fue reabrir el bar, que llevaba un lustro con la persiana bajada. Lo acicalaron y sacaron lustre a la barra para que el Pater -así le pusieron- sirviera como punto de encuentro para vecinos de la zona y visitantes. Lo regentan ellos mismos, porque al equipo que integran los sesudos estudiosos Isabel Mellén, Gorka López de Muniain, Ander Gondra, Sandra Rodríguez y Mikel Escaleral no se le caen los anillos. Lo mismo tiran unas cañas con su dedito justo de espuma que te escarban en una pila de legajos. Igual te preparan un café con leche que descubren unas pinturas escondidas en una recóndita iglesia de un pueblito de La Llanada.
Y es que al mismo tiempo que le devolvían el latido al santuario, esta cuadrilla de eruditos del medievo ha proseguido con su valiosa labor investigadora. Entre sus hallazgos se encuentran unas misteriosas pinturas rojas en Arbulo o las inscripciones encontradas en la iglesia de Alaitza. También mantienen la pequeña editorial Sans Soleil, con la que han lanzado ediciones actualizadas como el 'Amorum Emblemata', de Otto Vaenious, o una cuidadísima versión de 'Cien visitas del Monte Fuji', de Katsushika Hokusai.
Y todo lo desarrollan, con bastante más voluntad que medios, en un espacio cedido por los monjes en el propio santuario. Se trata de una sala bastante espartana que exprimen hasta sacarle la última gota. Mueven unas estanterías y crean un espacio expositivo resultón. Despliegan unas sillas de tijera e improvisan un auditorio para una conferencia. Tienden unas alfombras sobre el suelo y montan un cuenta-cuentos infantil, en el que, como aquellos trovadores, encandilan a su público menudo con las viejas historias de la tradición de la provincia.
Su labor también ha sido reconocida por el público. Desde que llegaron a Estíbaliz, más de 7.000 personas se han acercado por allí, en buena parte atraídos por eventos rescatados del olvido como la Feria de los Desagravios que este año, para el día de la romería de la patrona -¿o se dice matrona?-, sirvió para dar una lección de lo que debe ser la divulgación de las tradiciones: popular, accesible, actualizada y fiel, a la vez, fiel a la historia. Como ellos.
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