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Hay declaraciones admonitorias en boca de la autoridad. Tanto celo por forrar todo de corrección política que acabaremos por respirar sólo hacia adentro con el fin de no herir sensibilidades. Ya podemos aprovisionarnos de cinta adhesiva para la mordaza propia, de tapones en los ... oídos que pongan sordina a desvíos verbales ajenos y de adquirir vendas compresoras que nos aten los brazos al cuerpo. «Tengo constancia de que se han entonado canciones que no tendrían que haberse cantado y eso, evidentemente, va a acarrear una sanción». No sé a ustedes, me figuro que generará la taurina división de opiniones, pero a quien esto firma le suena la frase larga a advertencia inquietante. La cita 0 parte de la concejala de Cultura, Estíbaliz Canto, y alude a ciertas letras bramadas por cuadrillas que no obtendrán el Nobel de Literatura ni el premio a las buenas formas y los mejores modales. Aunque dijo lo que dijo, horas después lo matizó, rectificó y rebajó el aviso a la condición de anécdota.
Incluso entiendo que parte de los contribuyentes vitorianos se oponga a la subvención municipal de 75.000 euros a blusas y neskas para que animen La Blanca. Desde luego que las txarangas que acompañan a encarnadores del uniforme festivo de ambos sexos sí alientan la alegría en las calles a comienzos de agosto. Todo es discutible, salvo la certeza temprana o tardía de una muerte que casi siempre llama con los nudillos antes de tiempo. Y tampoco arrimo la mano al fuego por la pureza de algunas letanías 'blusísticas'. Líbreme de ello el mismísimo Celedón. Pero un asunto censurable es arremeter contra cánticos inconvenientes y otra, sentir el hálito del triángulo divino en las cuerdas vocales. Semejante vigilancia me recuerda al ojo 'omni' (potente, presente…) del Gran Hermano que ideó el espíritu libre de George Orwell en su novela de ciencia-ficción '1984', título escrito tres décadas y media antes que anticipaba un futuro servil y acongojante.
Me imagino que esto es algo que bulle en la cabeza de muchos y pocos, en esta era del látex para forrar expresiones, se atreven a manifestar por la guillotina virtual del 'buenismo'. Relaciono, muy a mi pesar, la perforación mental de cuanto fabrican nuestras neuronas con la policía del pensamiento que otorga validez o lo contrario a las ideas ortodoxas o desviacionistas. Qué quieren que les diga. Como tituló Alejandro Sanz en uno de sus discos, «no es lo mismo» empujar a alguien que cometer un homicidio o tentar la (mala) suerte hasta concluir su vida. Que los cánticos (mal) entonados por algunas cuadrillas se merezcan las reprobaciones sociales, vale, pero de ahí a ponerles una grabadora coercitiva en la boca a cada instante va un trecho. Y no precisamente estrecho.
No será el autor de esta columna quien aplauda soniquetes antediluvianos o fuera de lugar por discriminaciones de todo tipo. Desde la orientación sexual hasta la raza, del estamento sociológico a las creencias religiosas o lo contrario. Allá cada cual con sus encomiendas siempre que respete al resto y la autoridad competente le permita respirar sin miedo a multas y/o abucheos públicos que guardan mayor relación con las correcciones asépticas que con la médula de los temas. De ahí que prefiera espontaneidades tolerables sin esparadrapos en la boca ni sogas adheridas el cuerpo que el 'cuidado con lo que dices' como estribillo que centrifuga en la cabeza. De seguir por esta línea limadora de ingenios (bien entendidos, ojo), inteligencias, síntomas de pensamientos autónomos e ironías acabaremos por hablar nada y oír menos. Llegaremos a la obligatoriedad de portar cerebros transparentes para que los cargos públicos conozcan al momento la calidad o inmundicia de nuestras ideas.
Partidario como me siento de respetar al prójimo y evitarle lesiones gratuitas repaso la lista de compromisos de las cuadrillas con el Ayuntamiento para poner la mano en forma de cazo receptor de dinero público. Nada de exhibiciones alcohólicas, estrofas sexistas y proclamas discriminatorias, menos de letras homófobas que invitaban a entrar a la rubia y de tildar de aquello al último. Ok. Firmo todo a pie de página. Pero he leído decálogos religiosos más cortos que este contrato festivo.
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