
Réquiem por la media veda
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ANÁLISIS ·
Las aves, en especial la codorniz, ya no se cobijan en las rastrojeras, porque hace tiempo que ya no hay ni unas ni otrasDurante décadas los antropólogos vienen debatiendo cuándo el hombre inició la caza como principal medio para obtener carne. Nadie es capaz de fijar un periodo con absoluta certeza. Sin embargo, hay una verdad incontestable. Más allá del Paleolítico, el ser humano tuvo que matar animales para alimentarse y perpetuar la especie. Así debió ser.
Los vientos del ayer trajeron nuevos tiempos. En el feudalismo conviene recordar que los nobles y reyes, guerreros y ociosos, se divertían abatiendo, con sus ballestas y flechas, a todo aquel bicho viviente que volaba y corría. En sus banquetes en palacios y bacanales daban buena cuenta de aquellas piezas asadas al amor de la lumbre cuyos efluvios se extendían por la regia estancia.
Bien entrado el siglo XX la caza se convirtió en sustento de las familias pobres y de diversión para los ricos. La época de oro se puede centrar en los años cincuenta, sesenta y setenta, donde se establecieron los cotos locales y privados, donde los ayuntamientos aliviaban con sus arrendamientos las arcas municipales. Las capturas eran innumerables y había especies y animales por doquier.
Hoy todo ha cambiado. Se ha dado un giro copernicano. El hombre con sus ansias de aprovechamiento ha convertido el campo en un secarral. A todo esto hay que unir una evidente transformación en la climatología, que algunos no han dudado en advertir que seguirá produciéndose. Muchos manantiales se han secado. Aquellos cuantiosos riachuelos que circundaban las orillas de los campos de labor han pasado a formar parte de la historia. Hay sed, mucha sed.
Estamos en el día de la apertura de la media veda. La especie reina es la codorniz. Un ave migratoria que venía a anidar en la primavera a lo largo y ancho de la piel de toro. En nuestro territorio era un ave que podías encontrar en los parajes más insólitos. Su caza se iniciaba al orto de sol, se hacía un receso al mediodía y se volvía cuando moría la tarde.
Las estimaciones para este 2022 son catastróficas. Las rastrojeras de las fincas, segadas a ras de tierra desde hace ya un tiempo y sin paja, echan fuego. No hay un animal que se pueda asentar en ellas como antes. Muchos alaveses se desplazan a los valles y parameras de Castilla y León. A cualquier cosechador que ha pasado con su máquina por miles de hectáreas, aquí o donde le toque, coincide en que «no se han visto cuatro codornices». ¿Ha llegado el momento de entonar un réquiem por la media veda?
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