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La visita de la Policía Local a los números pares de la Avenida de Olárizu para entregar las notificaciones de desalojo era un momento esperado tanto por los vecinos legítimos como por los ilegítimos. Las primeras patrullas llegaron a la zona a las 11. ... 30 y los agentes empezaron a llamar a las puertas de los inquilinos a mediodía. El proceso de identificación y entrega de los avisos se extendió durante más de dos horas. Julen, okupa de uno de los bloques más cercanos a la rotonda de Esmaltaciones, aceptó la noticia del desalojo con resignación al igual que otros compañeros.
«Llevo cuatro años en Vitoria y estuve un tiempo en el portal 16 hasta que hubo un incendio. En diciembre un asturiano me ofreció cambiar al piso en el que estaba ahora», explicaba tras ser identificado por la policía en su portal y recibir la notificación de desalojo. Como otros okupas, conocía de las intenciones del Ayuntamiento y sabía que este día llegaría. «Tengo cita con la asistenta social el lunes que viene para ver qué podemos hacer. Prefería dormir aquí que en el CMAS, pero ahora no sé dónde podré quedarme. Si no hay más remedio, habrá que marcharse», lamentaba. En la Avenida de Olárizu no dispone de agua ni electricidad, pero en los recursos municipales no podrá conservar al perro que adoptó hace dos meses. «Otros okupas tienen generadores para la luz, y antes cogíamos el agua en la gasolinera», señala.
«¿A dónde voy a ir? No hay nada que hacer y mi madre tampoco puede ayudarme. Acepté traficar para salir de la calle y terminé en la cárcel antes de volver aquí», explicaba otro hombre a una patrulla. Juan y Pedro, vecinos legítimos de la Avenida de Olárizu, celebraban que por fin empiecen a darse pasos para el desalojo. «Meten bocinazos, hacen ruido, hay peleas, si te asomas a la ventana te amenazan desde abajo... el lunes prendieron fuego y tenemos miedo», explican. Algunos residentes ilegales comparten sus quejas y admiten que, «desde que llegaron algunos liantes no podemos estar tranquilos aquí, y eso que, con arreglarlos un poco, los pisos están bien». Juan y Pedro han sido testigos de su degradación. «Han quitado canalones, ventanas, cambiado las puertas de aluminio por otras de hierro...», enumeraban ante los destartalados bloques de viviendas.
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