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Las máscaras estaban reservadas a los artistas. Ahora es al contrario, son los espectadores las que la llevan y ellos, los actores y los músicos los que han de portarla. Tras más de cuatro ominosos meses cogiendo polvo, el Principal volvió a la vida ... bajo estrictas medidas de seguridad y con la mitad de su aforo para un esperado bolo de Ruper Ordorika, suspendido al inicio de la pandemia. A distancia, el público se reencontró con su teatro.
La normativa fija el 60% (590 en este caso) la capacidad máxima para este tipo de recintos, pero al cifra incluye al personal y también a los artistas. Con todo, quedaron más butacas libres de la esperadas. De las 344 localidades que se sacaron a la venta -finalmente el segundo anfiteatro no se utilizó-, al cierre de la taquilla todavía quedaban 125 entradas sin vender.
Se había emplazado al público a llegar de forma escalonada al teatro. De hecho, sus puertas abrieron media hora antes del inicio del bolo. Sin embargo, pocos, muy pocos, fueron tan puntuales. La mayoría apuró hasta casi el timbre del primer aviso para el inicio de la actuación. «Estaba esperando regresar al teatro, de verdad. Este año me da mucha lástima que no se pueda hacer el Festival de Jazz». Blanca Quintana fue una de las primeras en ocupar su butaca, «más que con miedo, con un poco de intriga», reconocía.
No faltaron el alcalde, Gorka Urtaran, y la concejala de Cultura, Estíbaliz Canto. «Teníamos muchas ganas de volver porque ya era muy necesario reactivar la cultura», apuntó la directora del Principal, Marta Monfort. «Todo está preparado, con espacio entre las butacas, y también sectorizado. El teatro es uno de los sitios más seguros que pueda haber ahora mismo», remachó.
Poco a poco, el público fue franqueando las puertas, con muy pocas entradas impresas en papel, la mayoría en el móvil, sin programa de mano, con el guardarropa cerrado y con dosificadores de hidrogel a la entrada. Todos estuvieron guiados por 12 acomodadores (tres más de los habituales) que velaron porque los asistentes ocuparan su localidad asignada. Con una butaca vacía entre espectador y espectador, la imagen del patio de butacas resultaba inédita. Y también algo desangelada.
Entre tanta frialdad, en medio de esa atmósfera aséptica con aromas de hidrogel, el público recibió al bardo de Oñate con un cálido aplauso. «Amigos de Vitoria, aunque llevéis mascarilla os reconocemos. Os agradecemos mucho que estéis aquí en estas circunstancias», susurró Ordorika al inicio del que, seguro, fue uno de los conciertos más íntimos, asépticos y distantes que el cantante ha ofrecido a lo largo de su carrera.
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