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Cuesta ahora imaginar los 22 metros de desnivel que hace un par de siglos separaban pasado y –entonces– futuro de Vitoria. La solución que el arquitecto Justo Antonio de Olaguíbel esbozó para conectar las dos urbes, la construida sobre el Casco Medieval con el Ensanche decimonónico que asomaba a la capital hacia la era moderna, resulta ya inseparable de la postal vitoriana. Pero esa sucesión de espacios que discurren desde las escaleras de San Bartolomé –el punto más alto del mapa local– hasta la plaza de España supuso en su momento una propuesta «muy arriesgada» y al mismo tiempo «de extraordinaria brillantez». «Fue un proyecto definitivo para la ciudad», aseguran quienes ahora que se han cumplido 200 años de su fallecimiento, se mueven también entre planos, compases y programas informáticos de diseño impensables en la era del creador de Los Arquillos.
El encargo de salvar el desnivel de la colina medieval para fundar la ciudad neoclásica le llegó a Olaguíbel a punto de cumplir la treintena. El vitoriano, nacido en el seno de una familia de constructores en 1752, se había formado en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, donde fue «un alumno muy destacado, dibujaba como los ángeles», comenta el arquitecto Ramón Ruiz-Cuevas, coautor del libro ‘Olaguíbel’ y apasionado de su figura. Allí, en una ciudad levantada precisamente a diferentes alturas y en plena liberalización de la profesión en el siglo de las luces, se empapó de «lo que se estaba haciendo en las grandes capitales y lo trajo a Vitoria, ésa fue su gran donación», apunta Carlos Ibarlucea, exdirector municipal de Urbanismo y responsable, entre otras estampas, del proyecto de la plaza de la Virgen Blanca junto a Eduardo Rojo.
La obra que le encomendó el Marqués de la Alameda, alcalde ilustrado de Vitoria, se centraba en el diseño de la actual plaza de España pero Olaguíbel firmó «un proyecto inmenso, dio mucho más de lo que le habían encargado», recalca Ruiz-Cuevas. Dibujó ese espacio convertido hoy en punto de encuentro de vitorianos y foráneos, sí, pero rubricó también los cinco ‘escalones’ que permitieron la unión urbanística entre el Casco Viejo y el Ensanche. «Ahí es donde se manifiesta su poder creativo. Su aportación es fundamental para el paisaje urbano, es el arquitecto que más ha intervenido en la forma de la ciudad», destaca José Luis Catón, autor del Artium o del archivo provincial, recién jubilado tras 46 años de trayectoria.
Ese hito donde los arquitectos actuales –Olaguíbel fue el primer académico vasco en la materia– ponen el acento arranca en las escaleras de San Bartolomé, primer nivel en la solución que se ejecutó en el siglo XVIII, y desciende por otras cuatro alturas marcadas en la plaza del Machete, Los Arquillos, la calle Mateo de Moraza y, finalmente, la plaza de España diseñada con sus 220 pies castellanos, la medida mínima en la época para la celebración de corridas de toros, y rematada en 1796. Este rincón «es un ejemplo único en Europa», sostiene Javier Cenicacelaya, catedrático de Composición Arquitectónica de la UPV/EHU, que el lunes 19 ofrecerá una conferencia sobre este rincón programada dentro de la agenda de actividades por el bicentenario.
Pero detrás del ‘megaproyecto’ que alumbró una nueva instantánea de Vitoria y que hoy se muestra ante los ojos de cualquier paseante se esconden ideas que transmiten el ingenio de Olaguíbel, como la construcción de espacios públicos sobre covachas o el cuadrado perfecto que representa la plaza de España, finalizada en 1796. «Maneja muy bien las proporciones y sabe resolver el salto de la colina con acierto mediante el truco de la plataforma intermedia a modo de calle-pasaje», expone Roberto Ercilla, cuyo sello se halla en las rampas del Casco Medieval o el edificio de Krea. «Su arquitectura es equilibrada, elegante y armoniosa. Utiliza un lenguaje clásico para producir una arquitectura alejada de la monumentalidad», agrega Cenicacelaya sobre uno de los referentes del Neoclasicismo que, a su juicio, se distancia de la «sequedad» de otros exponentes de la corriente en Euskadi. El curriculum de este vitoriano que creció en la calle Pintorería se alimenta, además, de obras como la Casa del Santo de Armentia, la portada de las Brígidas o la torre de la iglesia de Arriaga. La farmacia más antigua de la capital, en la cuesta de San Francisco, presume también de haber tomado forma con las manos de Olaguíbel.
El calendario recuerda que el 10 de febrero se han cumplido dos siglos del fallecimiento de Justo Antonio de Olaguíbel, pero el homenaje al arquitecto vitoriano se extenderá a lo largo de todo el año. Los actos por este aniversario arrancaron el viernes con el descubrimiento de una placa en la entrada a la plaza de España –uno de sus ‘hitos’ en la ciudad– por la Virgen Blanca. «Gracias a ésta y otras obras, fue un referente en la arquitectura de su época y tuvo en su haber el hecho de ser el introductor de un nuevo estilo neoclásico en el País Vasco», destacó el alcalde, Gorka Urtaran, junto a ediles de todos los colores en este rincón que en 1984 fue declarado Monumento Histórico Artístico.
El presidente del Colegio Oficial de Arquitectos Vasco-Navarro (COAVN), Luis Gómez, fue un paso más allá al catalogar este espacio como «una de las plazas neoclásicas más bellas de Europa» y animó a «realizar el esfuerzo para que la ciudad que hagamos ahora sea también admirada». Quienes quieran descubrir el legado que en ese sentido dejó Olaguíbel disponen de una agenda de actividades en torno a su figura. A lo largo de las próximas semanas se han programado conferencias, visitas guiadas y exposiciones, y tampoco faltará el ya clásico certamen de pintura al aire libre –cumplirá su duodécima edición– inspirado en el arquitecto aunque para colocar los lienzos habrá que esperar hasta julio.
La concejala de Cultura, Estíbaliz Canto, anunció el viernes además que el Ayuntamiento de Vitoria editará un par de trabajos para extender el conocimiento sobre Olaguíbel. Por un lado, un pequeño libro que recogerá «de forma gráfica» las obras civiles y religiosas de este artista tanto en su ciudad como en el resto del territorio. Y, por otro, se intentará acercar su trabajo a los más pequeños a través de un cuaderno con pasatiempos que acompañará cada creación de una «sencilla» explicación.
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