Una nueva luz resurge en sus miradas. No se percibe a primera vista, pero se adivina en pequeños gestos. Con un envidiable entusiasmo y una hospitalidad que desborda, para Oksana, Sara, Lesia y sus respectivas familias cada amanecer es un regalo. «Doy gracias todos los ... días», dice la última. La vida de estas nuevas vitorianas dio un vuelco cuando la guerra estalló en sus países y «todo cambió de la noche a la mañana».
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Por distintas circunstancias acabaron llegando con sus maletas a la capital alavesa y tras unos inicios difíciles, han logrado recuperar, en parte, esa seguridad que les arrebataron, junto a la sonrisa de la cara. El temor a los bombardeos o el toque de queda, una huella muy difícil de borrar, han dejado paso a las clases en el colegio y la universidad, la práctica del español y el euskera y hasta trofeos en esgrima y ajedrez.
Programa de Acompañamiento Habitacional de Cáritas. Dirigido a personas vulnerables con necesidad de un espacio habitacional y acompañamiento para desarrollar sus procesos vitales.
Familias acogidas. 28 personas de 10 familias.
Viviendas. 7.
Y una de las herramientas vitales para ello ha sido contar con un hogar. Un techo que les ha facilitado Cáritas con su Programa de Acompañamiento Habitacional, destinado a colectivos «vulnerables con necesidad de un espacio habitacional y un acompañamiento para poder desarrollar sus procesos vitales», exponen desde la ONG católica. 28 personas de diez familias están ahora acogidas por medio de este proyecto, «cuyo elemento imprescindible es la presencia de comunidades acogedoras parroquiales o zonales que acompañan a las familias».
El 24 de febrero de 2022 es una fecha marcada en rojo en la memoria de Oksana y todos sus compatriotas. Los bombardeos y misiles rusos sobre Ucrania pusieron en alerta a todo el mundo. Esta pedagoga social y psicóloga llevaba en la ciudad de Cherkasy, en el centro del país, una vida «totalmente normal» criando a Varvara, su hija, hasta que «de repente, en un momento, todo cambió». La guerra acababa de estallar y la población, en medio de la desesperación, abandonaba sus hogares. Es el camino que escogió esta mujer de 36 años, que llegó a España en una furgoneta con otras personas. «Era muy peligroso, no sabíamos qué iba a pasar y no quería esperar. Necesitaba salir de allí y la razón más grande era mi pequeña. Tenía un miedo grandísimo y estaba súper preocupada», cuenta con un nivel intermedio de castellano que «quiero completar y mejorar».
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Tras más de dos años en Vitoria, madre e hija han dejado atrás esa terrible experiencia. No del todo. Porque el padre de su hija «está luchando en la guerra como soldado, y estamos muy preocupados». «Estamos divorciados pero tenemos muy buena relación. Mantenemos el contacto por videollamada», cuenta Oksana. En la capital alavesa, primero residieron acogidas por otra familia, pero en una situación complicada, sin espacio suficiente. Ahora residen «con una compañera y su hijo» en un piso proporcionado por Cáritas donde se sienten «muy cómodas y agradecidas». La pequeña estudia en el colegio público de Judimendi, «una escuela que le gusta mucho».
«Allí no hay paz. Se puede decir que no hay vida. Si te quedas allí, vas a vivir constantemente con miedo». Sara Mohammad describe con estas duras palabras el escenario que dejó atrás en 2019. En ese curso salió de Jordania con su familia, seis años después de haber abandonado su Siria natal por la guerra. «La mejor opción era venir a España para un futuro mejor y una vida tranquila y sin peligro», confiesa esta joven de 21 años. Con su madre Sarwa y su hermana Dana, lleva asentada en Vitoria ya casi cinco años.
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«Vinimos a través de un programa de protección internacional y Cáritas». Las cosas, afortunadamente, le van «muy bien», asegura animada. Y es que le tocó afrontar un difícil golpe, cuando a los seis meses de llegar aquí su padre falleció tras una enfermedad. Al margen de eso, ahora se le ve feliz. «Estoy estudiando Ingeniería Química en la UPV/EHU, y mi hermana un ciclo de laboratorio», comparte mientras teclea en el ordenador.
Un enorme bizcocho de chocolate relleno de mantequilla preside la mesa del comedor. En las paredes hay colgadas medallas y trofeos por doquier. Es la hora de la merienda en casa de Lesia Yatseiko (44 años) y su numerosa familia procedente, en parte, de Leópolis. La completan sus hijas Anastasiia (18) y Khrystyna (11), su sobrina Sofiia (13), además de Nadiia (63 años) y Mykola (65), los abuelos. El ambiente alegre que se respira en la vivienda, decorada con estampas navideñas ortodoxas y otros recuerdos, se interrumpe cuando surge el tema del éxodo por la guerra. «Es muy difícil dejar todo atrás, la familia, la casa, los amigos.... Pasamos mucho miedo y lloramos muchas lágrimas por salir de nuestro país», confiesa Lesia, que allí trabajaba en el ámbito de la ingeniería de obras en carreteras.
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El pasado marzo cumplieron su segundo año en Vitoria. «La vivienda es uno de los problemas más importantes y Cáritas nos ayudó». Esta breve estancia podría decirse que está siendo muy provechosa. Al año de llegar a la ciudad, Khrystyna, entonces de 9, se proclamó campeona de ajedrez de Álava en su categoría, la benjamín, con el club Martintxo. El siguiente curso revalidó el título. Anastasiia, de su lado, es campeona de Euskadi en esgrima, deporte que combina con clases 'online' de la carrera de cibernética y programación en la universidad de Kiev. En Ucrania permanece el padre de familia, con quien las hijas «hablan constantemente por el móvil, mandándole mensajes cariñosos». «Nunca sabes qué va a pasar con la guerra, entonces te aferras a las personas», advierte Sofiia. En la capital del país están sus progenitores y «es muy peligroso».
El Programa de Acompañamiento Habitacional, proyecto impulsado por Cáritas, es la iniciativa a la que se destinará la recaudación de la XI edición de la Marcha Green de EL CORREO. Una cita que se desarrollará el próximo domingo 22 de septiembre en el bosque de Armentia con un itinerario de 10 kilómetros. Maite Sebal, directora de Cáritas Vitoria, explica la importancia de este proyecto y los motivos por los que merece la pena apoyarlo. «Acompañamos a personas que hacen con nosotros itinerarios hacia la inclusión y para las que la vivienda supone un problema de ruptura en ese itinerario». La falta de casa, incide, «es una gran problemática y este año queremos visibilizarlo».
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