Isabel Ruiz de Egino sopló cien velas el viernes. Pese a la magnitud de la cifra mantuvo sus saludables hábitos. Salió al mediodía de su bloque en Judimendi, donde reside sola. Dio su paseo diario de dos horas. Hizo la compra. Comió algo de fruta ... antes de la «ensaladita». Y atendió muchas llamadas de teléfono. Sin embargo le faltaba algo.
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Por culpa de la pandemia arrastraba dos largos años sin juntarse con toda su familia, con la que mantiene contacto diario. A su hija Maite la atormenta cada vez que juegan al tute. «Es que me da unas palizas que no veas», alega su 'víctima'. Con su bisnieta Laura suele encontrarse en la plaza de Santa Bárbara. «Había miedo a contagiarla y por eso nos hemos cuidado muy mucho de juntarnos, es que es como una segunda madre», razona Ainhoa, de 23 'primaveras' y feliz por el reencuentro con la bisabuela.
Con el pretexto del centenario de la matriarca, los Urbina Ruiz de Eguino consumaron ayer su mayor paso hacia la normalidad perdida en marzo de 2020. Un encuentro que podría ser el de muchas otras familias alavesas ávidas de abrazarse, de mirarse a los ojos y de brindar sin miedo.
«Es como respirar aire puro. Me siento estupenda», celebra una agradecida Isabel, desde el viernes una de las 108 centenarias de Vitoria, según el padrón municipal. Ojo al dato; apenas el 11% son hombres.
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Y cómo gozaba Isabel. «A algunos les he visto por separado. Con los bisnietos pequeños hemos hablado mucho por teléfono, no venían por miedo a pegarme algo. Ay hijo, se han hecho tan grandes que a una no la conocía, a Aroa». La mencionada contaba 14 añitos la última vez que se vieron. «¡Qué emoción!», acierta a compartir.
Mimosa, la agasajada se dejaba achuchar y besar. «Me duelen un poquillo los huesos, pero sigo haciendo lo de siempre. Por la mañana salgo todos los días. Aeso de las doce hasta las dos o dos y pico. Hago la comprita. Me cojo mi carrito el día que tengo que llevar más peso y a la vuelta, después de darme un buen paseo, hago mis compritas», desvela asida a su nieta Bea, a la que prácticamente crió. «Esperábamos con mucha ilusión esta fecha porque es el pilar de la familia. Su felicidad es tenernos a todos juntos», resalta esta joven.
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Desconoce Isabel qué es un achaque. El covid pasó de largo con ella y «jamás voy al médico». Desde hace un año se ayuda con un bastón. «Si le compramos una silla de ruedas amenaza con no salir de casa», comparte divertida Maite.
Sabe lo que es pasarlas canutas desde la adolescencia. La Guerra Civil la pilló muy joven, sirviendo en Argómaniz. Aunque no hay adversidad capaz de arrebatarla esa alegría innata. «Mi lema es qué bello es vivir». En estos últimos meses su comunidad afrontó una compleja reforma del portal que les dejó sin ascensor. «Me escapaba. Me agarraban los obreros del brazo y me ayudaban a bajar y a subir. 'El paseo, el paseo, el paseo', me decían».
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Porque casi todos la conocen en Judimendi. «El sábado una vecina me dijo 'espera que te abrace a ver si me pegas algo que yo también quiero estar a los cien como tú'», ríe. «Pon morritos abuela», demandan las bisnietas. E Isabel no se hace de rogar.
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