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La neblina confiere un aura fantasmagórica al lugar. Apenas hay gente por sus calles. El ultramarinos del primo Raúl y la modesta sucursal de Cajaviva recuerdan que aún queda vida en este antiguo enclave maderero. Martes tristón en Hontoria del Pinar, localidad burgalesa cosida ... a la muga con Soria. El hogar donde creció Gabriela y al que ha retornado hace pocos meses en busca de paz interior. Gabriela, la nieta brasileña del ganadero Pedro Luis. Gabriela, la joven a la que hace justo cinco años se le partió el alma en la calle Libertad de Vitoria.
La madrugada del 25 de enero de 2016, el que creyó su príncipe azul lanzó por la ventana a su pequeña Alicia. Tenía sólo 17 meses. Murió 48 horas más tarde en el hospital. Ese crimen estremeció a la sociedad alavesa y sepultó bajo la pena más absoluta a esta joven, que hoy cuenta con 23 años.
Gabriela apenas sale de la casa familiar. «Paso días enteros en la cama. Duermo, veo la tele». Su padre, su hermana y sus tíos no le dicen «nada». El dormitorio es su refugio. Donde se siente protegida tras cinco años de huida. Porque tras escapar de las miradas en Burgos, donde convivía con su madre cuando ocurrieron los hechos, buscó la soledad en un pueblito de Soria. Allí trabajó un tiempo de ayudante de cocina y en un hotel «donde hacía de todo». Nadie supo de su dolor. Pero la crisis le birló su única válvula de escape. «Quiero trabajar. Me ayuda a mantener la mente ocupada, pero ahora con el coronavirus...». Sin empleo, con «problemas» para renovar su NIE (el DNI de los extranjeros) y pegada a un cigarrillo se le pasan los días. «Es que hace mucho frío fuera», se escuda.
La Justicia aplicó el mayor castigo legal al asesino, un profesor de saxofón y de la banda municipal de música llamado Daniel M. al que conoció en una red social de contactos. Pasará un mínimo de 25 años entre rejas. Hoy ocupa una celda en la prisión de Sevilla 2, en Morón, cerca de su familia.
Mientras, Gabriela continúa presa en un infierno personal. El primer año sí acudió a un psicólogo. Pronto lo dejó. «No he vuelto. Para estar tomando pastillas que me subían, subían, subían, pues no. No es vida tampoco», alega. Se le nota muy sola pese a estar rodeada de los suyos. En la casa, perteneciente a la familia de su padre, «no se habla» del crimen. La dejan a su aire.
A veces coge el coche, un viejo Peugeot blanco, y hace kilómetros. Incluso ha subido a Vitoria con un amigo cuya hermana reside en un barrio de la capital alavesa. Cuando vislumbró las torres de Mariturri de nuevo «el corazón se me puso a mil. Cada vez que me acerco, según me voy acercando, más». No ha pisado la calle Libertad ni lo pretende. «Para eso necesitaré otros cinco años más», esboza con una sonrisa forzada.
El cadáver de Alicia reposa en el pequeño cementerio del pueblo. «No me acerco por ahí. Antes tampoco me gustaba ir», confiesa camino del río Lobos. Se saluda con un vecino, quien escruta desde la distancia a los dos extraños que acompañan a Gabriela. «Aquí me conocen desde que era una niña, pero vamos pronto para casa que van a pensar que he hecho algo malo».
Cambió de número de teléfono por las llamadas de las televisiones nacionales, que la pretendían para sus parrillas de sucesería. «Eran muy pesados, de verdad», suelta. «Mira, hasta ahí arriba he subido. Aunque prefiero ir en coche», proclama mientras señala uno de los escarpados riscos que ocultan este lugar en el que, allá por 1843, el vitoriano Pedro de Egaña levantó la primera fábrica de resina del país.
El lunes, quinto aniversario de su desgracia, apenas pegó ojo. «Sí, me costó dormir bastante», asume entre suspiros. Los ojos brillantes. Las ganas de fumar. Y la mirada huidiza, oculta bajo una capucha.
- ¿En qué piensas, Gabriela?
- Estaba mirando sobre todo sitios para coger un negocio. De hostelería. Sí que me entretiene bastante. Me gustaría por esta zona, pero con el coronavirus...
Es de los pocos momentos de la fría mañana de enero en que se le ilumina el rostro.
- ¿Crees que es posible que vuelva la Gabriela 'de antes'?
- No creo.
El 25 de enero de 2016 estaba marcado en rojo en el Grupo 4 de la Ertzaintza en Vitoria. Esa madrugada acababan su semana de noche y media plantilla se marcharía a otros destinos. No hubo celebración. A las 3.39 horas, a dos horas y media de sellar su séptima jornada seguida de trabajo, el 112 recibió llamadas de vecinos sobre «la pelea de una pareja» en el número 14 de la calle Libertad. Era Gabriela luchando para que Daniel no la arrojara también a ella por la ventana, como acababa de hacer con su pequeña Alicia.
A las 3.41 horas apareció la primera patrulla. Y enseguida, casi la mitad del turno. Ninguno de los agentes presentes ha olvidado esa intervención. «Fue espantoso. Nos encontramos a la niña en el suelo, gimiendo. No podías tocarla. No podías hacer absolutamente nada, porque mover esa criatura sin tener conocimiento podría haber sido mucho peor», rememoran integrantes del Grupo 4.
La primera ambulancia tardó 18 minutos en aparecer. Esa demora generó una bulla en el Parlamento vasco que quedó en nada. «Un tiempo angustioso. Estábamos a apenas 300 metros del hospital Santiago y no poder acercarte...». En el primer piso, patrulleros inmovilizaron a Daniel y rescataron a Gabriela.
A las 4.11 horas se registró el ingreso de la pequeña en Urgencias de Santiago. «Todo el personal sanitario bajó a echar una mano. Vi a varios llorando», cuenta otro agente. Media hora más tarde entró el agresor. Tenía la cara desfigurada por los golpes defensivos de su víctima. Se negaba a colaborar. «Un compañero tuvo que bloquearle hasta que le cosieron sus heridas».
«Para los que no vivieron el infierno de ETA, fue el peor día de sus carreras», admiten estos ertzainas. Varios necesitaron terapia psicológica para superar lo vivido aquella fría noche.
25 de enero de 2016. El profesor de saxofón Daniel M. tira por la ventana de su piso en la calle Libertad a la pequeña Alicia, de 17 meses.
27 de enero. Se certifica la muerte de la niña en Cruces. Su madre, Gabriela, sigue ingresada en Txagorritxu por la paliza recibida del agresor, al que había conocido días atrás en una red social de contactos.
Abril. El caso llega al Parlamento vasco por la demora de las ambulancias que actuaron aquella noche. La primera tardó 18 minutos en aparecer.
4 de septiembre de 2018. Arranca el juicio con jurado en la Audiencia Provincial de Álava.
15 de septiembre. El jurado popular condena «por unanimidad» a Daniel M. por el asesinato de Alicia y por intentar matar a Gabriela.
26 de septiembre. El juez Jesús Poncela decreta prisión permanente revisable. Fue la primera sentencia de este calibre en el País Vasco y la tercera en España. El condenado pasará un mínimo de 25 años entre rejas.
Julio de 2019. El Tribunal Supremo ratifica el fallo.
25 de enero de 2021. Gabriela vuelve al pueblo de su padre. Daniel está preso en Sevilla 2.
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