Anyileidis | Vecina desahuciada de la calle Prado
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Anyileidis | Vecina desahuciada de la calle Prado
«No quería salir en esas condiciones; pasé vergüenza»Anyileidis lleva desde el pasado lunes durmiendo en un apartamento asignado por los Servicios Sociales del Ayuntamiento de Vitoria. Ella, su marido y sus dos hijas, de 2 y 18 años.
Apenas 48 horas después de ser desahuciada de la habitación que tenía por hogar ... en un inmueble de la calle Prado, esta cubana de 33 años reconstruye con EL CORREO una historia marcada por C. F., una mujer vinculada al grupo criminal desmantelado por la Policía Local el pasado mes de marzo. Una red con al menos tres detenidos y siete investigados que se dedicaban a ofrecer subarriendos ilegales y padrones falsos a personas migrantes. Ella, como todos los vecinos expulsados el pasado lunes, fueron víctimas de una cruel estafa.
Todo comenzó cuando hace unos meses empezaron a buscar piso en Vitoria para empezar una vida mejor que la que dejaron atrás en Cuba. Una tarea en la que no encontraron a nadie dispuesto a hacerles contrato menos la estafadora, que les ofreció una habitación para los cuatro «por 550 euros».
«Tuvimos que pagarle unos 3.000 euros al principio», relata, para vivir en un piso que compartían con otras familias y que estaba «en pésimas condiciones: no tenía calefacción, no tenía agua caliente y estaba muy deteriorado».
Asegura que fueron enterándose del engaño «poco a poco» y de una forma paralela al declive de las condiciones de vida en la casa. Primero, peleándose para mantener los plomos encendidos por la falta de potencia contratada por la subarrendadora en la casa, donde había que elegir qué encender. «Si encendías el horno, había que estar abajo y arriba» con el diferencial y la situación se repetía con otros electrodomésticos. «Si los venezolanos –de otra habitación– encendían algo, yo no podía poner la lavadora». Después, dejaron de tener electricidad.
Cuando descubrieron la estafa, pusieron la situación en conocimiento del Sindicato de Vivienda, que comenzó a reclamar una solución para los inquilinos con concentraciones e incluso con el despliegue de una pancarta en la fachada del edificio.
«Hace un mes», explica Anyileidis, «vino un señor a la casa, ocó, le abrí y preguntó por la estafadora». «Le respondí que no vivía aquí y que si me podía explicar qué pasaba, porque nosotros somos los que vivimos aquí. Él no me dijo su nombre, pero me contó que venía del juzgado y me enseñó un papel y me dijo: 'Mira, aquí hay un desahucio el 3 de octubre a las 10.30'. Le contesté que perfecto, que gracias».
Sin embargo, el desalojo del piso se produjo finalmente este lunes. Les dieron «diez minutos para salir» y no les enseñaron ningún papel en una actuación que tilda de «violenta». Ella «no tenía ningún problema en salir», pero rompe a llorar cuando rememora todo lo ocurrido el lunes. «Yo no quería salir en las condiciones en las que salí. Pasé vergüenza, mucha vergüenza. Creo que me va a llevar un rato superar esto», afirma entre sollozos.
Anyileidis cree que hubo «irregularidades» en su desahucio, que es el mismo término que ha empleado el Sindicato de Vivienda para referirse a este caso. «No entiendo mucho de Derecho, pero sé que han infringido la ley», lamenta.
Ahora toca seguir buscando un techo donde vivir. Por el momento, el Ayuntamiento ha puesto a su disposición un apartamento en las afueras de la ciudad de forma provisional. Aunque ahora no tiene más remedio que empezar los trámites para percibir la renta de garantía de ingresos (RGI), esta vecina lo tiene claro: «Yo no quiero ayudas. Quiero trabajar –su marido ya lo hace–, buscarme la vida y pagarte lo que tenga que pagarte. Yo vengo a trabajar», recalca.
A lo largo de estos siete meses en Vitoria, «el único sitio donde aceptaban niños era ahí», sostiene. «Yo no estoy sentada en una silla esperando a que me caiga un piso. Llevo siete meses buscando y no he podido conseguirlo».
Aunque ella ha conseguido el padrón gratuitamente, denuncia que otros conocidos han tenido que pagar a terceros para darse de alta en el censo municipal. A sus ojos, «Vitoria no es una ciudad acogedora». «La gente es un poco fría e inhumana. De donde vengo no somos así. Yo subía, bajaba del piso y nadie me daba los buenos días. Tal vez para ustedes es normal», concluye.
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