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Aquello fue 'hacerse un froilán' en toda regla; pegarse un tiro en el pie en condiciones. Van a cumplirse ahora 110 años de la susodicha ... operación: la pérdida más allá de los muros del monasterio de Quejana del retablo gótico del Canciller Ayala por culpa de una venta en verdad calamitosa. Resultó el año 1913 muy infausto en varios frentes, determinante y con graves consecuencias tanto en suelo vitoriano como en tierras alavesas. Época de muchos nervios y desaciertos; de malos cálculos con las expectativas y de pésimas maniobras. Desfondes acaecidos doce meses antes de la Gran Guerra sin número ordinal todavía. Reinaba una atmósfera de pesimismo y las contestaciones políticas y sociales aumentaban con atrevimiento. Por doquier..
Además de malvenderse entonces uno de los más rutilantes exponentes del patrimonio mueble religioso de la provincia como es el retablo de Quejana de finales del siglo XIV a los corsarios adentrados en territorio firme enarbolando bandera de anticuario por el valle de Ayala, en la capital vitoriana -centro de toda la Diócesis Vasca- concluían abruptamente las obras de la Nueva Catedral y se cerraba definitivamente la hasta entonces pujante Escuela de Escultura, Talla y Modelado que tantos artesanos e imagineros había atraído incluso desde las riberas del Mediterráneo. La falta de confianza en el futuro revertía en pánico. No se había perdido la fe, se habían agotado los dineros. Y la paciencia. La eficacia en la gestión topaba con la endiablada realidad.
Después de peripecias varias por Londres, Miami y Sitges y otro viaje más cruzando el Atlántico, ya sabemos que el antiguo retablo del convento de Quejana, que consta realmente de dos partes, se encuentra instalado desde 1927 en el Instituto de Arte de Chicago. Ahí se expone con poderío y con liturgia. A este 'altar' de Quejana destina recientemente seis páginas de comentario el especialista en estas lides José María Sadia en 'El autoexpolio del patrimonio español. Cuando España malvendió su arte'. Otras prestigiosas firmas se habían ocupado anteriormente de esta materia como la siempre citable Micaela Portilla, así como otros autores ya desde los tiempos de Ricardo Becerro de Bengoa. Seducidos todos por el imán y el poder de atracción del solar de los Ayala con la figura del Canciller Mayor de Castilla don Pedro López de Ayala como referente principal en el pivote.
Del retablo original de Quejana, nada de retorno alguno, salvo que recorramos los 6.500 kilómetros de distancia hasta el estado de Illinois, pero nos queda -qué otra cosa- una copia precisa a modo de consuelo y como triste recordatorio de aquella conformidad de venta sucedida en 1913: una réplica, remedo o reproducción pictórica realizada de manera excelsa en 1959 por Cristóbal González Quesada. A partir de unas fotografías de gran calidad proporcionadas por el entonces embajador en los Estados Unidos José María de Areilza gracias a las gestiones previas de Manuel de Aranegui, a la sazón presidente de la Diputación Foral, como nos recuerda en un texto Federico Verástegui. Don Cristóbal, restaurador del Museo del Prado, era invitado por el Consejo de Cultura de la Diputación durante aquella década en los meses de julio para acometer labores profesionales de su competencia en el Museo Provincial. Huía, de paso, del ferragosto madrileño.
Y como quiera que no se pueden devolver ni reclamar las piezas originales extraídas en su día de Quejana, y tampoco ha lugar a la solución de un conflicto de intereses por lo demás inexistente 'a efectos de ley', pues eso, toca desplazarse como los griegos. Para contemplar los mármoles del Partenón a Londres, al British Museum. Nosotros, en cambio, a las orillas surcadas por los aires recios del lago Michigan.
Ya, eso. Todo viaje supone una experiencia cultural. Un enriquecimiento personal. Pero también el traslado de un bien patrimonial desde su lugar de origen para el que fue creado y al que pertenece hasta otro emplazamiento sea por saqueo o camuflado bandidaje o como en este caso por autoexpolio, ese objeto o ese conjunto de elementos sufren necesariamente una considerable merma patrimonial por su descontextualización. Pero nos queda, qué remedio, el contexto. Todo ese complejo monumental de Quejana que ha adquirido en su integridad la Diputación alavesa. Comenzarán entonces otros retos que irán más allá, por supuesto, en la mejora del patrimonio cultural alavés con una amplia gama de actividades económicas para esta zona del valle de Ayala con el estudio y la planificación de otras actividades que se esperan sean complementarias en sus enriquecimientos. Fomentando sinergias, la suma inteligente de esfuerzos, que se suele decir en estos asuntos. Habrá que redefinir el medio, o sea, el entorno. Porque el contexto histórico, patrimonial y artístico, con el paisajístico, lo tenemos.
El aprecio y el reconocimiento del enclave de Ayala, los valores rememorativos, están ahí. Faltan inevitablemente las infraestructuras. Que llegarán con el tiempo, hay que suponer. Entonces que lo disfrutemos como corresponde. Pero sobre todo que no se cumpla nunca ese dicho tan marchoso del refranero 'arrancada de caballo andaluz y parada de burro manchego'. Los desafíos que emprender todavía algo lejanos, pero fascinantes. A verlos.
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