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En mitad del montaje de 'Chinas', su último trabajo, Arantxa Echevarría vuelve a reencontrarse con 'Carmen y Lola', su estreno en el cine y que le catapultó como directora, ganando un Goya. Ese trabajo será el encargado de abrir esta tarde (19.00) la segunda ... edición del ciclo de Cineastas Vascas en el Artium.
- ¿'Carmen y Lola' le ha cambiado la vida?
- Muchísimo. Completamente. Es tu primera película como directora, un momento lleno de miedos y vergüenzas, en el que piensas que no vales. Porque hay muchísimas primeras películas que no han llegado a ningún lado; no porque no fuesen buenas, sino porque la gente no fue a verlas. Y que en mi caso tuviese tanto éxito lo ha marcado todo. Era un sueño de niña hecho realidad.
- ¿Se le abrieron de pronto muchas puertas?
- El estreno y su éxito ha tenido consecuencias positivas en todos los aspectos. La gente confía más en tus capacidades para rodar porque ve que lo haces bien. Que las mujeres no hablamos de temas que todo el mundo se cree, como la maternidad, esa etiqueta que nos han puesto es aburridísima. Hacemos un producto que se ha comprobado que a la gente le interesa. Eso sí, dejé el listón alto no, altísimo ja, ja, ja.
- Un logro personal, pero también social. ¿Cómo ve el estado del cine femenino?
- El sector femenino está mejor que nunca, pero fatal. Es decir, mejor que nunca porque nunca ha habido tantas mujeres directoras, pero fatal porque seguimos siendo ridículamente un número muy, muy, muy bajo. En el cine vasco ocurre la misma dinámica. Hay todavía un bache que cuesta levantar, pero que poco a poco lo estamos consiguiendo, aunque todavía queda muchísimo camino. Lo que creo es que estamos creando referentes para la próxima generación. Chicas que estudian cine ya tienen referentes en quién fijarse: Pilar Palomino, Belén Forest, Carla Simón...
- La pandemia ha echo que la gente consuma mucha cultura. ¿El cine lo ha notado?
- El cine siempre se dice que se está muriendo y nunca la palma. Pero sí es verdad que estamos en una especie de coma por el consumo a través de las pantallas. Pero creo que las plataformas nos están aburriendo, en la pandemia se devoró todo y la gente vuelve a tener esas ganas de verlas en la gran pantalla. Ya no es solo el cine, es el plan previo y posterior que haces con la gente.
- 'Un director de cine tiene un altavoz y debe utilizarlo para movilizar a la gente'. Ese fue el titular en una entrevista con este periódico hace tres años.
- Tengo una herramienta espectacular que atrapa durante hora y media a una persona en una sala, sin móviles y sin más ganas que ver mi productor. Y durante ese tiempo busco abrirle los ojos en algo que quizá no se había fijado. No es orientar, simplemente mostrárselo y que reflexione.
- Esa convicción le costó muchas amenazas e insultos en su primer largometraje.
- Todavía hoy en día, cuatro años después, me siguen llegando anécdotas de gente que fue a verla al cine y vio cómo unos gitanos le tirabas huevos a la pantalla. Pero creo que hubo más revuelo antes del estreno, después se calmó porque la gente vio que hablaba de que todos tenemos que estar de acuerdo con el amor, sin importar el sexo, la raza o la religión.
- En 'Chinas' mantiene esa filosofía. Incluso recupera la idea de trabajar con actores no profesionales. ¿A qué escena cotidiana le gustaría dar voz para impulsar una transformación?
- Busco contestar las preguntas que me hago todos los días. En el caso de 'Chinas', todo se retrae a una niña china que conocí hace 15 años en un bazar. En el colegio conoce a otra chica china, en este caso adoptada. Quiero transformar la mirada que tenemos sobre la gente que no conocemos, no hacer prejuicios y tampoco creernos mejores. Y me gustaría contar la historia de una madre de dos niños que trabaja en un supermercado y que hace un viaje de más de una hora para ir a trabajar. Una vida de superación.
- En su segunda película 'La familia perfecta' cambió ese registro.
- Me orienté por algo más comercial para evitar las expectativas generadas. Pero también quise dejar un mensaje, que la vida es una y hay que aprovecharla al máximo.
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