No puedo vivir sin ti. No hay manera

Es una ciudad atípica que ve pasar alcaldes como quien ve llover, sin quedarse con ninguno; como quien se compra un traje que no le convence y lo deja colgando de la percha para siempre jamás. Como si en el Consistorio hubieran colocado la Roca Tarpeya de la colina Capitolina por la que van despeñando alcalde tras alcalde para recordarles que eran humanos tan pronto como empezaron a levitar.

Vitoria es la ciudad de los debates circulares. De tal suerte, que puedes irte cuatro años fuera e incorporarte de nuevo como si tal cosa, como si no hubieras faltado apenas un fin de semana y no te has perdido nada relevante. Tus sitios siguen permaneciendo ahí. Y nada cambia aunque cambie todo levemente para que todo siga igual.

Afrontamos una nueva convocatoria electoral para decidir quién y con qué proyecto gobernará nuestra ciudad. Echo de menos la pasión en quienes deben mostrarla para abordar los retos que se dibujan en el horizonte. Y echo de más las palabras hueras y los lugares comunes en las declaraciones de principios de estos días de campaña.

Temo que esta ciudad, sostenida sobre dos pilares de la industria automovilística, esté diseñando su futuro como si no estuviéramos en puertas de una transformación gigantesca, y siguiéramos vestidos de romanos mientras a nuestra espalda hubieran cambiado el decorado por uno de Star Wars, mientras seguimos con túnica y sandalias rodeados de robots y naves interestelares.

Vivimos en una ciudad con una potencialidad superlativa. Pero quizá vaya siendo hora de que el corsé municipal que lo constriñe todo, vaya dejando paso a una comunidad que ha ido haciéndose adulta y que pide a su Ayuntamiento que la quiera un poco menos, pero que la quiera mejor.

Quizá sea tiempo de que el epicentro de las iniciativas de transformación, que su protagonismo, resida en la calle y no tanto en ese salón de plenos decimonónico que aletarga a quienes lo habitan, Corporación tras Corporación. 'Se non è vero, è ben trovato'.