José Ramón Sánchez Fernández de Luco, en el meandro del Zadorra desenterró para tratar, en vano, de contener riadas. IGOR AIZPURU

Vivir con miedo de tener el agua al cuello

Vecinos de pueblos en riesgo de inundación conviven estos días con el temor a una avenida. «Estamos todo el día pendientes del cauce del río»

Domingo, 22 de enero 2023, 01:34

La pluviofobia es el miedo, incontrolable e irracional, a las lluvias y a todos los fenómenos atmosféricos que les acompañan. Hay a quien se le eriza cada vello del cuerpo cuando el agua empieza a golpear el vidrio de la ventana, que se estremece ... al ver cómo jarrea y truena ahí fuera. Y hay a quien estos días, lejos de disfrutar de un paisaje níveo de postal, la inquietud le embarga ante la certeza, impepinable, de que en un momento u otro toda esa nieve se derretirá y crecerán los ríos y las aguas subirán hasta amenazar su hogar. Con esa sensación convive estos días José Ramón Sánchez Fernández de Luco, de Asteguieta, uno de los pueblos más afectados por las riadas de hace ahora 13 meses que anegaron Álava. Como él, muchos viven con el miedo de que el agua les llegue al cuello.

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«Puede parecer exagerado, pero la pluviofobia existe, y nosotros sabemos lo que es el miedo continuo a los efectos que puede tener un temporal, lo que viene después de una nevada», asegura, muy serio, José Ramón, fiel de fechos (la figura que ejerce de secretario en una junta administrativa) de Asteguieta. Vaya que si conocen los daños que puede ocasionar una riada. Por allí no se olvidan, imposible hacerlo, de aquel 10 de diciembre de 2021. Se les ha quedado grabado a fuego el agua subiendo poco a poco -«hasta llegarnos por aquí», se señala José Ramón a la altura de la cadera-, los vecinos rescatados en lancha hinchable, los destrozos...

Los servicios de emergencia ayudaron a salir a los vecinos de Asteguieta en la gran riada de 2021. IGOR AIZPURU

«La nevada de estos días nos hace revivir todo eso, yo miro todo el tiempo el nivel del embalse, los datos del caudal del río... Al final, te vuelves un experto», apunta a la orilla de ese meandro del Zadorra que la Agencia Vasca del Agua, URA, 'desenterró' en 2021 para tratar de paliar -el tiempo demostró que en vano- las avenidas de agua y renaturalizar la zona. «No sirvió. Después nos prometieron una mota de 1.400 metros y una altura de 2,48 metros pero no sabemos nada de ese proyecto: el problema es que anuncian obras y no cuentan con nosotros, no nos informan», censura.

Estos días, en Asteguieta, miran de reojo a Ullibarri, que el pasado viernes frisaba el 63% de su capacidad (62,8%) y Urrunaga (al 68%). «Cuando alcanza el 70%, ya nos empezamos a preocupar», destaca el vecino. José Ramón vive en un bajo y ante el anuncio del desembalse activa su propio protocolo doméstico de emergencia. «Desconecto los electrodomésticos y, junto con algunos muebles como el sofá, los subo a casa de mi prima, que está a más altura. Tengo ladrillos preparados para ponerlos debajo de la cama y también retiro todas las puertas de sus jambas», describe. ¿Exagerado? Qué va. Toda precaución es poca cuando una riada destrozó tu hogar. «Perdimos mucho entonces. Estuvimos cuatro meses sin poder vivir en casa», recuerda, todavía compungido.

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A pocos kilómetros de allí, en Trespuentes, también vigilan estos días las aguas, que bajan con fuerza, sí, «pero todavía no de forma preocupante». Allí, asomados al Zadorra desde el puente romano, Iñigo Pérez de Nanclares y Ricardo Martínez, más que de vigías, ejercen de meros espectadores. El primero, agricultor, ha llegado de Amarita para comprobar el estado del cauce. El segundo, vecino del pueblo, también respira tranquilo. «Si mi casa se inunda, es que toda la Llanada está bajo el agua», bromea apuntando a su casa, en primera línea de río pero a salvo, bien elevada. «En todos los años que llevo viviendo aquí, solo nos hemos quedado incomunicados una vez, siempre podemos salir por Mendoza, y hace cinco años se habilitó un camino de parcelaria para poder entrar y salir del pueblo en caso de riada», explica el hombre.

Ana Francisca y Miguel se quedaron atrapados en su casa de Abetxuko.

Una salida de emergencia

Que no teman por sus hogares, no quiere decir que los de Trespuentes, lo mismo que los de Víllodas, no afronten estos días y, en general, cada temporal, con inquietud. «Una riada siempre te condiciona, aquí se anegan sótanos y hay un vecino que tiene una salida trasera, por la casa del vecino, para utilizar en caso de inundaciones», atestigua Martínez.

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En la calle La Presa, en Abetxuko, todavía no se les ha secado el recuerdo de aquel 11 de diciembre de 2021, cuando sufrieron las últimas grandes inundaciones. Los vecinos del barrio no dudaron en arrimar el hombro, colaboraron con los bomberos para evacuar a personas mayores y todos, codo con codo, se afanaron en limpiar los estragos de una riada que los más mayores padecieron como nadie. «Nos quedamos encerrados en casa por el agua, menos mal que tenemos a los hijos que estuvieron pendientes de nosotros y también a los del Ayuntamiento, que pasaron por si nos hacía falta algo», recuerdan Miguel Gil y Ana Francisca Bernal, un matrimonio de ancianos vecinos de uno de los bloques más afectados por el agua.

- ¿Pasaron miedo?

- No, miedo no, pero ves que el agua entra en el portal y te quedas encerrado, sin poder salir de casa... Ahora estamos todo el día pendientes de cómo baja el río.

No solo los que viven a orillas del Zadorra cruzan los dedos con cada temporal y achican sus miedos cada vez que sube el nivel del agua. La borrasca Arwen anegó carreteras y parcelas en distintos puntos de Álava en noviembre de 2021. El Baias se desbordó en Andagoia (una localidad del concejo de Anda, en Kuartango) y desbarató las rutinas de sus vecinos. «Aquí, vivimos con miedo, todo el rato mirando las aplicaciones, anticipándonos a una posible riada. Hace dos años a uno del pueblo se lo llevó la corriente y tuvo que saltar del coche, y el anterior le pasó lo mismo a un trabajador de la granja», relata Álex Ibáñez, vecino de un pueblo cuya principal vía de salida se reduce a un caminito en mal estado que circula bajo la AP-68 en paralelo al cauce del río. Cuando se anega, los del pueblo se quedan literalmente atrapados.

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Por eso, cuando las aguas amenazan con salirse de su cauce -lo que ocurre cinco o seis veces al año-, Álex activa su particular plan de fuga: aparca el coche a la salida del pueblo para garantizarse una salida. Con el camino anegado, debe trepar por un talud y atravesar las vías del tren. «Esto lo puedo hacer yo, pero no es una solución ni para niños, ni para personas mayores», evidencia el vecino, que pide que la Diputación arregle el camino de entrada al pueblo y que URA limpie el cauce del río, lo que, a su juicio, aliviaría la situación. Mientras tanto, no les queda otra que vivir con el miedo de que el agua les llegue al cuello.

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