«En este pueblo no hay coronavirus»

En esta última reside el alcalde de mayor edad del territorio, José María Martínez, de 75 años. «Aquí no ha llegado el bicho, gracias a Dios. ¡Y que ni venga, que no lo queremos!», asegura este agricultor jubilado que lleva ya «varias semanas» sin ir al Ayuntamiento. «La secretaria y el auxiliar me lo tienen prohibido», bromea, «porque yo por mi edad también soy paciente de riesgo», recuerda, aunque por el momento «ando fuerte de salud».

¿Y sus convecinos? «También. Pero hay gente mayor y tenemos que estar pendientes de ellos. Dos veces por semana les llamamos para ver si necesitan productos de alimentación o higiene, que encargamos al Eroski de Campezo, o medicinas, que nos llegan de la farmacia de Bernedo. Y personal de Cruz Roja hace el reparto», explica el regidor, que 'lidera' la actividad municipal «a través del teléfono, el whatsapp o el correo electrónico». ¿Y las conversaciones múltiples por Skype? «De momento no, aunque el domingo sí hicimos una videollamada para ver a los hijos. Así también me entretengo».

Porque el aburrimiento es un enemigo sobre todo entre la gente mayor «y en el Valle de Arana casi el 70% de los habitantes tiene más de 75 años», confiesa su alcaldesa, Rosa Ibarrondo. A esos vecinos «trato de llamarles por teléfono alguna tarde para saber qué tal están y que me cuenten qué están haciendo. Antes los miércoles se juntaban en Alda a jugar a las cartas. Pero ahora que ya no se puede...». Las partidas de brisca «seguro que sirven para pasar el rato en más de un hogar.».

Aunque en los pueblos la posibilidad de salir de las cuatro paredes del hogar puede resultar más sencillo «porque casi todo el mundo o tiene una zona con jardín o un terreno con huerto donde ir a buscar una lechuga o un tomate», explica Juan Carlos Medina desde el corazón del Valle Salado.

El Ayuntamiento de Añana junto con los de Valdegovía y Lantarón, que comparten asistente social, han puesto en marcha una iniciativa para «llevar la comida a gente mayor. Se prepara en las cocinas del centro de día de Valdegovía y hay un matrimonio de Añana que ya se ha apuntado. Ambos están bien de salud, pero lo han preferido así y es más cómodo para ellos, no se preocupan ni de comprar ni de cocinar», señala su alcalde. También destaca otra iniciativa en clave más local «porque a través de grupos de whatsapp se han mandado vídeos para hacer manualidades de costura o pintura y la gente lo está agradeciendo».

De lo que se trata es de mantener la mente ocupada, «pero siempre respetando el estado de alarma y de confinamiento. En mi caso, estoy superorgulloso de la respuesta de la gente de cumplir ese mandato y quedarnos todos en casa», relata el primer edil de Peñacerrada, Juan José Betolaza. No se ve «un alma» por el pueblo salvo los voluntarios que en estos días se esfuerzan para desinfectar contenedores y papeleras. «Veo imágenes en la tele de Madrid o Barcelona con las calles vacías y hablan de ciudades fantasma. ¡Pues que vengan a Peñacerrada!», dice su regidor.

De estos siete municipios libres del neovirus chino, Kuartango es el que suma más población, alrededor de 400 vecinos, «pero repartidos en 19 pueblos. Así que la dispersión es máxima» y como dice con cierta sorna su alcalde, Eduardo Fernández de Pinedo, «aquí las distancias se respetan queramos o no». El taxista de Izarra hace el reparto de pan y alimentos de primera necesidad los lunes, miércoles y viernes «y la gente lo agradece, sobre todo los mayores. Le han cogido respeto al Covid-19».

Kripan y Navaridas se mantienen en Rioja Alavesa como bastiones sin coronavirus. «Pensaba que sería más difcíl hacer ver a la población que tenía que quedarse en casa, aquí que somos de estar todo el día en la calle», dice sorprendido el regidor de Kripan, Joseba Fernández, que antes estaba con su padre «tres o cuatro veces al día y ahora llevo sin verle desde mitad de marzo. Cuando voy al almacén, le llamo para que se asome a la ventana. Esa es ahora la relación».

La vida se hace en casa, «jugando al bingo, leyendo, viendo la tele...». Así se distraen en Navaridas, donde sus vecinos «llaman a la tienda de ultramarinos para encargar la compra y luego hay turnos para ir a recogerla. O se la llevan a casa». Nadie del pueblo trabaja en hospitales o residencias «así que ese riesgo de contagio no lo tenemos», concluye Miguel Ángel Fernández. El reto diario en estos pueblos es seguir diciendo «aquí no hay coronavirus».