![La prostitución desaparece de las rotondas y se concentra en más de 100 pisos y clubes](https://s3.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/202206/05/media/cortadas/ala-prostitucion-rotondas-kQ5E-U170318753125MrF-1248x770@El%20Correo.jpg)
![La prostitución desaparece de las rotondas y se concentra en más de 100 pisos y clubes](https://s3.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/202206/05/media/cortadas/ala-prostitucion-rotondas-kQ5E-U170318753125MrF-1248x770@El%20Correo.jpg)
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Más de 300 personas se prostituyen cada día en la capital alavesa. El 75% se distribuye por un centenar de pisos, alrededor de setenta mujeres ejercen en clubes y, en la actualidad, sólo hacen rotondas cuatro chicas. Estas últimas probablemente sean las más vulnerables de ... una práctica que continuará en un limbo legal después de que, la semana pasada, el Congreso de los Diputados fuera incapaz de acordar medidas concretas. El proxenetismo, la explotación laboral y la trata de seres humanos sí se persigue. Mientras que ejercer o pagar por servicios sexuales está despenalizado.
Esa discusión parlamentaria las ha devuelto momentáneamente al foco mediático. Curadas de espanto, apenas han seguido los tiras y aflojas de los grupos políticos. «Mira, tú y yo sabemos que si no llega a ser por este tema no me hubieras llamado. Hagan las leyes que hagan nada va a cambiar», espeta Luna (nombre ficticio), treintañera con «una década» de experiencia a cuestas. Hoy duerme en Vitoria. La próxima semana se trasladará con una aplicación de viajes compartidos a Bilbao, donde permanecerá «dos semanitas». De ahí enfilará a otras plazas del norte de España. Un 'tour' constante. Sin jornadas libres, salvo cuando tiene la menstruación.
Luna tiene alquilada una habitación en un discreto edificio de un nuevo barrio de la capital alavesa. Abona «casi 200 euros» por una quincena. En cada vivienda suele haber un máximo de tres chicas. «Tenemos la nevera dividida por estantes, como un piso de estudiantes. Es lo habitual», relata.
300personas practican la prostitución a diario en Vitoria. Es una población flotante y que a veces sube hasta «unas 450».
100pisos donde se ejerce la prostitución, lo que dificulta el seguimiento por parte de la Ertzaintza y de las ONGs.
6clubes y «bajeras» -locales a pie de acera- operan todavía en la ciudad. Antes de la pandemia había nueve.
4chicas en rotondas. Se trata de «tres nigerianas y una rumana». En 2015 había una quincena. Son las más vulnerables.
Lo que queda claro es que la pandemia ha traído algunos cambios colaterales a esta práctica que, en lo esencial, se mantiene inalterable a lo largo de los años. Mientras los clubes de alterne han pasado de nueve a seis, los domicilios particulares se han multiplicado. Luna, Laia, Malena, Natalia, Valentina... todas usan esta opción por «comodidad» y «porque te da más libertad de movimientos». Todas niegan tener un proxeneta detrás.
Este trasvase ha activado alarmas en la Ertzaintza o en ONGs como Gizarterako (especializada en ayudar a mujeres que practican la prostitución). «Hay más dificultades para llegar a ellas y ofrecerles ayuda porque ahora están más ocultas», alerta Edurne Calvo, portavoz de este colectivo.
La Policía autonómica, siempre vigilante, cuenta con un equipo que las visita puerta por puerta. «El cometido es obtener información, detectar delitos y, sobre todo, posibles víctimas de trata para liberarlas», esboza Iñaki Arteaga, comisario jefe de Investigación Territorial de Álava y responsable de la Comisión Estable contra la Trata de Seres Humanos de la Ertzaintza. Desde 2015, este cuerpo ha completado 29 operativos en el País Vasco, con 55 víctimas liberadas y 59 investigados.
Sus agentes de campo han constatado otra tendencia relevante: el espectacular aumento de transexuales. En Vitoria ya rondan el 25%, cuando en 2018 representaban el 6%. «Somos las grandes olvidadas por las ONGs, que se centran en mujeres biológicas. Para nosotras apenas hay más salida que esta», se queja la brasileña Laia (nombre ficticio), que lleva «más de quince años» en este submundo y declara tener «treinta y tantos».
Cruzó el Atlántico como otras tantas. Ni ella ni la quincena de trabajadoras del sexo con las que ha contactado este periódico dan detalles sobre esa etapa. Desde la Brigada de Extranjería de la Policía Nacional aportan algo más de luz. «Antes, las mafias que las traen les cobraban deudas de hasta 30.000 euros». En la actualidad, ese impuesto revolucionario «ha bajado a unos 3.000 euros». Una rebaja con trampa. «Se comprometen a devolver ese dinero con los servicios sexuales, pero les caen multas por todo para retrasar su libertad. Aparte de que también intentan engancharlas a las drogas», reflejan agentes especializados. Estas víctimas «siempre tienen miedo a denunciar». También porque sus proxenetas las amenazan con denunciarlas por encontrarse «en situación irregular».
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En Vitoria, esta población fluctuante puede alcanzar picos de «450 personas» en momentos concretos, cifran desde Gizarterako. «La mayoría de las chicas son latinas», añaden. «Pese a la guerra en Ucrania no hemos detectado ninguna de esa nacionalidad». La más veterana cuenta 68 años y ejerce en una «bajera», como denominan en la Ertzaintza a los clubes a pie de acera.
Todas sin excepción se anuncian en internet, una ventana infinita que aúna lo mejor y lo peor del ser humano. Sorprendentemente tienen «mucha demanda» por las mañanas. Y la mayoría echa el cierre a las once de la noche. «Para no generar problemas en sus comunidades de vecinos», explican desde la Policía autonómica. El piso confiere «confidencialidad» e «impunidad».
Viernes, 22.05 horas. Una espigada africana se coloca en una rotonda de un polígono industrial. Está sola. Escruta cada coche que pasa a su lado. Es una de las cuatro chicas que ejerce en una rotonda. Cuando le preguntamos por su situación mira temerosa a los lados, se excusa en inglés y da media vuelta. Apenas un par de minutos después se sube al coche de un cliente.
Pongamos que se llama Deisi. Nació hace «unos treinta años» en un país latinoamericano. Cruzó el charco «medio engañada» y durante «varios años» dedicó la mayor parte de sus ganancias a solventar la deuda contraída con las personas que la trajeron, de las que nada quiere comentar. «Espero que lo entiendas», se excusa. Deisi gira por varias ciudades del entorno, pero mantiene su hogar en Vitoria. Tiene un hijo menor de una relación «ya acabada». Ese pequeño está escolarizado en un colegio concertado. «Siempre que estoy en la ciudad le llevo a clase como una madre más, que es lo que soy. ¿O no es así?», requiere.
Aunque su vida no ha sido fácil, tampoco proyecta cambios a corto plazo. «Sé que puede sonar raro. Hay muchas chicas explotadas, que lo pasan fatal, que les hacen perrerías, pero yo ya no concibo vivir de otra manera mientras siga teniendo clientes que, por cierto, los hay a patadas».
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