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Los almacenes y comedores sociales del territorio alavés cada vez tienen más trabajo. Las consecuencias económicas de la pandemia del Covid-19 ya se dejan notar y, por ejemplo, el Banco de Alimentos de Álava ha visto dispararse su cifra de usuarios hasta los 3. ... 891 únicamente durante la primera semana de mayo, 240 más que el 30 de abril. Otras entidades solidarias como la Cruz Roja, el Banco de Alimentos de Álava y el proyecto Berakah se esmeran en atender las necesidades de cada vez más familias golpeadas por el paro en un contexto marcado por esta emergencia sanitaria. Hay más alaveses hambrientos que a principios de marzo, lo que provoca que cada vez entren más palés de ayuda a depósitos como los del Banco, en Jundiz, y los de Cruz Roja, en Oreitiasolo.
Los almacenes del Banco de Alimentos y la Cruz Roja reciben estos días más donaciones de productos de lo habitual, tanto secos como frescos. «Antes dábamos unos 10 kilos por persona cada tres semanas, y ahora alcanzamos la cifra de 24,4 kilos», explica José Andrés Gabilondo, vicepresidente del Banco alavés. Mientras, los voluntarios de Cruz Roja quintuplican sus esfuerzos para hacer frente a la nueva demanda y, además, adquieren nuevas funciones. Entre ellas, hacer llegar los menús de 132 antiguos usuarios de los Comedores de mayores municipales a sus casas. Incluso se plantean utilizar otro almacén de Oreitiasolo para encarar el gran reto organizativo que prevén en las próximas semanas.
Las reuniones en comedores como el de Desamparados se han sustituido por entregas de tápers. Únicamente el comedor social municipal de los Arquillos continúa abierto en el estado de alarma. Se inauguró el 1 de marzo, por lo que apenas ha conocido otra rutina. Los usuarios de sus 30 plazas, personas derivadas por los servicios sociales y en situación de exclusión residencial, comparten el espacio por turnos -entre los cuales mesas y demás utensilios se desinfectan por completo- con doce usuarios del Aterpe. La clave está en seguir atendiendo a las personas que lo necesitan, por lo que se trasladó a la antigua residencia a parte de usuarios del centro de noche. En el comedor de Desamparados, sin embargo, optaron por echar el cierre al sótano al que se accede desde la calle Kutaisi al principio de la pandemia.
«Seguiremos repartiendo las comidas y las cenas al mediodía en la puerta hasta que no haya nuevas indicaciones,» explica Santos Gil, miembro del patronato de esta obra social. Estos días 50 personas aguardan sus raciones de comida caliente por turnos en la puerta, número alejado de las 90 que se acercaban hasta entonces. Parte de ellas consumen ahora menús cocinados en el CIAM de San Prudencio en recursos como el CMAS o el frontón Lakua, habilitado como hogar temporal para los sin techo de la ciudad durante este confinamiento en el que se nos pide permanecer en casa. Eso sí, en Desamparados ya piensan en cómo volver a servir la comida en las mesas en el futuro y, además, anticipan un crecimiento en el número de comensales.
«Parece claro, y es algo que dice la experiencia en etapas anteriores, que cuando se levante el confinamiento encontraremos un gran número de gente en situación de necesidad», avanza el expresidente de Cáritas, quien no olvida cómo la crisis de 2008 siguió llenando el comedor durante años. «En el periodo 2014-16 llegamos a tener 600 comensales al día en algunos momentos. Los más golpeados serán quienes tenían ocupaciones temporales», lamenta.
En el Casco viejo, los voluntarios del programa Berakah se esmeran en seguir recopilando alimentos para las 200 familias que ayudan de forma habitual. Entre ellas se encuentran inmigrantes y situación irregular y familias con dificultades para alimentar a sus hijos. «El caso típico es el de las personas que limpiaban un portal pero han perdido su trabajo, o el anciano al que cuidaban han fallecido...», explica Fidel Molina, responsable del proyecto. En las últimas semanas un equipo de profesores voluntarios de Urkide ha dejado comida para un mes en sus casas, pero los usuarios ya han vuelto a retirarla por sí mismos y, a partir del 1 de junio, volverán a disfrutar de platos preparados. «Van llegando familias que antes no venían, esto empeorará», advierte Molina. Así mismo, parroquias como la de San Pablo, en Ariznavarra, buscan la forma de seguir ayudando a una veintena de familias tras haber agotado sus recursos.
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