Las postales del progreso en Álava

La llamativa tarjeta de Areitio, indicativo de pujanza económica, también de añoranza de la Vitoria que fue, figura entre las más de mil repartidas en las 498 páginas del sexto volumen del 'Catálogo General de la Tarjeta Postal en Álava', una suerte de enciclopedia ilustrada provincial. Son cientos de cartulinas rectangulares en papel rígido y doble cara -un anverso con imagen y un reverso generalmente en blanco para escribir en él cualquier mensaje pertinente- que se enviaban al destinatario por correo.

Es un abrumador trabajo de recopilación y catalogación, empeño de tres entusiastas coleccionistas vitorianos ya jubilados, Jesús Gómez Ugarte, Juan José Zurro y Maximiano Garcés de los Fayos. Les ha llevado cinco años con una pandemia entre medias y les deja la satisfacción del deber cumplido y quizás el lamento de un esfuerzo no suficientemente correspondido. El libro, cuya presentación será el miércoles a las 19.00 horas en la Casa de Cultura Ignacio Aldecoa, lleva por título 'Las tarjetas postales publicitarias y de la vida social en Álava 1901-1970'. Los autores ya se han puesto manos a la obra con el propósito de sacar más pronto que tarde, pero no antes de un año, la séptima entrega de una colección de diez. Con similar enfoque, el próximo versará sobre colegios, escuelas, seminarios y la construcción de la Catedral Nueva.

«Llevo cincuenta años comprando archivos de negocios, familiares, particulares... Así como hay quien se va de vacaciones a Benidorm y se gasta el dinero, yo adquiero documentos, postales, fotos... De esta manera es como obtengo todo tipo de cosas». Gómez acaba de cerrar por edad La Casa del Coleccionista en la calle San Antonio, un rincón más atiborrado y fascinante que el mismísimo camarote de los Hermanos Marx. Y su fiel escudero Zurro también ha dejado de vender sellos y monedas en su Filatelia Vitoria, en Postas. Ahora disponen de más tiempo para avanzar en sus felices embarcadas.

El tomo, que saldrá a la venta en breve en las librerías habituales, es un recorrido vital y visual, sin salir de casa, que descubre a golpe de tarjeta curiosas imágenes de la hostelería, el ocio, el comercio, la industria, las artes gráficas, las amuebladoras, la sanidad, los servicios, la vida militar y el deporte en Álava a lo largo de buena parte del siglo XX. «Al reproducirse todas estas postales que cuentan con ilustraciones de Vitoria y la provincia, el libro constituye una amplia e interesante recopilación de la época y por añadidura una interesante aportación a la historia local», aseguran sus creadores. Hay mucha dedicación detrás pero también una ingente búsqueda de material que llega finalmente a manos de este trío por medio de compras entre particulares, cesiones, intercambios, subastas... Alemania y Francia aventajan a España en tan singular coleccionismo. El primer ejemplar data de 1888.

El álbum de postales alavesas no deja se sorprender a cada página que uno pasa en un recorrido de lo rural a lo comercial e industrial. Del pueblo a la ciudad. «Hay muchas inéditas y todas tienen algo». El valor de cada una lo determina la rareza, una escala del 1 al 10 que tiene que ver con la dificultad, la edición, el diseño, etcétera. Gómez ayuda a quedarse ensimismado con algunas de las mejores. «La de Almacenes de Música y Pianos de Eduardo Pérez en la plaza Nueva (hoy de España) es una joya de 1918». Muestra el escaparate de la tienda, el dueño y unos chavales. «Se la encargaron a una casa de Madrid, a la mejor de la época, la de Hauser y Menet». También repara el coleccionista en otra del Taller-Casa Servando, en San Prudencio, un retrato colectivo de los cincuenta empleados. «Igual alguien encuentra en ella a su abuelo».

La fábrica de billares rusos de Teodoro de Aguirre, en la calle Cuchillería, se distinguió por una cartulina de 1935 que es en realidad un dibujo a color con unos tipos jugando sobre una mesa. «Llama la atención», dice Gómez, como la del Laboratorio Llano, protésico dental con clínica en Manuel Iradier, 5. «Es una tarjeta doble, muy poco habitual», añade el coleccionista, que hace bien poco pagó 90 euros por un ejemplar de una carpintería local. «Las tarjetas turísticas, con paisajes, edificios y demás, se suelen guardar porque además llevan escritos mensajes familiares. En cambio, las publicitarias se tiraban, como si carecieran de importancia. Han desaparecido muchísimas. Es una pena», se lamenta Gómez, un tipo que como sus amigos lo guarda todo y le da una segunda vida.