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No aparece en los títulos de crédito de 'El silencio de la ciudad blanca' pero el Casco Medieval vitoriano debería constar entre los actores principales de la película que se estrena el 25 de octubre en la gran pantalla. Sus calles, la muralla y algunos ... de sus edificios icónicos, desde la catedral de Santa María a la Casa del Cordón, interpretan un papel protagonista en una cinta donde la capital alavesa brilla. Y lo hace, sobre todo, a la luz de las farolas –y de los faroles en procesión– porque la mayoría de las escenas donde se reconoce a la ciudad están rodadas de noche o madrugada. «Lo que más me ha gustado de la película es Vitoria, igual es porque soy de aquí, pero creo que sale muy bonita», resumía este jueves Haizea Ruiz, 'krakeniana' confesa y una de las primeras espectadoras del largometraje que firma Daniel Calparsoso, a la salida del Palacio Europa.
El murmullo se repetía en el auditorio María de Maeztu cada vez que saltaba alguna imagen de la ciudad. Daba igual que fuera la calle Dato, con la cámara dirigida hacia sus reconocibles miradores, o Los Arquillos, el primer punto de Vitoria que sale a escena en la cinta protagonizada por Javier Rey y Belén Rueda. Él, en la piel de Kraken, corre por el pasillo que ideó Olaguíbel para salvar el desnivel desde la colina hacia el Ensanche y termina su ruta en la balconada de San Miguel. A su espalda, se ve la hornacina iluminada de la Virgen Blanca. A sus pies, la plaza ofrece la clásica postal de Vitoria mientras se despereza con el ruido de una barredora. Las carreras fuera de servicio de Unai López de Ayala (Rey) y Alba Díaz de Salvatierra (Rueda) y las persecuciones por la 'almendra' se repiten a lo largo de la película y sirven de tarjeta de presentación de uno de los paseos obligados para el turista.
La adaptación cinematográfica de la novela de Eva García Sáenz de Urturi serpentea por caños y calles gremiales que siempre, por muy apacible que se intuya la noche, se muestran mojadas. Un paisaje cubierto de piedra, y que sólo rompe algún pedazo de mural, que da idea de los siglos de historia que atesora la antigua aldea de Gasteiz. Pero si hay un rincón donde los ertzainas protagonistas se quedan sin aliento es la 'catedral nueva'. Allí tratan de cazar al culpable de los asesinatos que tienen aterrorizada a Vitoria. «Me parece que la ciudad sale muy chula pero la persecución por los tejados de la catedral es espectacular, una pasada», destacaba Xabi Maldonado, otro de los asistentes privilegiados al estreno, a la hora de elegir un momento del largometraje. El preferido, casualmente, de Javier Rey. El templo se asoma enorme, kilométrico, en la gran pantalla, con sus vidrieras a todo color, en otra estampa nocturna de la capital alavesa.
La ciudad que retrata Calparsoro parece vivir de noche y, a pesar de que la trama transcurre en plenas fiestas, el largometraje con el sello de Atresmedia sólo da unas pinceladas de lo que ocurre durante La Blanca. Eso sí, el espectador se encontrará con algunos de los imprescindibles en esas fechas, como la Bajada de Celedón –una ruidosa escena donde se encadenan los cohetes y los gritos de alegría– o la Procesión de los Faroles, que ofrece una 'instagrameable' vista de la plaza de la Virgen Blanca con la parroquia de San Miguel en lo alto. También se ve el multitudinario paseíllo en el 'día del guarro' pero quienes lo tomen como reclamo para descubrir la capital alavesa se llevarán un chasco. Y mientras Vitoria se divierte, o lo intenta con un asesino suelto por sus calles, la Ertzaintza continúa su trabajo en la comisaría que el cine recrea en las oficinas municipales de San Martín, un edificio difícil de reconocer desde su interior.
'El silencio de la ciudad blanca', que realiza continúas referencias a lo local, desde la pastelería Goya a la clínica Arana, se alimenta sobre todo de exteriores y no sólo de Vitoria pues se escapa también a la zona rural. Un campo que arroja la instantánea típicamente vasca de caseríos, verde y montañas que tanto explotaron taquillazos 'made in Euskadi' como 'Ocho apellidos vascos' y que suelen traer los turistas en sus cabezas.
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