![Un vitoriano en la Luna](https://s3.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/202211/20/media/cortadas/tranvia-zabalgana-kElH-U180768639941R9D-1248x770@El%20Correo.jpg)
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Si un astronauta vitoriano que hubiera abandonado la ciudad en 1997 camino de la Estación Espacial Internacional volviera de nuevo al planeta 25 años después y abriera las páginas de EL CORREO se preguntaría: «¿Pero aún siguen a vueltas con el tranvía en Vitoria? ¿Todavía ... están a la gresca el Gobierno vasco y el Ayuntamiento?».
Con toda seguridad, a nuestro cosmonauta, como a mí, le entrarían unas ganas locas de volverse al espacio por otros veinticinco años pensando que en Vitoria siguen viviendo el día de la marmota, como Bill Murray en Punxsutawney, Pensilvania. Que da lo mismo quien gobierne. Que es igual si hay crisis o bonanza económica. Y pensaría, con toda la razón del mundo, que es más fácil viajar al espacio interestelar y desplegar un telescopio espacial para observar los confines del universo que transitar en Vitoria sobre los raíles de un tranvía hacia Zabalgana.
La historia del tranvía en Vitoria es la crónica de un parto infinitamente largo y doloroso, con roturas de aguas adelantadas, dilataciones y cesáreas múltiples y sin epidural que alivie los dolores. Cada nueva línea del tranvía ha debido sufrir reuniones eternas, padecer comisiones de estudio interminables y soportar todo tipo de ocurrencias e improvisaciones, como para llenar una docena de tomos del Larousse.
El primer tranvía nació muerto, como seguramente recuerdan. El proyecto no pareció convencer al alcalde Cuerda, por aquel entonces, pese a que el Gobierno vasco corría con todos los gastos; como en esos hoteles de Punta Cana donde te anudan una pulserita a la muñeca y te pones hasta las cartolas de beber y comer a todas horas. Pero, más chulos que un ocho, hicimos de bilbaínos por una vez en nuestra vida y rechazamos que nos pagaran la ronda. ¡Será por dinero!
Vitoria dijo no. Y, como dice Robert Redford en 'El Golpe', siempre que nace un primo, nacen dos listos para estafarle. Y, ¡cómo no!, nuestros vecinos bilbaínos se llevaron el gato al agua y el tren chu chu a Bilbao. La ocasión la pintaban calva y se marcaron un 'toma el dinero y corre'.
Allí, en el Botxo, no es que hiciera mucha falta el tranvía. Pero a caballo regalado no le mires el diente, pensaron con clarividencia. Y mientras aquí discutíamos de si eran galgos o podencos, en Bilbao cogieron el rotulador, trazaron los planos en un abrir y cerrar de ojos y se hicieron con la inversión multimillonaria. A la buchaca.
Tras aquel rotundo fracaso para la ciudad, hicieron falta toneladas de paciencia y más de diez años para recuperar para Vitoria el mismo proyecto inicial, el rechazado. Con una sutil diferencia, por supuesto. Esta vez habría que pagar un ojo de la cara porque el viaje ya no era 'all Inclusive'. Vamos, que 'pa' los tontos, mierda', que decía la Lina Morgan. Tuvimos que echar mano a la hucha y endeudarnos para afrontar la puesta en marcha del Lakua-Angulema. ¡Qué se le va a hacer! Es lo que tiene el diletantismo en la gestión.
Entre medias, como nos aburríamos con el trenecillo y no sabemos estar quietos, decidimos cambiar de caballo en mitad de la carrera del Aintree Grand National. Y abandonamos la moda de los raíles por la del bus eléctrico. Y nos pusimos a enredar con el autobús inteligente -el BEI lo llamaron-, con el vano afán de que un vehículo inteligente cubriera la carencia de inteligencia de sus promotores.
Y oigan, se descoyuntó la ciudad de cabo a rabo y se iniciaron unas obras de la de Dios es cristo, que parecía que el Ayuntamiento se había empeñado en buscar un tesoro en el subsuelo de la ciudad, como hiciera en Madrid Ruiz-Gallardón. Y redujeron las vías de tráfico y se habilitaron unos nuevos carriles que despistaban a propios y extraños creyendo que eran de pago. En el asfalto, pintado con letras enormes, habían escrito la palabra Tuvisa, y los turistas y muchos locales llegaron a pensar que había que pagar el peaje con la tarjeta de crédito.
No bien inaugurado el BEI, volvimos a los raíles nuevamente. Y así, con cada estirón del niño, regresamos a los dolores musculares inherentes al crecimiento. Vuelta con la burra al trigo de las reuniones inacabables, las nuevas alternativas imaginativas y los dos huevos duros más de la oposición.
Hasta que esta misma semana, tras un compás de espera inquietante, la montaña parió un ratón. Y nos enteramos de que el Gobierno vasco tiraba para Lovaina y San Martín, mientras el alcalde iba para Quintanapalla. Y para qué quieres más. Ya tenemos el enésimo lío servido y a toda plana en el periódico.
El primo de Zumosol de Lakua le dice al alcalde que se va a comer el tranvía con patatas por medio del barrio de San Martín. Y que si no traga, le hace un 'sinpa' y se queda sin nueva línea a Zabalgana. Y el alcalde responde que algo tendrá que decir. Que le van a quitar en mayo porque no da bien en las encuestas, pero que hasta que no sale la gorda no se acaba la ópera. Y que respeten al Ayuntamiento, que no quiere que el barrio de San Martín, alegre, castizo y popular, se transforme en un barrio en pie de guerra.
Y digo yo que no sé quién tendrá más culpa, ni quién llevará más pecado. Si el Gobierno, que dice que la solución fue acordada en junio de 2021, o el alcalde que anuncia un colapso de tráfico si esa línea atraviesa Abendaño. Y es que las huestes de Arriola, como entran a Lakua por la Vitoria-Eibar, no van mucho por las calles de los pintores.
No es extraño que nuestro astronauta vitoriano acabe volviéndose a la Luna. Aunque se verá obligado a iniciar el viaje desde el Parque Tecnológico de Zamudio porque, como saben igualmente, el Gobierno vasco ha rechazado incorporar el Parque de Miñano a la propuesta de candidatura de sede de la Agencia Espacial Europea.
Y es que la alegría dura poco en casa del pobre. Donde lo mismo te quitan la sede de la ESA, que te eclipsan al alcalde de un día para otro, que te llenan Gardélegui de fibrocemento para hacerle la campaña a la nueva candidata. Cuerpo a tierra, se dirá compungida, que vienen los míos.
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