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Creo en los derechos individuales como viga maestra de la libertad. Igual que en la conveniencia irrenunciable de regular ciertas cuestiones por ese bien general ... que consiste en vivir dentro de una armonía comunitaria. De ahí que a un abogado de la conciencia particular y reflexiva, como este columnista, le apasionen la Sociología y las Ciencias Políticas. No el 'politiqueo' de quienes se aferran al tronco de las organizaciones para libar savia hasta el juicio final. Traduzcan por prejubilaciones en la cosa pública o contratos relevo que ocuparán las canteras de los partidos, seres que empiezan por oler cargos orgánicos para aspirar con el tiempo, peloteos y una caña a los puestos institucionales.
Vale, me he ido por las ramas altas tóricas y mejor resultaría descender a las raíces concretas. Pongamos que se habla de los patinetes eléctricos llegados al asfalto con ánimo de permanencia, tan ligeros y útiles en las manos de sus usuarios como peligrosos para los 'tancredos' de ambos sexos que pueden caer en sus pitones maléficos. No alcanzo a escribir de alarma social, pero sí de una inquietud que sólo discuten sus propietarios. A este ritmo creciente de pequeñas ruedas motorizadas irán a más los pacientes de Traumatología y los quirófanos que parecen serrerías óseas.
El municipio donostiarra fue el primero de Euskadi en pisar el freno del desvarío. Y le ha secundado el Ayuntamiento vitoriano, que acaba de elaborar una ordenanza a modo de boceto para que cuando la autoridad competente, digamos DGT, tenga a bien regular el tránsito de unos patinetes más rápidos de cuanto aparentan. Y, qué quieren, aplaudo estos anticipos temporales -nada de circular por las aceras y avance a veinte por hora en bidegorris y carreteras de velocidades calmadas- mientras el Estado mantiene en el desván de los sueños una legislación sobre ruedas en toda regla.
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