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El 17 de marzo de 1879 el diario El Liberal de Madrid publica una amplia crónica sobre un asesinato múltiple ocurrido en Betoño en ... la noche del 4 al 5 de febrero de ese año. José Sarria, propietario de la venta del Grillo, un establecimiento de bebidas y comidas aún en pie -actualmente el Asador 10 Erretegia-, es hallado muerto en la cuadra con heridas de arma blanca en el cuello y la cabeza, al lado de uno de sus caballos que yace herido. En la cocina aparece también sin vida Isabel Lafuente, esposa de José. En el piso de arriba encuentran cosida a puñaladas a una joven de 16 años, Agapita Zornoza, una criada que llevaba apenas un mes al servicio del matrimonio.
Los vecinos de Betoño se habían extrañado de que las puertas de la venta estuvieran cerradas aquella mañana. El establecimiento era muy popular y estaba situado en una de las vías más utilizadas, la carretera a Gipuzkoa y Francia. El alcalde de Betoño esperó hasta las 12 para dar cuenta a la Justicia vitoriana. Una comisión judicial se desplazó hasta el lugar para abrir la investigación y levantar los cadáveres. Los cuerpos presentaban horribles heridas hechas con un cuchillo que el asesino o asesinos dejaron sobre el mostrador.
La reacción de las autoridades, que soportaban en aquellas fechas los espantosos crímenes del Sacamantecas, no se hizo esperar y se comenzó a detener a todos los sospechosos que habían sido vistos merodeando el lugar. Pero el juez los dejaba libres a medida que presentaban sus coartadas.
La deserción de dos soldados de artillería vistos a la hora del cierre del bar en Betoño en la tarde del día 4 desató una persecución que tuvo como resultado su detención en un pueblo de Gipuzkoa. Una multitud llena de ira los esperaba en la estación de Dato. Así que la policía paró el tren en el paso a nivel de la calle Rioja y se los llevó a la cárcel de Paz para impedir cualquier linchamiento. Se llamaban Agustín Milla y Antonio Zabaloyas. Confesaron que sí habían pasado por Betoño pero siguieron el camino hacia Landa, donde pernoctaron, y la frontera francesa. Fueron puestos a disposición de la autoridad militar.
El Liberal destaca la figura de un alguacil vitoriano, Pío Fernández de Pinedo, que luego se hará mucho más famoso por detener a Juan Díaz de Garayo, el Sacamantecas. La sagacidad de este Sherlock Holmes vitoriano lo convertía en un tipo muy hábil y con olfato criminalístico. «Antes de abril», contaba la crónica, «sin embargo, conocía ya Pinedo, el famoso alguacil del Ayuntamiento de Vitoria, el rastro de los autores del crimen de Betoño y preparaba su captura. A Pinedo, en estas averiguaciones como en las que motivaron la prisión de Garayo, se deben los primeros pasos dados con acierto. Sería injusto disminuir la gloria que le corresponde y el mérito que contrajo. Una sospecha; menos todavía, una buena inspiración puso en sus manos los hilos del misterio, días después del crimen».
El periodista Francisco de Asís Pacheco, que firma la crónica, hace una entrevista a Pinedo y este desvela que fue la actitud de Dominica Regúlez durante los funerales de la familia Sarria lo que le llamó la atención. «Sollozaba como podría hacerlo una madre que hubiera perdido a su hijo. Sus voces me obligaron a reparar en ella. Y era Dominica, una gran cómica, con antecedentes deplorables, con una vida irregular y desordenada. Entre toda la mala gente era de las peores. No tenía relación con la familia de José Sarria. No era una mujer compasiva. ¿Qué significaban sus llantos? Sin duda le interesaba aparecer sumida en un profundo duelo por las desdichadas víctimas de Betoño; sin duda, pugnaba por apartar toda sospecha de complicidad en aquel crimen. Sin duda, había contribuido a cometerlo o conocía a sus autores. Así lo pensé y este fue el punto de partida de mis investigaciones».
Pinedo se fija en el entorno de la mujer y cree que la clave está en que alguien cercano cuente algo. Lo consigue porque sigue los movimientos de toda la familia y descubre el extraño comportamiento del que va a ser el testigo clave: la hijastra de Dominica, hija del hombre con el que convive en un piso de Vitoria, Lorenzo Abajo. El alguacil comprobó que Marta, que así se llamaba, fue llevada a Estarrona de repente a trabajar en una casa, cuando había conseguido un buen trabajo en una sastrería vitoriana donde ganaba mucho más. Pinedo creía que habían tratado de alejarla porque había oído algo. Y dio en el clavo. Cuando pudo interrogarla conoció que ella había oído y visto en su casa cómo se había urdido un plan para robar en la venta de Betoño entre varios pero la reacción de José Sarria, que se negó a darles el dinero, precipitó los asesinatos. El botín que se repartieron fue de apenas 185 pesetas.
En ese plan estaban compinchados la propia Dominica, su compañero Lorenzo Abajo, Juan Pérez Regúlez, el hijo de la mujer, y los hijos del pastor de Estarrona, Venancio López Pérez y Santiago López Pérez, que eran a su vez cuñados de Juan. Posteriormente, apareció Mateu Serra, al que llamaban 'el catalán', un músico militar, y Segundo San Nicolás, 'el churrero'. Según quedó registrado en la sentencia fue 'el catalán' el autor de las cuchilladas que acabaron con las tres víctimas e incluso la del caballo.
Tras el juicio, todos fueron condenados a muerte menos Lorenzo Abajo, que no participó en los hechos finalmente. Dominica Regúlez, la inductora, fue indultada. Segundo San Nicolás acabó en el psiquiátrico. Los otros cuatro fueron ejecutados en el Polvorín el 27 de julio de 1882 ante un gran gentío.
Nuestro detective local no alardeaba de sus hazañas. Incluso cuando el Ayuntamiento decidió concederle una gratificación por la resolución de dos casos importantes como el del Sacamantecas y el crimen de Betoño decidió renunciar a ese dinero. El Ayuntamiento reclamó entonces al Gobierno civil que mediara ante el Estado para que gestionara una recompensa o una condecoración para el ejemplar funcionario. Se desconoce si la propuesta llegó a buen puerto pero en 1885 seguía como alguacil según testifica una foto del Archivo Municipal de Vitoria.
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