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La parroquia de El Pilar tiene dos caras. De un lado, su ladrillo uniforme hace que parezca tosca. Por el otro, seis pintadas de llamativas tonalidades verdes, azules y púrpuras proporcionan al viandante una imagen luminosa. Esa perspectiva cambiante es reciente porque los frescos son ... relativamente nuevos. Se concibieron para conmemorar los 50 años de la Iglesia y con el objetivo de repasar la evolución de las últimas seis décadas de este sector. Han sustituido a otros más antiguos pero representan toda una vida marcada por la inmigración (nacional e internacional), el envejecimiento de sus residentes o la Virgen de Zaragoza.
La idea de retratar su historia surgió hace ya algún tiempo. Los dibujos nacieron tras varios encuentros entre los agentes que conforman la red sociocomunitaria de El Pilar, integrado por la asociación de vecinos, el Bizan, el centro cívico, los comerciantes, colegios o los educadores de calle. Los trabajos de brocha gorda se iniciaron en verano y, este miércoles, por fin, en la inauguración oficial todos sus vecinos pudieron entender cada uno de esos lienzos que tanto les representan.
A la inauguración acudió el arquitecto del templo, Miguel Ángel Lazpita, el muralista Diego Berruete o la fotógrafa Rocío López -quien ha documentado todo ese proceso- además de la concejala jeltzale Miren Fernández de Landa, que está al frente del departamento de Gobierno Abierto y Centros Cívicos.
El huracán 'Kirk' obligó a trasladar el acto dentro de la parroquia. La visita exterior tuvo que esperar a que los vientos que azotaron ayer Vitoria hasta a 153 kilómetros por hora se relajasen, al menos durante unos minutos. Menos mal que Lazpita diseñó la parroquia con forma de refugio, porque, así, aquí todos se sienten en casa. «Es un espacio de referencia para cada una de las familias del barrio, es donde se unen las distintas entidades», explicaron los vecinos que han participado en el proyecto, que, con sus palabras, justificaron la ubicación de las pintadas.
El punto de partida sitúa al peatón frente a un campesino con dos bueyes y un cartel de bienvenida. «Entra usted en polígono 2. Buenos días». «Antes de que se nombraran las zonas de la capital alavesa tal y como las conocemos ahora, el barrio se conocía de esa forma. Polígono 2», matizó Berruete. ¿Cuándo cambió de designación? «En realidad, la iglesia de la calle Puerto Rico acabó por nombrar a todo un distrito», añadió. Y es que por aquel entonces había pocos distintivos más. La expresión «aquí antes todo era campo» cobra sentido, se vuelve literal.
El recorrido está formado por seis paradas. La segunda muestra la primera oleada de inmigración. Los residentes que se convirtieron en «nuevos vitorianos» procedían de las zonas limítrofes de Navarra, La Rioja o Cantabria, aunque, en su mayoría, venían de Castilla y León. Sólo con una maleta y en busca de un futuro mejor se asentaron a la vera de las fábricas de Michelin, Forjas Alavesas o Galycas.
Jugar en la calle también les marcó una identidad común, así como reunirse en fiestas (precisamente se celebran ahora, hasta final de semana), donde antes se sacaba a un 'satorrra' (topo, en euskera) como mascota. Ese era un momento en el que se podía apreciar esa multiculturalidad. Hoy sigue siendo visible la mezcla de nacionalides.
Ahora bien, hasta llegar al último mural, que proporciona una imagen actual del barrio, hay que cruzar delante de un dibujo especialmente emotivo. Es la mirada de un hombre al que se le agolpan los recuerdos, y que se mezcla con la iconografía de Nuestra Señora del Pilar. «La tradición marca que hay que traer a la Virgen a los niños recién nacidos», comentó el artista. «Yo aún tengo que hacerlo con el mío», se recordó, mostrándose cercano con el público que acudió a la presentación.
Lazpita llegó acompañado de su nieto, también arquitecto, Aitor Izura. Como familia creadora de esta icónica construcción, ellos también han sido partícipes de este proceso de homenaje al barrio y a la parroquia. Izura remarcó que su papel en estos últimos meses ha sido «dar perspectiva» a unas ideas que «no tenían cohesión, pero sí propósito». Conceder esa visión era importante porque el edificio «divide dos calles, un barrio y genera diferentes visiones durante el paseo». Lo dicho en un inicio.
Por su parte, Lazpita trató de rememorar algunos de los porqués de su diseño primigenio. Por ejemplo, los confesionarios son independientes a la iglesia para que los fieles tengan más intimidad. O, las vidrieras están colocadas de tal forma que transmitan emoción y serenidad. «Eso es lo que intentamos. No sé si lo conseguimos. Tenemos cosas muy buenas y, ahora, unos murales preciosos. Aunque no sé si eso es suficiente para que un padre esté orgulloso de su hijo», concluyó, animando, de alguna forma, a que nunca se deje de trabajar en este espacio.
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