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La historia no se repite, pero hay algunos episodios cíclicos de tremendo parecido. Por ello, echar un vistazo al pasado resulta de utilidad para saber cómo afrontar el presente. Los hechos que la humanidad vive en la actualidad, guerras, crisis o epidemias devastadoras, son viejos ... conocidos, aunque los de ahora tengan nuevos condicionantes. Sólo hace falta asomarse a los libros de historia o consultar a los historiadores para percatarse de que algunos de los hechos del presente son calcados a otros sucedidos tiempo atrás.
La peste, el cólera, el tifus o la mal llamada gripe española también causaron epidemias que recuerdan en algunos aspectos a la actual pandemia de coronavirus que ya ha segado la vida a más de un millón de personas en todo el mundo. Con los historiadores de Álava Medieval Isabel Mellén y Ander Gondra retrocedemos al pasado para recorrer el primero de estos terribles escenarios, el de las pestes de los siglos XIV, XV y XVI y sus diferentes brotes.
Se conoce la existencia de epidemias desde los tiempos de Grecia y Roma, aunque ninguna con los efectos devastadores de la medieval Peste Negra. Algunos estudios, según recoge Saturnino Ruiz de Loizaga en su último libro, calculan que «la pestilencia», como era conocida en la época, acabó con un tercio de la población europea y peninsular, por lo que es considerada como «la más mortífera epidemia». Irrumpió con fuerza en Europa en 1346 y hubo varios brotes en los siglos XVI y el XVII, contándose hasta cinco epidemias que afectaron a Álava, señalan los expertos de Álava Medieval. «Bajo el nombre de peste se engloban otro tipo de enfermedades que quizá no tenían que ver con la bacteria causante de este mal, la Yersinia Pestis, que no fue descubierta hasta el siglo XIX», explican Ander Gondra e Isabel Mellén.
Pero estas pestes surgieron en un momento en la que medicina tenía un limitado desarrollo y el diagnóstico fácil era la epidemia conocida. De sus efectos han quedado registrados para la historia varios hechos curiosos, como el sucedido el 1 de agosto de 1564, en Salvatierra. Ante el avance de la enfermedad «la villa cerró sus murallas a cal y canto», pero 'el mal negro' entró en la villa y «causó cerca de 600 fallecidos. Los difuntos enterrados en las iglesias eran tantos que el olor de la muerte recorría las calles, lo que obligó a tapiar las puertas y ventanas de los templos para contener los hedores. Ese día de agosto, un incendio originado en una vivienda se extendió a las colindantes y a gran parte de la villa hasta volverse inmanejable. Estuvo a punto de dejar Salvatierra al borde de la destrucción total. Algunas sospechas apuntan a que el fuego fue provocado para acabar con el terrible azote de la peste». Sin embargo, lejos de acabar con ella, contribuyó a expandirla por los pueblos del entorno, ya que «muchos vecinos huyeron llevando 'la pestilencia' a los pueblos del entorno, cuyos moradores rehusaron acogerlos, puesto que sólo traían consigo miseria y enfermedad».
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Un factor importante para contener las epidemias es la eficacia de la medicina y sus profesionales. Tenemos conocimiento de la situación del siglo XVI gracias el libro de Manuel Ferreiro y Juan Lezaun, en el que recogen la vida de 'Maese Francisco de Herrera, un barbero-cirujano en la peste de 1599 en Vitoria'.
El servicio de salud de la época también tenía «diferentes profesionales con distintos rangos y salarios. En lo más alto del escalafón estaban los médicos, todos universitarios y hombres, debido a la prohibición de las mujeres de asistir a la universidad. Nunca tocaban el cuerpo de los pacientes, ya que eran teóricos y se limitaban a hacer los diagnósticos y las recetas de los medicamentos», destaca Isabel Mellén.
Por debajo estaban «los prácticos y los barberos-cirujanos, que lo mismo te cortaban las barbas que te abrían en canal o te hacían pequeñas operaciones. Su conocimiento era práctico, se organizaban a modo de gremios y, por lo tanto, aprendían el oficio de otros maestros. En lo más bajo de la escala, en el siglo XVI, nos encontramos con los enfermeros y enfermeras, las personas que realizaban los cuidados básicos de los pacientes, que van desde cambiar las sábanas, curar heridas, administrar medicinas o, en caso de fracaso del tratamiento, enterrar a los pacientes y deshacerse de sus bienes».
Sin embargo, «en caso de peste en la ciudad los primeros que desaparecían de allí eran los médicos, por lo que el cuidado de los contagiados, su curación y la contención de la enfermedad recaía en manos de los barberos-cirujanos y enfermeros. Uno de los protagonistas en la Vitoria de la época fue Francisco de Herrera, barbero-cirujano. «En 1572, empieza a ejercer en el hospital de Santiago de la Plaza de Vitoria, que se ubicaba donde hoy está el Memorial de las Víctimas del Terrorismo. Era una especie de funcionario, ya que tenía un sueldo municipal por el cual debía atender de forma gratuita a los enfermos pobres», aclara Ander Gondra.
Con la llegada de la peste atlántica a Vitoria, en 1598, Francisco de Herrera estaría en «primera línea de batalla para paliar la enfermedad». Llegada por barco desde Flandes hasta Santander, esta epidemia barrio de norte a sur la península para volverse a reactivar y recorrer el camino inverso.
«Las primeras noticias de la existencia de esta peste en Álava datan del verano de 1596, aunque tardó dos años en llegar hasta las murallas de Vitoria, registrándose los primeros casos el 7 de agosto de 1598». Hace más de 400 años ya se tomaron medidas como «el aislamiento de la ciudad de Vitoria debido a que en las aldeas de alrededor la enfermedad campaba a sus anchas». Además, «para luchar contra la epidemia, el ayuntamiento de contrató a dos mujeres y dos hombres de Lekeitio para cuidar a los enfermos de las aldeas y enterrarlos en caso necesario». Al frente de ellos estaba Francisco de Herrera.
«Los enfermos o sospechosos de haber estado en contacto con los infectados eran hacinados en las ermitas del entorno de la ciudad. Los más graves se llevaban a la ermita de Santa Marina, mientras que los leves o los que habían mejorado, cumplían su cuarentena en la ermita de Santa Lucía, ubicada en el barrio de Vitoria que hoy recibe esta denominación. También sabemos que utilizaron otras iglesias y espacios para curar, y por supuesto aislar, a estos apestados, como la ermita de San Cristóbal, donde hoy está el barrio de igual nombre o la ermita y hospital de la dehesa de Olárizu», detallan Mellén y Gondra.
En ese contexto, Francisco de Herrera fue obligado a vivir junto a los afectados en las ermitas, por lo que estableció su residencia en la de Santa Lucía. Sus condiciones salariales mejoraron, pero a cambio «no podía entrar bajo ningún concepto en la ciudad, se exponía al contagio a diario y además perdía a sus clientes y pacientes habituales, ya que no podía entrar en Vitoria para atenderles, por lo que su negocio se iba resintiendo poco a poco». Además, al parecer, llegó incluso a dejar de percibir su salario, ya que «en julio de 1599 nos lo encontramos reclamando al ayuntamiento los ochenta y cinco días de sueldo que se le debían y que estaban todavía sin cobrar», ilustran los historiadores de Álava Medieval. Ello pudo deberse a la «autarquía, crisis económica y desorden que se generan en estos procesos de epidemia».
Si durante la actual pandemia la Policía vigilaba para que ningún vitoriano saliese de la capital, en el siglo XVI «las murallas se cerraron a cal y canto, prohibiendo a los vecinos entrar y salir de la villa, ni siquiera para un abastecimiento básico. En todas las puertas de la ciudad se apostaron guardias encargados de que no entrase nadie o al menos de vigilar la procedencia de los viajeros.
Si la epidemia se prolongaba mucho a lo largo del tiempo no faltaban vecinos que saltaban las murallas y huían, exponiéndose así a la enfermedad, pero evitando en cambio las hambrunas que a veces se desarrollaban por esta causa». Por ello, «el ayuntamiento llegó a publicar una serie de ordenanzas en las que se imponían castigos para aquellos que intentasen abandonar la ciudad, que iban desde los 'doscientos azotes' hasta 'so pena de la vida', según se iba haciendo más peligrosa y mortífera la enfermedad».
A pesar de las medidas y las contundentes sanciones, «la peste saltó las murallas el día 4 de noviembre de 1598. No se sabe si de peste u otra razón, «por un documento con esa fecha sabemos que en casa de María de Zárate, viuda vecina de esta ciudad, murió una mujer vieja. Por sospechar fuese de contagio, porque murió con mucha brevedad, se cerró el aposento donde se halló con su ropa y vestidos. Hasta que la dicha María de Zárate, temerariamente y de noche, ha hecho sacar la dicha ropa y vestidos y enterrarlos tras la iglesia de Santa María de esta ciudad, parte de ella, y parte ha hecho echar en un pozo que está fuera de la puerta de Arriaga».
«Este hecho provocó un gran escándalo en la villa, la ropa fue recuperada y quemada de forma pública y la mujer fue castigada por su temeridad al exponer al contagio a toda la ciudad». «Otra muerte repentina registrada el 8 de febrero de 1559 en una casa de Vitoria asustó tanto a las autoridades que desalojaron a los habitantes de la casa y los trasladaron al hospital de la dehesa de Olárizu a pasar la cuarentena», relatan.
Los expertos de Álava Medieval documentan casos de peste en junio de 1599 cuando «se notificaron casos de peste en tres casas en el barrio de la calle Nueva, en la zona este del casco histórico, por lo que una treintena de personas susceptibles de haber entrado en contacto con los enfermos fueron trasladados fuera de la villa, a Olárizu y San Cristóbal. El mal se extendió también por el barrio de Santo Domingo y de allí entró a la calle Cuchillería».
Ante el avance de la epidemia «el ayuntamiento llamó de nuevo a Francisco de Herrera, que no había quedado conforme tras su reclamación salarial, para atender de nuevo los improvisados hospitales extramuros de la ciudad, pero se negó. Para obligarle a cumplir le encarcelaron y le ataron con grilletes y cadenas.
En la prisión fue visitado por los regidores, quienes, 'con mucha persuasión', como dicen los documentos, consiguieron convencerle para que aceptase el encargo. También con la promesa de una subida de sueldo y la amenaza de los grilletes. Herrera fue destinado en esta ocasión a la ermita de San Cristóbal, pero debido a la virulencia de este nuevo brote el concejo se vio en la obligación de buscar y contratar más barberos-cirujanos. A la convocatoria acudió hasta un cirujano-barbero de Murcia».
En plena ola pandémica «Francisco de Herrera fue acusado de mala praxis acusado junto a otros de 'rapiña en las casas de los enfermos y muertos donde habían entrado […], exigiendo dineros que habían llevado de curas y derechos y premios de entierros así a los vezinos de esta ciudad como a los lugares de su jurisdicción llevando como llevaban grandes exigidos salarios». Se le acusaba de robar a los muertos y enfermos y de cobrarles sobresueldos a pesar de que sus servicios los pagaba el ayuntamiento», aclaran los historiadores. «No sabemos cómo acabó la investigación, si era culpable o si se trataba de una estratagema del concejo para librarse de un personaje que se había vuelto incómodo y necesario a la vez. Lo que sí se puede deducir es que perdió su cargo público, puesto que, después de la epidemia, ya no lo encontramos ejerciendo como barbero-cirujano municipal en el hospital de Santiago.
«A finales de 1599 ya parece que la epidemia había sido controlada en el interior de Vitoria, aunque siguió habiendo noticias de ella en las aldeas y, sobre todo, mucho miedo», destacan estos historiadores. El 16 de agosto de 1600, seis meses más tarde, se obligaba por ley, so pena de una multa considerable, a que todos los vecinos y vecinas de Vitoria guardasen la fiesta de San Roque, santo antipestífero y protector ante las enfermedades, temiendo que, de no mostrar profunda y sincera devoción hacia este santo, la peste retornarse de nuevo a la villa. El azote de la epidemia, sin embargo, no cesaría hasta 1602, dejando a su paso unos dos mil cadáveres por las ermitas de nuestro territorio».
La investigación acerca de la incidencia de las epidemias en el territorio no se detiene. Uno de los colectivos que más información ha recabado es Álava Medieval, que organiza con regularidad visitas guiadas para conocer los trágicos sucesos que hicieron a Vitoria ser conocida como 'la ciudad de la muerte'. Conferencias, exposiciones y publicaciones en diferentes soportes completan el trabajo de este activo grupo de historiadores.
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