Otro patrimonio artístico destruido
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En este año que se cierra se cumple el centenario de la muerte de Marcel Proust. Con honores y memoria han vuelto a publicarse sus más celebradas obras a la cabeza de todas ellas, cómo no, los volúmenes que integran 'En busca del tiempo perdido'. ... Me inclino libremente, por el contrario, en recomendar los textos reunidos a modo de miscelánea en 'Escribir. Escritos sobre arte y literatura' con más de medio millar de nutritivas páginas. Hasta este punto, bien. Pero en estos momentos de civilización tan erráticos, realmente, ¿lee alguien a Proust? ¡Por favor! Si se trata de todo un clásico este novelista y pensador francés. Sí, de acuerdo. Pero ya sostenía Hemingway que «la obra clásica es un libro que todo el mundo admira, pero que nadie lee».
Pues en esas estamos a vueltas con los clásicos como ahora entre nosotros y en otro orden dentro del panorama artístico vasco desde hace décadas con el plural y siempre 'culo inquieto' José Luis Álvarez Vélez. Precoz y exitoso pintor desde los años sesenta, mientras iba cimentando toda la espina dorsal de su trayectoria, recibía becas de la Fundación Amárica, de Castellblanch e incluso de la Fundación Juan March. Reconocimientos que salpimentaba con viajes de formación en paralelo con un abundante número de comparecencias individuales y colectivas. En sus años más rumbosos le declaraba a Juan Prada en el 'Norte Exprés' [1/9/1979]: «la capacidad de expresión está por encima de todo. Que el arte es expresión. Es el gesto humano en cada materia».
Con este estímulo de la expresión o de la expresividad como forma de comunicación que es lo más esencial en una obra -y en el artista- porque se trata de una quimera al intentar conseguir precisamente lo que todavía no se ha expresado, bajo estos presupuestos siempre ricos en ambivalencias organiza Álvarez Vélez su itinerario vital. Como pintor, escultor, esmaltista, ceramista, con otros estudios en joyería y orfebrería, restauración en obras de arte, etc.
En esta búsqueda de las posibilidades expresivas más allá de los marcos y formatos tradicionales, Álvarez Vélez ha llegado también a intervenir en el diseño de jardines, en el tratamiento cromático de taludes de hormigón en carreteras y vías de circulación, así como en la elaboración de pinturas murales en algunos edificios públicos como el efectuado hace casi treinta años a la altura del número catorce en el Portal de Arriaga, frente a una de las esquineras del parque del Norte.
Mural agriamente desaparecido en estos días en su práctica totalidad; salvo una pequeña porción descontextualizada e inútil todavía algo aireada a nivel de zócalo o de planta baja. Imaginamos que estos restos desaparecerán cuando terminen las obras de rehabilitación en el inmueble. Existe ciertamente bastante voluntad de trascender desde las instituciones públicas en relación con las intervenciones en la salvaguarda y protección del patrimonio; exigencias muchas igualmente desde las distintas administraciones hacia los ciudadanos para que cumplamos nuestros deberes y obligaciones, ¿y por qué entonces tan poca sensibilidad desde ellas mismas cuando les corresponde actuar simplemente con un mínimo de decoro y por oficio?
Reconociendo que no se tiene ni se puede mantener todo con el paso del tiempo, que no siempre se pueden conservar y transmitir las huellas de ese tiempo, que afloran siempre otras demandas y otras exigencias, así pues otras necesidades, cuando desde las diferentes administraciones públicas nos reclaman el cumplimiento de nuestras obligaciones ciudadanas y por lo tanto cívicas, ¿cuesta tanto proceder de verdad respetuosamente desde esa misma administración?
Como en el caso de la pintura mural ahora arrumbada, ¿tanto esfuerzo exige transmitir alguna información al propio interesado de la desaparición de la obra que realizó en su día cumpliendo con todas las de la ley? ¡Que el tío, al menos, está vivo! O por ahí anda. Se trata de una simple cuestión de cortesía funcionarial, acaso también por mor al respeto de una nunca declinada propiedad intelectual existente sobre aquel trabajo. Lo clavó Igor Marín en su reciente columna 'Vitoria, la ciudad nini'. No; en ocasiones no se trata de mala fe o mala baba, aunque lo parezca, sino a la comodidad que produce la ignorancia y la dejadez en ese deseo para escaquearse de historias y otros rollos y no meterse así en líos. Que evitarlos es ya otro tema.
Leemos recientemente que más del 40% -mucho porcentaje parece eso- de los funcionarios trabajan en exceso, se angustian, sudan y se estresan, lloran y duermen mal, toman ansiolíticos y no sé qué otros tranquilizantes más, pues resulta que no se sienten valorados, que se consideran sobradamente preparados para otras funciones y servicios de los que desempeñan y que por si fuera poco resulta -aducen- también que el jefe del negociado no les quieren ni mucho ni poco. Aviados vamos entonces con tanto impulso.
Ahora bien, para templar ánimos, a José Luis Álvarez Vélez le acaba de ocurrir con su pintura mural lo que al resto de los mortales. Lo sentenciaba Patrick Süskind en su novela más famosa 'El perfume'. Que si la gente se mete en problemas es por salir de la habitación de su casa. Y en caso de que no abandones tu vivienda, no te preocupes. Desde la administración, diligentemente, ya te buscarán y encontrarán. Y te crearán problemas. Y te robarán tiempo -tu tiempo- y un poquito más de salud. Eso sí que es ir 'En busca del tiempo perdido'.
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