![Partituras para que Vitoria no desafine](https://s2.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/202002/09/media/cortadas/auditorio-valladolid-kHn-U10089166600i9C-624x385@El%20Correo.jpg)
![Partituras para que Vitoria no desafine](https://s2.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/202002/09/media/cortadas/auditorio-valladolid-kHn-U10089166600i9C-624x385@El%20Correo.jpg)
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Los alumnos de los conservatorios sudan corcheas, fusas y semifusas cuando les toca enfrentarse a las 'Variaciones Goldberg' de Bach en un examen final. Tocarlas sin tacha marca la diferencia entre un futuro virtuoso y un instrumentista del montón. Vitoria se enfrenta ahora a una ... situación similar. Tras años de ensayos infructuosos, de pruebas frustradas, la ciudad aspira a aprobar, con nota, su sinfonía pendiente: sacar adelante su proyecto de auditorio. Antes, mucho antes, otras ciudades españolas se encontraron ante la misma tesitura. Siguieron pentagramas compuestos al compás de los intereses políticos y urbanísticos, pero, a veces –las menos, todo hay que decirlo– también al ritmo del rigor cultural. De Valladolid a Girona, de Lanzarote a Burgos, aquí van algunas partituras que Vitoria debería seguir (otras veces, mejor ignorar) para no desafinar.
La llegada del primer gobierno socialista de Felipe González marcó un punto de inflexión en las políticas culturales del país. Empezaron a brotar como hongos museos, teatros públicos y, sobre todo, auditorios que pretendían modernizar y sacudirle el polvo a un país con olor a naftalina. Tal y como recuerdan los investigadores Joaquim Rius-Ulldemolins y Juan Arturo Rubio Arostegui en 'Treinta años de políticas culturales en España', aquellas decisiones abonaron el terreno para que a los grandes templos de la música, el Real y el Liceu, empezaran a sumarse fastuosos complejos culturales como el Palau de Les Arts de Valencia. También los cercanos Euskalduna (inaugurado en 1999 tras una inversión de 107 millones de euros) y el Kursaal, que abrió sus puertas el mismo año y costó 95 millones. Un inciso: el presupuesto que maneja el Gabinete Urtaran para el de Vitoria ronda los 26 millones de euros.
Fuera de Euskadi, Pamplona inauguró en 2003 su Baluarte, un aplaudido espacio multifuncional de 93 millones de euros muy similar al que, un año después, en 2004 estrenó Logroño, con sala sinfónica para 1.223 espectadores (con foso y caja escénica). Fue en esa misma época, siguiendo el mismo patrón, cuando Vitoria aspiró a uno de sus proyectos más faraónicos: el BAI Center, un macrocomplejo de 175 millones de euros. Sí salieron adelante los de Vigo (154 millones, inaugurado en 2011), Alicante (63 millones frente a los 27 presupuestados), Cartagena (64 millones)... Todas las ciudades españolas querían tener su auditorio, sí, pero, ¿para qué?
«Este tipo de infraestructuras son esenciales para impulsar el tejido cultural de una ciudad», asegura Miriam Pascual Benavent, coordinadora de la Academia Europea de Ópera del Conservatorio de Maastrich y experta en equipamientos culturales. «Pero hay que tener en cuenta que el edificio en sí no puede y, de hecho, no es el factor decisivo del éxito del modelo cultural de una ciudad, se corre el peligro de acabar con un continente sin contenido. Y en nuestro país, desgraciadamente, nos encontramos con varios ejemplos», reflexiona la especialista, que colabora con la universidad de Deusto.
En esa línea, numerosos agentes culturales de la ciudad piden, más en privado que en público, que se reflexione en profundidad sobre el uso y la programación del auditorio antes de pensar en el edificio. Mientras, el alcalde Urtaran defiende a capa y espada el proyecto del arquitecto Mariano Bayón cuyo principal activo es la excelencia acústica que garantizó el prestigioso sello Nagata Acoustics. La idea es colocar a Vitoria en un circuito de salas de altos vuelos para, así, atraer a los mejores directores y a las mejores orquestas del mundo.
La de la excelencia acústica es una carta que antes ya jugaron otras ciudades. El prestigiosísimo director Zubin Mehta no tiene ninguna duda cuando se le pregunta por el mejor espacio sinfónico en el que ha tocado: la sala Mozart de Zaragoza. Se inauguró en 1999 y sigue estando entre las mejores de Europa. Por ese mismo modelo optó Valladolid años después, en 2007, para su auditorio Miguel Delibes, que diseñó el arquitecto Ricardo Bofill y abrió sus puertas en 2007. Costó 72 millones de euros.
Uno de los grandes aciertos del complejo vallisoletano fue convertirlo en un centro de creación: allí tienen su sede el Conservatorio de la ciudad, la Escuela de Teatro y Danza y la OSCyL (la sinfónica de Castilla y León), que se impulsó tras la inauguración del centro. 1.300 personas acuden cada día a ensayar y trabajar en un complejo por cuya sala sinfónica, con capacidad para 1.1712 espectadores y sin caja escénica, han pasado intérpretes como Grigori Sokolov o Cecilia Bartoli. Todos han alabado la excepcional calidad acústica.
Sin embargo, si se atiende a las cifras, parece que tampoco hay tantos oídos excelsos, capaces de discernir entre un sonido sublime de otro, sencillamente muy bueno. Un dato. Según la última encuesta de hábitos de consumo cultural del Ministerio de Cultura, solo el 5% de los españoles aseguran estar interesados en la música clásica. En Euskadi, la cifra de los que durante el último año acudieron a un concierto de música 'culta' asciende al 12,4%.
Ante estas cifras, no parece lo más acertado restringir una inversión tan cuantiosa al uso sinfónico. Muchas ciudades han sabido replantear sus salas. Es el caso del auditorio de Girona (100.266 habitantes), con su estupenda sala Montsalvatge de 1.200 asientos (también sin caja escénica) que ha encontrado su sitio en el atiborrado panorama cultural de Cataluña con una personalidad ecléctica. Sus responsables, que dependen directamente del Ayuntamiento, han cimentado una programación que hilvana música comercial (de Zahara a India Martínez y Vanesa Martín), pop-rock 'gourmet' (la semana pasada tocó Micah P.Hinson y en marzo tienen previsto el concierto de Ben L'Oncle dentro de un festival de música negra), al mismo tiempo que se mantiene una programación clásica con conciertos de campanillas. Hace solo unos días reapareció allí Maria João Pires con la Orquestra Sinfónica de Barcelona y el director Tatsuya Shimono. Fue una cita única, aunque tal y como reconocen portavoces del centro, «el mayor peso de nuestra actividad se la llevan los congresos».
Igual que en España hay aeropuertos sin aviones, también se han inaugurado auditorios sinfónicos sin orquestas. Muchos de estos equipamientos, culturales en esencia, han tenido que recurrir al turismo de Congresos para salvar sus cifras. Uno de los casos más paradigmáticos es el auditorio de Burgos (176.800 habitantes), diseñado por el estudio Navarro Baldeweg, el mismo al que recurrió Alfonso Alonso para su proyecto en La Senda.
A tiro de piedra de la catedral, el Forum de la Evolución (es su nombre oficial) fue concebido antes de la crisis y alumbrado durante lo más duro de la recesión. De hecho, es uno de los últimos grandes contenedores culturales que se han inaugurado en España en los últimos años. Presupuestado en 65,9 millones de euros, a su sala sinfónica, con capacidad para 1.550 espectadores y foso para orquesta, hay que sumar una sala de cámara de 653 butacas. Ambas, infrautilizadas. Según su última memoria de actividad, de 2019, sólo un 22% de su programación tuvo carácter cultural. De ella, una diminuta parte se centró en programas con marchamo clásico y, la mayoría correspondían a la Sinfónica de Castilla y León que tiene parada y fonda obligada en la ciudad. Sus platos fuertes para este año son un homenaje a Mecano y un concierto de la banda Texas en noviembre.
En el otro extremo, el estupendo auditorio de Tenerife. Calatrava hinchó, a puro pulmón de dinero público, un edificio espectacular que recuerda a la Sidney Opera House. Presupuestado en 24 millones, acabó costando 72,3 tras un rosario de desavenencias con el arquitecto que, airado, acabó soltando un «Tenerife no me merece» que todavía escuece en el Cabildo. A cambio, Santa Cruz (210.000 habitantes) ganó un espacio donde se desarrolla gran parte de la vida cultural de la isla. En el calatravesco espacio tienen su sede la Sinfónica y la Ópera de Tenerife, que en marzo llevará a escena 'Lucrezia Borgia'. El problema es que, a pesar de un generoso programa de subvenciones (un abono de temporada lírico para jóvenes cuesta 20 euros), las autoridades se las ven y se las desean para llenar las 1.616 butacas de su sala sinfónica. Un auditorio sin suficientes aplausos suele desafinar.
Entre viejas ordenanzas, pliegos de condiciones con los bordes amarillentos, informes escalifragilísticos y estudios chipiritifláuticos, en los cajones de Vitoria cogen polvo proyectos que, en su día, le costaron a la ciudad un buen pico. Solo en los anhelos sinfónicos de los exalcaldes Alfonso Alonso (PP) y Patxi Lazcoz (PSE) Vitoria ya ha enterrado más de 8 millones de euros.
En 2005, el PNV y el PSE le dieron política sepultura al proyecto de Navarro Baldeweg para el palacio de la Música que Alfonso Alonso quería levantar en la parcela de La Senda con un presupuesto de 77 millones. Al final, a paladas de desencuentros, se acabaron enterrando cuatro años de trabajo y 1,5 millones de euros. La mayor parte (837.659 millones) se la llevó el estudio de Navarro Baldeweg, que ganó el concurso internacional, pero también se tuvieron que pagar facturas del complejo nonato en conceptos variados como asistencias técnicas (la ingeniería Idom cobró 301.000 euros) y los derivados de la organización del propio concurso de ideas (149.000 euros), al que concurrieron también popes de la arquitectura como Herzog y De Meuron y Vázquez Consuegra.
5,1 millones para los Bayón
Patxi Lazcoz calculó que el Business and Arts International Center (BAI) que pretendía construir en el solar que hoy ocupa la estación de autobuses costaría entre 99 y 139 millones –que, como horquilla es tirando a amplia–. Pero pronto las estimaciones se quedaron cortas. El presupuesto se disparó a los 175 millones de euros, IVA no incluido.
Javier Marto dio carpetazo al faraónico proyecto nada más llegar a la alcaldía, en 2011. Liquidó el BAI sacando de las arcas municipales 1,1 millones que fueron a parar a indemnizaciones, a ingenierías, consultores, agencias de comunicación, estudios de arquitectura, constructoras... Pero antes, ya se había pagado por los contratos firmados. Según ha podido confirmar EL CORREO, el estudio de Mariano Bayón cobró 5,1 millones: 3,6 por el proyecto completo (del que ahora el alcalde Urtaran quiere aprovechar la parte de la sala sinfónica para su auditorio), 600.000 por lo avanzado en las obras y 730.000 en indemnizaciones.
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