Y parirás con dolor, entre sangre, sudor y balidos
DE SOL A SOL CON MAIDER ·
La pastora se convierte en comadrona estos días, los más duros del año.Maider pasa noches en vela y jornadas extenuantes para ayudar a traer al mundo a sus corderosDE SOL A SOL CON MAIDER ·
La pastora se convierte en comadrona estos días, los más duros del año.Maider pasa noches en vela y jornadas extenuantes para ayudar a traer al mundo a sus corderosJorge Barbó y RAFA GUTIÉRREZ
Domingo, 13 de noviembre 2022, 01:03
Número 1 tenía prisa por venir al mundo. Se ve que mucha porque se adelantó casi una semana. A número 1 le han puesto Houdini, por ese arte de escapar, por esa capacidad para zafarse que el muy puñetero está demostrando en sus pocos días ... de vida. Él, un borreguito de rizos mulliditos, es el primero del casi centenar largo de deseadísimos retoños que a la pastora, reconvertida en matrona y comadrona, le van a venir al mundo estos días. Las que está viviendo son sin lugar a dudas, las jornadas más duras, las más aciagas de todo un año de trabajo de sol a sol. De forma literal, nos ponemos a parir.
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Todo empezó a finales de junio, hace ahora casi cinco meses. Entonces, 130 de las ovejas de Maider fueron inseminadas, todas juntas, todas a la vez. Desde ese momento, han pasado una gestación de lo más plácida, entre pastos frescos. El veterinario hasta les ha hecho ecografías para comprobar que todo marchaba bien, para asegurarse de que su criatura (o sus retoños, porque los embarazos múltiples suelen ser muy habituales) venía sana. Hoy es el día.
Es miércoles, 9 de noviembre, y justo esta misma mañana, las ovejas de Maider Martínez –la ganadera a la que llevamos acompañando en estas mismas páginas durante todo un año de trabajo– salen de cuentas. Algunas se han adelantado y en la cuadra ya hay una decena de borreguitos que balan con tono infantil. Pero la mayoría de las latxas, barrigonas, con las ubres cargadísimas colgando, siguen a la espera. Agotadas, las pobres se mueven con dificultad: el peso que soportan es tal que, por pura gravedad, se les marcan las costillas y sus balidos se antojan hasta quejumbrosos. No pueden más.
Con todo, la cuadra está esta mañana más tranquila de lo habitual. Los animales, en calma, parecen estar a la espera, como esas familias que aguardan a la buena nueva en la sala de espera de una maternidad. Una de las ovejas, la 01908, la pobre con las ubres a punto de reventar, comienza a emitir una especie de gemido, respira como a bocanadas, estira el cuello, se lame, enseña los dientes y el abdomen se le hincha un poco como el fuelle de una gaita. «Está teniendo contracciones», apunta la pastora. Justo en ese momento, el resto del rebaño se aparta, deja espacio a la parturienta, que rompe aguas y empieza a hacer fuerza. La criatura está en camino.
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El cordero asoma el hocico y también sus patitas. La ganadera tiene que intervenir: se remanga, mete las manos y, en un solo gesto certero, tira de la criatura. En un primer momento, el recién nacido nada tiene que ver con esa imagen entrañable del borreguito de Norit del anuncio. Es, más bien, un alienígena envuelto en sangre y una sustancia viscosa tan amarilla como la bilis. Sí, el milagro de la vida es tan hermoso como repulsivo.
Maider, concentradísima, agarra al cordero de las patas traseras y le retira del hocico los restos de sangre y de la bolsa amniótica para que pueda respirar. Con suma delicadeza, la ganadera tiende al recién nacido sobre la hierba y le masajea el lomo, mientras su madre, absolutamente rendida, se acerca y empieza a lamer al retoño con fruición.
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Con la de veces que Maider habrá presenciado esta escena, con la de bichos que habrá ayudado a traer al mundo y, sin embargo, no puede evitar que se le dibuje una sonrisa tierna en la cara. Hasta la emoción se le asoma a sus ojos, exhaustos. Es comprensible: este momento, el más atávico, la llegada al mundo de una vida, aunque sea la de un simple cordero, contiene una carga emocional de altísimo voltaje. «Es increíble que tan solo estemos a 15 minutos de Vitoria y tan poca gente haya vivido un momento como este, que nadie sepa en realidad cómo pare una oveja, cómo viene al mundo un cordero», reflexiona.
La pastora está agotada. Las ojeras le llegan a los pies porque apenas ha dormido. Junto con Iker, su marido, acompaña estos días a sus animales casi durante las 24 horas. Además de asistir a los partos, hay que velar porque las crías sean capaces de alimentarse. Los corderos, temblorosos, pueden ponerse en pie y dar sus primeros pasos, patizambos, ya a la escasa media hora de vida. Por puro acto reflejo, buscan las ubres de sus madres pero, hay veces, pasa, que estas les rechazan. Esos borreguitos 'repudiados' Maider los marca con una línea azul. Se desvivirá por ellos para sacarlos a flote. Calienta leche recién ordeñada en un puchero y, con un biberón, la pastora los alimenta. Otra sonrisa, otra más. Todo, todas esas horas en vela, todo el trabajo agotador, parece compensar este momento.
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Orgullosa pastora. Y por pura vocación. Maider dejó de enseñar el verbo 'to be' a sus alumnos a escuchar todo el santo día el «beee», el balido de sus 180 ovejas latxas. Filóloga inglesa de formación, decidió dejarlo todo, aprender pastoreo y poner en marcha en Legutio una pequeña explotación ovina, un proyecto de ganadería extensiva y restaurativa enfocado a la elaboración de sus propios quesos, Iruri.
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