¿Qué les pasa a las cigüeñas blancas alavesas que ya no traen los mismos pollos al mundo que hace unos lustros? Los años de mayor presencia de estas aves de buen agüero en el territorio coincide con una merma de cigoñinos. Paradójicamente los pájaros ... que simbolizan la natalidad tienen los nidos más vacíos que nunca. El ornitólogo Gorka Belamendia junto con la Diputación lleva 30 años realizando el censo de 'ciconia ciconia' de Álava, Treviño y Orduña y reconoce que el número de pollos por pareja es el más bajo de la serie. Este último año ha localizado con la colaboración de estudiantes de prácticas 185 parejas, de las que 167 criaron en Álava, una en Treviño y 17 en Orduña. Montaron 14 nidos más que el año anterior, pero eso no se tradujo en crías. Volaron 140 pollos. O sea, 0,77 por pareja controlada, cuando ha habido años en los que sacaban adelante hasta tres cigoñinos. Ojo, no todos del mismo padre.
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¿Les afecta la precariedad laboral como a los humanos? ¿Están retrasando la edad de independizarse y montar su propio nido? Belamendia no tiene una explicación concreta, pero como buen conocedor de los ciclos de la vida de las aves entiende que detrás hay meras razones de supervivencia. «Cuando eran pocas en el mismo territorio tenían muchos pollos y ahora que son muchas no hay comida para tantas bocas. La competencia entre ellas por el alimento ha aumentado», detalla. Es duro escribirlo, pero cada pareja empolla entre 3 y 4 huevos fértiles y al final vuela solo el más fuerte. O ninguno en el caso de las muy jóvenes, que ponen huevos inmaduros.
«Es una cuestión de equilibrio», agrega el biólogo, que entrega los datos del censo a la Diputación alavesa. Por San Blas las cigüeñas se han vuelto a ver, pero ya la algarabía popular es más comedida. Nos hemos acostumbrado a verlas pasar en grupos. De los humedales de Salburua a los prados de Arkaute o Elorriaga o al vertedero, donde se disputan los restos de comida con las gaviotas. De la isla de Orenin en el embalse a los prados de Ozaeta en busca de gusanos y lombrices. Forman parte de las estampas de ciudad, pero no siempre fue así.
En estos días en los que Asturias celebra por todo lo alto que una pareja de cigüeñas blancas haya anidado allí por vez primera en años, a Álava se le olvida que en 1986 solo quedaban un macho y una hembra en Gamarra Mayor y otra pareja en Legutio. Su regreso cada primavera desde África era celebrado hasta el punto de que se ganaron más de un titular de periódico. El abuso de herbicidas de los años 50 había mermado las poblaciones de cigüeñas y era difícil lograr que ellas, que viven una media de 18 años, y mantienen siempre su pareja hasta el final, decidiesen criar en la fría Álava. El empeño de ornitólogos e instituciones que les construyeron nidos artificiales en las mejores torres y campanarios de ciudades y pueblos y en torres con vistas al agua poco a poco tuvo su efecto llamada. Un nido de 'VPO' no estaba mal y menos aún cuando se llenaron las balsas de Salburua y surgió a su alrededor un mundo de posibilidades para los gustos culinarios de las cigüeñas.
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Estas aves viven 18 años de media. Se emparejan con 3 años y se mantienen fieles a su pareja. Añaden ramas y barro a sus nidos cada año. La media de pollos que vuelan cada año era de dos e incluso tres hace apenas un lustro, pero el último ejercicio ha sido de 0,77 cigüeñinos por pareja, la natalidad más baja en 30 años. En el año 1984 estuvieron a punto de desaparecer de Vitoria. Los herbicidas que se usaban en los campos las espantaron.
«Los humedales fueron la clave, aquello dio un impulso importante. Ya había 45 parejas en toda Álava, seis en Betoño, y siguió creciendo», recuerda Gorka Belamendia. El techo se tocó en 2019, año prepandémico, con 197 picudos pares de novios, de ellos 182 con 'pisito' en Vitoria. A partir de ahí, la población parece haberse estabilizado en una media de 180 parejas con colonias importantes en Salburua-Arkaute, la isla de Orenin en el embalse de Ullibarri-Gamboa y la localidad riojano alavesa de Elciego. La mitad de ellas migra a sus cuarteles de invierno en África, otro 25% baja hacia Madrid o la Rivera Navarra y el resto, otro cuarto, se queda a pasar el invierno en el territorio.
Los censos se fijan en las parejas, pero hay una gran población joven flotante alrededor, algunos de paso, que tienen amoríos con las hembras locales. Suelen emparejarse a los 3 años y se mantiene fieles de por vida y añadiendo espacio a sus nidos, hasta el punto de convertir algunos en verdaderos adosados en copas de árboles.
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