Hay un dato difícil de digerir, ni asado, ni cocido, ni si quiera tan siquiera frito. El observatorio vasco de la cadena de valor de la alimentación, Behatoki, sacaba a la luz hace unos días que la patata es, junto con el vino y la ... alubia –curiosamente los tres ases de la despensa alavesa, el alimento que más se encarece del campo a la mesa. Según el estudio de este órgano oficial, la patata multiplica su precio por cuatro en destino el precio que se le abona al agricultor. Un kilo en el súper cuesta 1,38 euros, pero el agricultor sólo recibe 0,31 euros. Vamos, que por el camino, esos mismos tubérculos se encarecen más de un euro.
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En paralelo, tal y como reflejan las últimas cifras publicadas del Behatoki, el coste de los productos agrícolas se han disparado en los últimos años. El precio del abono casi se ha triplicado. Para producir un kilo de tubérculo en 2020 eran necesarios 18 céntimos en fertilizante. Ahora, 42. Y el de los fitosanitarios se encuentra también en máximos: según las cifras del Behatoki, cada kilo de patata precisa de 30 céntimos en fitosanitarios.
0,24€
La patata de siembra se encuentra más o menos estable (en los últimos tres años ha subido dos céntimos), pero la situación puede cambiar en esta campaña, que está a punto de empezar. Los agricultores alaveses se las ven y se las desean para conseguir semillas. La buscan en Holanda, donde las lluvias torrenciales mermó muchísimo la cosecha de tubérculos dedicados a la siembra: se calcula una disminución del 20%.
«Los precios se están encareciendo mucho», certifica Josu Aguinaco, agricultor, orgulloso patatero de Junguitu... a pesar de todo. A pesar de las trabas burocráticas que acechan al sector, a pesar de la competencia de los mercados internacionales, a pesar de que «este es un cultivo que requiere mucha atención, muchas horas de trabajo por hectárea, que no tienen recompensa», reconoce Josu, treintañero, una 'rara' avis en un agro alavés acechado por la falta de relevo generacional. La edad media del sector en el territorio se sitúa en los 56 años, según los últimos datos oficiales.
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Al comprobar los exiguos rendimientos económicos que deja el cultivo, está claro que Josu es uno de esos agricultores que se dedican a este cultivo tan enraizado en la provincia más por tradición que por interés. «A pesar de todo, sí seguiré dedicándome a esto... como siempre hicieron mis padres», destaca.
De ellos, de esa tradición familiar también heredó el joven patatero una forma de entender el negocio «por libre». Cada vez quedan menos agricultores como él, de los que se encargan de controlar cada parte del proceso de producción hasta la venta al cliente y desde la siembra de sus Punta y Agria, las variedades que cultiva Aguinaco.
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Precisamente en unas pocas semanas arrancará la «implantación» en el campo, que hoy es una alfombra tapizada de verde. Tras las últimas lluvias, con los embalses a un buen nivel (Ullibarri se encuentra al 87% y Urrunaga al 75%), Josu se muestra confiado en que sea una buena campaña, con agua suficiente para regar. Ojalá que sea así. Para que esta siga siendo tierra de patateros.
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