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Roma fue una civilización de ciudades unidas por firmes calzadas. Ese mundo, el romano, tuvo amplia presencia en Álava, con la ciudad de Veleia como máximo exponente poblacional y el Iter 34, como vía principal. Esta importante arteria, que a partir del siglo I unía ... las urbes de Asturica Augusta (Astorga, León) y Burdigala (Burdeos, Francia), aparece descrita en un texto del siglo III conocido como Itinerario Antonino. Es una especie de guía «de rutas interesantes para el imperio, quizá relacionada con los lugares por donde se movían los impuestos», aclara el arqueólogo de la UPV Rafael Varón, elegido recientemente presidente del Instituto Alavés de Arqueología. En este escueto listado de lugares donde descansar, denominados 'mansio', aparecen cinco puntos en el entorno de la actual Álava, conocidos en la época como Deobriga, Veleia, Suestatio, Tullonium y Alba. Por estas estaciones de parada oficial circulaba el correo imperial y viajeros de toda clase y condición, oficiales del Imperio e incluso el emperador.
Poco más decía el Itinerario Antonino del trazado de esta antigua 'autopista'. Tampoco eran necesarias más indicaciones. «La especial factura de estas vías, los miliarios» –columnas de piedra instaladas cada milla romana (1.480 metros)–, «y las 'mansio' como la de Mariturri no daban lugar a pérdidas», desgrana. Sin embargo, transcurridos dos milenios, en la actualidad no es tan sencillo reconocer siquiera el lugar donde se asentaron esas paradas y fondas. Investigaciones sitúan la cinco estaciones «en Arce-Mirapérez, cerca de Miranda de Ebro, Iruña-Veleia, Arkaia, Alegría y Albeiurmendi, en San Román de San Millán», detalla Varón. La calzada seguía por Egino para llegar a la siguiente parada, ya en Navarra, en Aracaeli, hoy Huarte-Araquil.
Más difícil, por las pocas evidencias que quedan, es escudriñar el trazado que seguía esta importante vía de comunicación. Gracias a que se han encontrado algunos miliarios, al Itinerario Antonino y a los «imprescindibles» estudios arqueológicos de Lorenzo Prestamero, Paquita Sáenz de Urturi, François Didierjean e Isaac Moreno, entre otros, se ha llegado a determinar sobre el terreno muchas partes de esta calzada, pero no el recorrido completo. «Algunos tramos estaban casi a la vista, otros se han perdido y otros, ocultos bajo centímetros o metros de tierra», aclaran los arqueólogos Rafael Varón, del Grupo de Investigación en Patrimonio y Paisajes Culturales (Gipypac) de la UPV, y Juan José Fuldain, del Museum of London Archaeology.
Su investigación, recientemente publicada en una revista especializada, revela varios nuevos tramos gracias a la combinación de los métodos tradicionales con la aplicación en la arqueología de técnicas no invasivas, que se utilizan «desde hace años en la agricultura de precisión», indica Varón.
72 kilómetros separan Arce-Mirapérez, en las inmediaciones de Miranda, de Egino, en el límite oriental de Álava, pasando por los puntos marcados en el Itinerario Antonino (Veleia, Suestatio, Tullonium y Alba).
Hacia el cambio de era. Según los estudios de Julio Núñez realizados en Mariturri, la calzada se construyó hacia el cambio de era con una anchura de 4 metros. Hacia el año 100 es ampliada a los 6 metros, medida canónica para calzadas de cierta importancia. «Nuestros sondeos corroboran estas medidas», refuerza Varón.
Otros hallazgos. Iruña-Veleia. Muros, canales y estructuras circulares que podrían ser pozos.
En Arkaia. Un camino posmedieval documentado enel siglo XVIII.
En Villafranca. Formas de edificios que podrían ser del despoblado medieval de Garonna.
Tras confirmar que el método funcionaba correctamente en tramos ya identificados, en Iruña-Veleia y Arkaia, se trasladaron a otras localizaciones en las que no había evidencias, pero en las que la historiografía sugería que pasaba la calzada. Varón y Fuldain escanearon 88 hectáreas de terreno y obtuvieron planos de diez áreas susceptibles de contener la calzada bajo capas de tierra y vegetación. Así corroboraron que la vía romana discurría por zonas de Armiñón, Estavillo, Burgueta, Iruña-Veleia, cerca del Hospital de San Lázaro y la Magdalena en Salvatierra, y por Albéniz.
«Entre Miranda y Arkaia estaba más o menos claro. Desde Arkaia hasta Navarra la información era más difusa. En parte, porque tramos de la calzada siguen en uso por nuevos caminos, discurren en paralelo o se han utilizado hasta hace 70 años, antes de la concentración parcelaria», aclara. Pero «lo importante es que en esos caminos se ve la estructura y los drenajes de la calzada». El método empleado también les permitió delimitar o descubrir tramos «nunca antes identificados en Villafranca, Alegría y Gaceo», lo que «contradice la versión anterior que indicaba que de Arkaia a Alegría iba por Elburgo». Estos arqueólogos han podido demostrar que de Arkaia va a Villafranca y sigue por Gáceta, Alegría y Gaceo», por lo que ha cambiado la información que se tenía del trazado en ese punto.
Pero además del Iter 34, el método les permitió «advertir –de forma colateral– otros restos arqueológicos» inmediatos a la calzada. En la zona de Iruña-Veleia hallaron trazos identificados como «muros o fundaciones de construcciones y divisiones de terreno, así como estructuras circulares que podrían ser pozos o canales de desagüe o drenaje». Una buena parte de estos restos está conectada a través de un sistema estrecho y lineal que estiman «podría ser un sistema de regadío asociado con la ciudad cercana de Iruña-Veleia, aunque esta interpretación debería ser confirmada arqueológicamente», indican.
En la zona de Arkaia aparece no sólo la calzada romana de oeste a este, sino un camino posmedieval documentado en el siglo XVIII, en orientación noroeste-sureste, que se cruzan en un arroyo, ahora canalizado o desviado, lo que les sugiere que el cruce sobre el riachuelo «pudo ser un vado». En Villafranca también han encontrado una serie de «anomalías en la vegetación» que desvelan formas de edificios que «podrían ser estructuras asociadas al despoblado de Garonna o Garaona, documentado en 1025 y que desapareció en el siglo XIII», explica Rafael Varón.
A las habituales excavaciones arqueológicas y métodos de prospección estos expertos añadieron el uso de drones equipados con cámaras infrarrojas que reportan información del Índice de Vegetación de Diferencia Normalizada, conocido como NDVI por sus siglas en inglés.
«Las plantas cuando crecen emiten una luz infrarroja que el ojo humano no percibe, pero que se puede ver con lentes infrarrojas». El hecho de poder cuantificar el crecimiento de los cultivos facilitó a estos arqueólogos la observación de franjas en las fincas en las que el cereal crecía menos que en el resto y confirmó sus hipótesis. «Ese menor crecimiento lo causa la presencia de estructuras bajo sus raíces, estructuras que pueden ser arqueológicas», explica Juanjo Fuldain. El hecho de montar estas cámaras en un dron es porque ofrecen más resolución que la que aportan los satélites. El dron es lo de menos. Lo interesante es la banda infrarroja», revela.
«Quiero ser modesto», indica Varón, pero el resultado fue «muy bueno», destaca. Identificaron «con pocos recursos y en poco tiempo restos de la calzada en lugares donde ya se conocía su existencia, pero también nuevas localizaciones desconocidas». Ello suscitó gran interés entre los expertos asistentes al congreso celebrado en Edimburgo donde presentaron los resultados de su estudio realizado tras los vuelos no tripulados a 25, 75 y 120 metros de altura, equipados con cámaras fotográficas y filtros. «El vuelo a 75 metros es el que mejores resultados dio», confiesa Fuldain, que puede se considerado pionero en este tipo de trabajos, ya que antes de utilizar drones, allá por 2004, ya realizaba trabajos parecidos montando cámaras en cometas.
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