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La madrugada del 26 de julio de 1974, el norte de Vitoria prendió como una descomunal tea. Hacia las 3.30 horas de aquel viernes, dos camiones cisterna, procedentes de Petronor (en Muskiz) y cargados hasta los topes de gas butano, colisionaron en un semáforo en rojo localizado en el cruce de la antigua circunvalación con Portal de Arriaga. El escape de la carga originó una primera - «y terrible»- deflagración. Le siguió una espesísima niebla que lo cubrió todo desde la esquina de Michelin hasta el actual centro de salud de Zaramaga. Una bruma letal.
El butano arrasó todo a su paso en esa superficie, similar a siete campos de fútbol. 400 viviendas resultaron afectadas, 66 vehículos quedaron calcinados, parte del cementerio de Santa Isabel se consumió, hubo más de treinta heridos. Y lo que es peor, catorce personas fallecieron por gravísimas quemaduras. La última, un mes después.
El viernes se cumplirán 50 años de aquella catástrofe. La segunda más grave de estas características en la historia reciente de España tras las 243 víctimas en el campamento playero de Los Alfaques, en Tarragona, ocurrida en julio de 1978 . Pese a haber transcurrido medio siglo desde la tragedia en Arriaga, Jose Mari Fernández de Ocáriz, de 74 años, la describe con una precisión como si hubiera ocurrido ayer. Vivía con sus padres, cuatro hermanos y numerosos animales en una casona de dos plantas, en la esquina de Juan de Garay con Portal de Arriaga. Iba a ser expropiada en breve.
«Me desperté sobresaltado. Fui a la ventana del balcón. Corrí la cortina, de frente vi los camiones y cómo salía el gas. Se leía perfectamente 'gas propano'. Me dije 'aquí caemos todos'. Grité; 'levantaros que aquí morimos todos'».
El primer tráiler, conducido por Francisco Aguilar, se había detenido ante el disco en rojo. El otro vehículo pesado no, y colisionó con fatales consecuencias para su conductor, llamado Joaquín Cámara, de 23 años. Murió en el acto. Los 40.000 litros de butano líquido almacenados entre ambas cisternas se desparramaron, formando esa neblina mortal.
«Cuando miré otra vez por la ventana no se veía nada. Mi idea era salir a la calle y huir, lo que hubiera sido un error porque hubiéramos muerto todos», admite Jose Mari. Le toma el relevo su hermano Hilario, de 68 años. «Al entrar todos en fila a la cocina, el suelo de madera cedió y caímos al sótano». Perdieron el conocimiento. Tres sufrieron graves quemaduras. El resto, lesiones diversas. Su padre, Amador, murió. Transcurridas cinco décadas desconocen cómo. «Lo último que hemos oído es que abrasado».
Hacia las siete de la mañana, con su hogar reducido a escombros, les rescataron de aquella tumba en vida. «Gracias a que un amigo de la familia había visto luz la mañana anterior y avisó», agradece Hilario. En la cuadra cercana pernoctaba una quincena de trabajadores marroquíes. Uno falleció horas después. Se llamaba Eahen Hammadi. «Dormía con la ventana abierta y ahí se quedó», sellan los Fernández de Ocáriz, quienes continúan residiendo en el barrio de El Pilar, el más afectado por las abrasadoras lenguas de fuego.
En el número 3 de Juan de Garay, a unos 100 metros del impacto, Pili Blanco salió a la calle con lo puesto. «El portal estaba ardiendo y escapamos como pudimos. Nos refugiamos en un bar a la vuelta. Pasamos verdadero terror», evoca a sus 75 años. «Un coche paró delante de nuestro bloque y al poco explotó».
La niebla dejó paso a «globos de gas», como los define Jose Mari Fernández de Ocáriz. «De repente se encendían y abrasaban lo que hubiera cerca». Un turismo con una familia que se dirigía a Granada se adentró en la niebla y varios integrantes perdieron la vida. También un par de chicas que volvían de fiesta. «Había restos de sus pisadas. La ropa se les fundió». Antonio Galín, que también se recogía tras disfrutar de la noche festiva, se dejó parte de su piel durante su errática caminata entre el gas hasta caer desplomado cerca de la ermita de San Juan. «Allí le encontraron. Le tuve en la cama de al lado en Arana. Era un cachondo mental», alaba Hilario. Este vecino de Abetxuko se sobrepuso a las heridas y tuvo una larga vida hasta su fallecimiento en 2016.
A Ceferino Carracedo, de 80 años, el choque le pilló al otro lado de Santa Isabel, en su piso de Zaramaga. «Oímos varias explosiones, abrimos la persiana y vimos que estaba ardiendo toda la parte baja del cementerio. Venía la gente de la zona del incendio desnuda y tapada con mantas y dando voces hacia el centro de Vitoria, por lo que nosotros hicimos lo mismo. No cogimos nada, ni la cartera», apostilla.
Cientos de vecinos de Zaramaga y El Pilar hicieron lo mismo. No pararon hasta Aldabe. El desconcierto fue absoluto. «Al principio pensábamos que estaba ardiendo la fábrica de Michelin». Las llamaradas, según las crónicas de la época, alcanzaron los 50 metros de altura, iluminando la noche cerrada. Los bomberos poco pudieron hacer. El alto número de heridos se repartió entre el hospital Santiago, la Policlínica, la residencia Arana, la unidad de quemados de Cruces, mientras que a los más graves les trasladaron a Madrid.
El efecto del gas afectó a las calles Puerto de Urkiola (entonces con 'qu'), Portal de Arriaga, Guatemala, Juan de Garay (en esa época, Carretera de Circunvalación) y Aguirrelanda. La onda expansiva dañó asimismo varios camiones que se estaban cargando en la antigua fábrica de Forjas Alavesas (ubicación actual del Centro Comercial el Boulevard).
En su contexto
14 muertos y 30 heridos dejó esta deflagración de butano tras la colisión entre dos camiones cisterna el 26 de julio de 1974. El choque se produjo en lo que hoy es la rotonda de Juan de Garay con Portal de Arriaga.
400 pisos afectados y 66 coches quemados Un número indeterminado de «globos de gas» fueron explotando. Devastaron parte del cementerio de Santa Isabel, 400 viviendas quedaron afectadas y 66 coches calcinados.
50 metros de altura alcanzaron las llamas en algunos momentos, según las crónicas periodísticas de la época. El fuego afectó también al cementerio de Santa Isabel y la onda expansiva alcanzó Forjas Alavesas (ahora El Boulevard).
«En aquella época, esa carretera era la N-1 y venían muchos coches de Francia», acota Ceferino. Por eso, la actitud del chófer del primer camión, milagrosamente ileso, resultó decisiva. Desvió a varios vehículos. Probablemente salvó a sus ocupantes. Respondía al nombre de Francisco Aguilar, era de Málaga aunque residía en Cenicero (La Rioja). Al parecer falleció por causas naturales «hace unos años». También ayudó que no coincidiera con la entrada y salida de obreros de Michelin y Forjas Alaveses. «Hubiera sido una auténtica masacre», cree Ceferino.
Hacia las ocho de la mañana, varios vecinos pudieron volver a sus hogares. Para algunos, como Pili, fue una visita relámpago. «Nada más subir nos hicieron bajar a todo correr porque había riesgo de más explosiones», dice.
Las indemnizaciones económicas para los familiares de las víctimas se quedaron en «un millón de pesetas» (6.000 euros), según los afectados consultados. El caso enseguida pasó al olvido. «Lo taparon. No nos ayudaron», se quejan con amargura los Fernández de Ocáriz.
Pili Blanco
Tuvo que huir de su piso
Ceferino Carracedo
Vecino de Zaramaga
Jose Mari Fernández de Ocáriz
Herido. Su casa se derrumbó
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