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Los niños austríacos a los que Vitoria dejó huella

Los niños austríacos a los que Vitoria dejó huella

En un intento de lavar su imagen ante los aliados el franquismo organizó en 1949 una acogida de menores que habían sufrido los desastres de la Segunda Guerra Mundial

Miércoles, 16 de octubre 2024, 00:15

Se llamaban Günter Tippman, Otto Hóter o Manfred Mathias Diward. Tenían entre 6 y 12 años. Llegaron a Vitoria en marzo de 1949, hace 75 años. Formaban parte de un grupo de 2.981 austriacos y 974 alemanes que en seis expediciones habían sido invitados por el franquismo a pasar en España una temporada (entre seis y nueve meses, que algunos ampliaron) y restablecer su salud quebrada por los desastres de la II Guerra Mundial.

Vitoria, que había solicitado más niñas que niños, los recibió con los brazos abiertos, como se hizo en todas las ciudades españolas, con la paradoja de que aquí se sufría el racionamiento de los alimentos, y el hambre y la miseria azotaban a muchas familias.

Una crónica del diario Pensamiento Alavés de 23 de marzo de 1949 daba cuenta de la llegada de cinco niños austríacos que se sumaban a los ocho que ya estaban entre nosotros desde semanas antes. Se informaba de las familias alavesas que los habían adoptado temporalmente. Todas vitorianas, menos una maestra de Sabando, todas de buena posición económica (algo que se exigía), todas fervorosamente católicas.

El periodista local se pregunta si esos niños y niñas rubios y con ojos azules venían con aspecto de estar bien nutridos, como muestran las imágenes, cuáles son las causas reales de su desplazamiento. «Desde luego una de las razones es el déficit alimentario», se contesta el cronista. «Ya no se nota en muchos de ellos porque hace tiempo que vienen siendo amparados por instituciones de caridad de la Iglesia y del Estado en su tierra de origen. Pero la razón definitiva es que son niños nacidos en la guerra y criados en posguerra en hogares deshechos, en hogares de vencidos y entristecidos por las privaciones, los lutos, las dificultades. Han recibido una impresión penosa y desoladora del mundo en los comienzos de su infancia. Hay que mostrarles que la vida normal no es eso, que hay un mundo más amable donde se puede estar tranquilo y en paz, donde pueden restablecerse moralmente y recuperar la risa perdida. Es una cura de almas tanto y más que una cura de cuerpos lo que se busca».

No le faltaba la razón al cronista del Pensamiento Alavés. Aunque todo obedecía a una operación de maquillaje del franquismo, aislado en el mundo en ese momento, en realidad la situación de Austria no era mucho mejor que la de España. Muchos padres de familia habían muerto o estaban prisioneros. Las mujeres no daban abasto entre trabajos, cuidados y largas colas o trayectos a pie para conseguir alimentos y combustible; la población vivía amontonada en infraviviendas y esa promiscuidad fomentaba epidemias y embarazos no deseados; las familias estaban desestructuradas; faltaban servicios, materias primas, comida, ropa, calzado y medicinas, por lo que había que recurrir al mercado negro; había pocas escuelas y los niños recogían colillas para intercambiar tabaco por alimentos y rebuscaban entre las ruinas; la inflación estaba desbocada y proliferaban las bandas criminales. Para las familias era un alivio contar con una boca menos que alimentar.

Los niños estaban desnutridos –la mayoría no sabía lo que era una naranja o un plátano, frutas que les ofrecieron al llegar a Irún, y querían comérselas con cáscara- pero no enfermos y tampoco eran huérfanos como se había comentado en algunos círculos al menos de ambos padres, ni estaban desamparados.

Hay una razón política de peso para esta campaña de acogida de menores extranjeros, que no era la primera porque desde la Primera Guerra Mundial se trata de una acción habitual en todos los conflictos. Recordemos que la República movilizó 30.000 niños españoles hacia Europa y Rusia para protegerlos de la guerra. Más recientemente, España ha acogido a niños saharauis o ucranianos en campañas de verano que sigue vigentes y que ha implicado a familias voluntarias de la ciudad en un gesto muy solidario.

Cuáles son las claves para entender la operación en medio de tantas necesidades materiales. La investigadora Lurdes Cortès Braña sostiene que la victoria aliada en la Guerra Mundial hizo de España un país paria a nivel internacional. Para contrarrestar el castigo, Franco se sirvió de una estrategia basada en dos pilares: el anticomunismo y el catolicismo. Tras arrinconar a los falangistas, que habían copado el poder en los primeros años de dictadura, dio paso al colaboracionismo con la Iglesia, siempre presente.

Por ejemplo, era el Secretariado de Caridad (luego Cáritas) la institución que se encargó de hacerse cargo de los niños en cada provincia, aunque naturalmente fue determinante la participación de Auxilio Social, entidad dependiente del sector falangista de las estructuras franquistas del poder. Fue el arzobispo de Viena el que pidió que no participaran organizaciones como Falange. Entonces el concepto de solidaridad no se había generalizado y era la caridad el motor de todas las acciones de este tipo.

La acogida de los niños austriacos se consideraba una cuestión de estado. Todo el régimen se implicó. Hasta el punto que el propio Franco adoptó temporalmente y llevó a su casa a tres niñas, algo que fue debidamente publicado en la prensa norteamericana. Sin duda, la acogida de niños víctimas de la guerra provocaba simpatía en la opinión pública internacional.

Pero por encima de los intereses geopolíticos buscados por el estado franquista las familias las trataron como a sus propios hijos, con cariño y generosidad y la mayoría de los niños y las niñas vivieron su estancia en España como una época cálida e inolvidable. Los testimonios de aquellos niños, hoy ya personas muy mayores, muestran precisamente el buen recuerdo que dejó en ellos. En algunos casos los vínculos se han mantenido hasta en generaciones posteriores. Hubo quien se quedó a vivir aquí. Y matrimonios de austriacos con los hijos de los que los habían acogido.

Hubo una estrategia política, perfectamente estudiada que consiguió lavar un poco la imagen dura del régimen pero también un impacto en muchas familias, basado en las intensas relaciones que nacieron aquellos meses y que siempre recordaron los niños. Hace unos meses tuvo lugar en Pamplona, un reencuentro de algunos de estos niños y niñas , ya venerables ancianos, porque han pasado 75 años, con los descendientes de las familias que los acogieron.

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