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José Ignacio Pérez de Arenaza era un apasionado de la bicicleta y siempre que podía se subía en su Orbea para hacer rutas.
«Necesito saber qué le pasó a mi padre»
Sucesos en Vitoria

«Necesito saber qué le pasó a mi padre»

Accidente mortal. José Ignacio falleció hace un año al impactar contra un camión aparcado en la acera. La familia busca testigos para esclarecer lo sucedido

Domingo, 28 de abril 2024, 01:01

Todo ocurrió el 16 de junio del año pasado. «Mi aita decidió dar una vuelta en bici antes de la hora de comer, como solía hacer habitualmente cada viernes». La que habla es Izaro, hija de José Ignacio Pérez de Arenaza. «Ese fatídico día, cuando le quedaban pocos kilómetros para llegar a casa (estaba a la altura de Mendibil, a 10 minutos de Vitoria), mi padre perdió la vida tras chocar frontalmente contra un camión». Un adiós forzado. Un doloroso vacío. «Goizegi zen guregandik urruntzeko (era demasiado pronto para alejarte de nosotros)». Y diez meses después, muchas dudas aún sin resolver. «Buscamos testigos. Necesito saber qué le pasó a mi padre».

La bicicleta era desde joven la gran pasión de José Ignacio. Siempre que podía, se ponía el maillot y salía a la carretera. Las pedaladas eran una puerta para disfrutar de la naturaleza. «Y si llovía sumaba kilómetros en el rodillo que se había instalado en casa. Nunca se despegaba de la bici». Una afición que le permitió gozar a sus 77 años, ya jubilado, de una salud de roble. Con esa misma energía cuidaba con mucha dedicación la huerta que tenían en el caserío de Zegama. Ese viernes el plan era ir junto a su mujer a este pueblo a pasar el fin de semana. «Antes de salir de casa metió en el maletero del coche todas las cosas».

Pero poco antes de las doce del mediodía recibieron la llamada de los servicios de emergencia. «Nos comunicaron que mi padre había colisionado contra un camión». Este vehículo pesado se encontraba estacionado en un bidegorri y en dirección contraria, sin ningún tipo de señalización. Pese a ello, el atestado policial cargaba «la responsabilidad absoluta de lo ocurrido a mi padre», denuncia Izaro. Y además, el seguro «no quiso abrir un parte por lo ocurrido, al ser el mismo que supuestamente tenía el dueño del camión». Un hecho que les obligó a contratar un abogado.

Todo, mientras estaban en el hospital rotos de dolor. «Las lesiones ocasionadas eran irreversibles e incompatibles con la vida. Nadie está preparado para darle el último beso y el último abrazo a su padre». Permaneció ingresado durante cuatro días en el Hospital Santiago porque la familia decidió donar los órganos. «Pudimos despedirnos de él, abrazarlo, besarlo, mientras intentábamos salir del shock». Otra muestra de su evidente buen estado de salud. «Donó también los pulmones, algo que a partir de los 70 años no se puede».

Han pasado diez meses y la familia sigue luchando por tratar de esclarecer lo que realmente ocurrió. José Ignacio era un experimentado en la bici. Se encontraba cerca de casa, en un recorrido que conocía a la perfección. «¿Un camión en el carril bici, sin señalizar, en dirección contraria... y mi padre es el responsable 100% de lo ocurrido?», censura la familia, quien busca testigos para arrojar más datos a la investigación, aunque «nadie ni nada nos va a dar lo que realmente necesitamos, que mi padre vuelva a estar con nosotros».

«Gero arte, aita»

«Nos surgen muchas dudas». Izaro describe el escenario, una carretera recta con un repecho mínimo que no intercede ni en el ritmo, ni en la visibilidad. «¿Algún coche cerró a mi padre y no pudo esquivar el camión?». Porque descartan que su aita no levantase durante 500 metros la vista. Hablamos de cerca de un minuto de trayecto. «¿El sol le deslumbró?», cuestionan. A la vez que se quejan de que una víctima tenga la responsabilidad frente a obstáculos estacionados de forma irregular en la calzada.

Aseguran que hasta la fecha, las dos únicas personas que fueron testigos son los ocupantes del camión. «Del dueño poco sabemos. Fue multado por aparcar encima del carril bici y nada más. Ni siquiera se ha puesto en contacto con la familia para decir un 'lo siento'», reprochan. «¿Será consciente de todo lo que ha ocasionado?». Después de todo este tiempo, lo que sí han podido constatar es que ese vehículo ya no ha vuelto a estacionar en la misma zona.

«Mi padre era una persona entrañable, siempre dispuesto a ayudar a los demás», describe Izaro, quien dibuja una cariñosa sonrisa al recordarle. El vacío que deja es enorme. «Mi madre está intentando sobrevivir día a día sin la compañía de la persona más importante desde los 16 años. Mis hijos echan de menos al aitona con el que solían compartir juegos. Yo, como hija, le echo mucho de menos». Confían en que alguien les pueda ayudar en esta investigación. «Gero arte, aita».

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