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R. ALBERTUS | J. ROMERO | I. ÁLVAREZ | J. GARCÍA
Domingo, 26 de diciembre 2021, 01:35
Al menos 22.000 vascos con covid han pasado la Nochebuena y la Navidad confinados en habitaciones o domicilios, sin incluir los casos diagnosticados y notificados el jueves y el viernes, que Osakidetza no hará públicos hasta mañana. Pero el aislamiento ha afectado a muchos ... más. Hay que sumar a sus contactos estrechos sin la pauta completa de vacunación y a los no inmunizados, si los tienen. A esta cantidad habría que añadir los alumnos de las aulas con algún positivo. Según los últimos datos de Educación, el lunes había 460 clases cerradas. A una media de veinte escolares por cada una, salen 9.200 pequeños. Los menores de 12 años tienen que guardar una cuarentena preventiva al no estar vacunados o solo haber recibido una dosis. Sus padres, indirectamente, también están confinados. Otras 18.400 personas. En definitiva, más de 50.000, sin contar a quienes han renunciado a cenar y comer con los suyos de forma voluntaria. En este escenario, la realidad en cada casa ha sido diferente. Entre los consultados por EL CORREO, algunos se lo han tomado con filosofía y otros lo han padecido, además de enfermos, con suma tristeza.
En todas las familias hay un momento navideño especial que suele coincidir con el de desenvolver regalos. En la Nochebuena de la familia González suele pasar algo parecido. Hasta este año. «Me hacía mucha ilusión llevar la cesta que me dan en el trabajo porque era cuando nos reuníamos todos y empezábamos a mirar lo que había. Pero ha tenido que ir mi padre a recogerla. Les dije que se la quedaran ellos», cuenta Daniel González, de 36 años. Lleva confinado desde el lunes junto a su hermano Rubén (28) y su mascota, un conejo que se llama Missie. Pasaron la Nochebuena viendo series y jugando en el ordenador y eso que Rubén tenía una entrada para una fiesta navideña. Lo que no faltó en su mesa fue el menú que había preparado «amatxu». «Nos trajo un tupper con su merluza», cuentan.
Nagore Hornas, de 20 años, estudia Trabajo Social y se encuentra confinada junto a su padre Koldo. La suya, como la de tantos otros contagiados, están siendo unas Pascuas especialmente insulsas. «He perdido el olfato y el gusto, ni siquiera pude saborear la comida de Navidad», lamenta. La familia Hornas espera llegar desconfinada a Nochevieja. Entretanto, Nagore aprovecha el tiempo para ponerse al día con los trabajos de la universidad y hacer cerámica en casa.
Claudia tenía la agenda repleta de conciertos navideños, pero lleva dos semanas confinada en casa con sus niñas y seguirá así hasta Año Nuevo. La directora del coro góspel y profesora de canto de la escuela Udaberria de Vitoria iba a cantar en el pregón de Navidad de Vitoria y en el centro de mayores de Abetxuko, pero tuvo que suspender varios compromisos. «Es una pena porque son otras 24 personas las que se quedan sin cantar y arrastras un cierto sentimiento de culpa», lamenta Morales, quien todavía arrastra secuelas por el covid y también ha tenido que cancelar unas vacaciones a la nieve.
«Es complicado estar aislados en la misma casa…», explica Rocío Rabalino, que tuvo que suspender la cena de Navidad con los suegros en Bilbao. «Solemos cenar con ellos, pero han tenido que estar solos», lamenta. «Ya nos hemos hecho a la idea de que vamos a seguir en casa hasta el 2022». La mujer se esmera en tener a los niños entretenidos para que se les haga lo más corto posible. «Estamos con las tareas del colegio, algún juego y aprovechando para hacer algunas cosas pendientes», se resigna.
«Me desperté el sábado con muchos doleres de cabeza y me extrañó, porque yo nunca tengo dolores de cabeza. Fui a cambiar el pañal de mi hija y no olía la caca. Me hice un antígeno y me dio positivo», arranca Cristina Leciñana en conversación telefónica desde Etxebarri. «Esta es la segunda Navidad que pasamos confinados. La pasada fue por contacto estrecho con un compañero de colegio de mi hijo». Cristina y los suyos tenían previsto ir al Valle de Mena. «Mi padre se viste de Olentzero y es muy especial». Por Nochebuena los niños encontraron bajo el Árbol unos libros. «Es lo único que teníamos comprado», dice Cristina. Para comer, «hemos tirado de la super cesta de Navidad que le han regalado a mi marido en el trabajo. Pero el cordero y el pescado de mi ama lo hemos echado mucho de menos».
Eduardo Maura, ex diputado de Podemos, ha pasado «un infierno» estos días a causa del covid. Residente en Madrid, tenía pensado venir a Bilbao por Nochebuena «a casa de mi madre». «Si me llegan a pillar los síntomas allí, habría sido peor», dice. En estas circunstancias, el reto ha sido «organizar una Nochebuena mínimamente agradable y una cena no muy prefabricada porque no había comida en casa. Ha sido complicado. Habrá que reivindicar los Reyes para todos los que estamos ahora cao, entonces lo daremos todo. Las Navidades de verdad empiezan en enero, estas de hora han sido para unos pocos privilegiados», bromea.
Los bilbaínos Iratxe Mingo e Iker Alday, de 43 años, no se han contagiado de covid. Sus hijas Maider, de 10 años, y Nahia, de 12, también están libres del virus. Pero la familia vio trastocados sus planes por un positivo en el aula de la pequeña. El plan original era reunirse con la madre y el hermano de Iker. «Pero al final nos hemos tenido que quedar en casita con el karaoke. Ha sido algo diferente. Les hemos echado de menos pero también lo hemos pasado bien porque no hay muchos momentos especiales a lo largo del año en los que podamos estar los cuatro solos». El menú ha sido también diferente. «Mi madre había comprado ya pescado, carne y foie. Así que se lo han tenido que comer todo ellos», cuenta Iker. «Nosotros hemos optado una 'raclette'». «Ojalá el año que viene no haya virus y podamos desquitarnos con un gran viaje, todos, a esquiar a los Alpes», señala los Mingo-Alday.
Con la familia al completo con covid, las Navidades del exportero del Athletic Gorka Iraizoz han sido «raras». Suerte que las tres pequeñas de la casa comprobaron que sí, que pese al coronavirus, Olentzero no pudo entrar en casa pero sí dejar los regalos en el jardín. «Era una de sus grandes preocupaciones desde el momento en que se supieron confinadas», señala Iraizoz. La familia tenía pensado viajar a Pamplona, donde están los padres del exportero, se hicieron las pruebas «para viajar tranquilos» yno oner en riesgo a los abuelos «y ahí supimos todo». Aún les quedan días de confinamiento, hasta el 29. «Hay que ser responsable y es lo que toca en este momento. De mayores se acordarán de esto. Con aita y ama han estado encantadas, pero tanto tiempo en casa... Han tenido sus peleas». Los amigos de la familia y sus vecinos lo han dado todo por ellos. «Nos han traído las cosas que nos faltaban hasta la puerta, todo esto nos trae cosas buenas como esta también».
«En Nochebuena iban a venir a casa mis padres y en Navidad la familia de mi mujer». Jorge Ibeas, 49 años, vacunado en verano, se ha pasado los últimos diez días apartado de todos tras ser positivo covid. El virus no ha alcanzado a su mujer y su hijo. «Estuve con dolor de cabeza y escalofríos, pero tenido catarros peores». El 'peque', Jon, de 9 años, no ha podido ir al colegio y hubo que cancelar la cita que tenía para vacunarse. Ahora tendrá que esperar ocho semanas. «El pobre ha ido empalmando tres confinamientos y ahora por Navidad tiene a su padre solo en una habitación. Lleva un mes pletórico», lamenta Ibeas. En esta familia ya no se atreven a hacer planes para fin de año. «Veremos».
Su marido y dos de sus tres hijos fueron considerados «contactos estrechos» de un positivo, explica Andere Herranz. Con este plan en casa hubo que cancelar «la comida familiar en Zalla «con la familia de mi marido, que también optó por cancelar todo», añade. «¿El encierro? Nos lo hemos tomado con filosofía. Que lo peor que nos haya pasado sea que tengamos que estar los cinco juntos por Navidad», reflexiona. «También hacemos comidas familiares en otros momentos, para los niños esta era una más. Pero mi hija mayor sí dice que por qué no nos vamos a otro país donde no haya covid», concluye.
Alfonso del Río ha estado en los últimos diez días aislado de los suyos «apretando los dientes» hasta hoy, y con cinco niños en casa; de 14, 12, 10, 6 años y un bebé de diez meses. «Ha sido complicado confinarse así, pero el asunto era lograr que ninguno de ellos acabara dando positivo en los test», apunta. «Venía familia de fuera y nos hemos perdido las primeras celebraciones, pero aún queda Navidad y ahora podré estar con la familia. Ellos seguirán aquí unos días. Prefiero haberlo pillado ahora que en agosto, en plenas vacaciones, a no ser que el covid me hubiera fastidiado todas las Navidades».
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