Allegados no eran, aunque así lo crean aún hoy muchas personas: nunca se conocieron y tampoco fueron coetáneos Jesús y los cuatro evangelistas. Ni siquiera Mateo, que suscita dudas. Escribieron éstos –o aquéllos quienes sean– sus 'buenas nuevas' varias décadas después de producirse la muerte ... del Nazareno en el calvario. Además, estas cuatro fuentes canónicas, que conforman el Nuevo Testamento con otra veintena de textos, presentan comentarios discordantes pero que enriquecen por el contrario, claro que sí, las interpretaciones y las hipótesis sobre los tiempos más remotos del Cristianismo. Que son los más desconocidos, o sea, los más fascinantes y misteriosos.
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Acerca del nacimiento de Jesús, únicamente de los cuatro evangelistas Mateo y Lucas destinan cierta atención al hecho capital que divide nuestra historia en un antes y un después. Son los que relatan igualmente algunos episodios sobre su infancia. Muy curiosa la etimología del nombre en latín de Lucas como 'portador de luz'. En línea paralela cierto es que las primitivas comunidades cristianas apenas mostraron interés y casi ninguna preocupación por el natalicio del aquel Hombre. Para la mayoría de entonces considerado como profeta o adelantado de una segunda llegada inminente de Cristo. La parusía, los estertores de la historia o de los tiempos vividos. ¡Vamos, el Juicio Final!
Como quiera que –¡gracias a Dios!– ese segundo advenimiento no se producía, tímidamente al principio y después con más vigor y proselitismo ya casi terminado el siglo II y avanzada sobre todo la tercera centuria, se comienza a mostrar interés por el natalicio humilde y anónimo ocurrido en una de las esquinas más abandonadas del imperio romano. Asombrosamente afloran por doquier relatos sobre aquel alumbramiento, otorgándose con el énfasis propio de los conversos un batiburrillo de fechas –que superaba la centena– para fijar una cronología más que fidedigna, plausible: una fecha triunfal, útil por práctica y comúnmente consensuada para el nacimiento de Jesús.
Así el aprovechamiento de la celebración pagana del 'Sol invicto', 'el sol natalicio' de los romanos, esto es, el solsticio de invierno a partir del cual el día comienza a alargarse. Renace, pues, el 'astro rey' y con él los dones de la naturaleza. Es el poder de los símbolos y sus usos inteligentes como la mejor garantía de futuro, es decir, de proyección y pervivencia para desarrollar convicciones.
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Establecida ya la fecha de Navidad el 25 de diciembre si dejamos al margen las iglesias orientales u ortodoxas, también vuelve a ser cierto que la festividad de tan señalado día tardó en celebrarse en el Occidente del viejo continente con los fastos merecidos, pero todo se iba andando. Más al salir definitivamente a la luz exterior las nuevas creencias abandonando las catacumbas, otros mundos y ritos en la clandestinidad.
Con el Edicto de Milán promulgado en el año 313 por el emperador Constantino, la nueva fe de los cristianos deja de ser perseguida, se tolera progresivamente y se difunde hasta convertirse en la religión oficial del imperio. Precisada la Natividad, no obstante, habrá que aguardar hasta 354 para asumir como fecha oficial y en exclusiva esta celebración con el papa Liberio. Se evitaban dispersiones y disputas bizantinas entre las distintas familias cristianas. En teoría.
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La Cristiandad formula bajo su signo y con un espléndido repertorio iconográfico los rasgos más definitorios de su identidad para los siglos venideros: ideas, doctrinas, dogmas, cultos, ceremonias y ritos litúrgicos con la edificación de miles de ermitas, iglesias, basílicas, monasterios, catedrales, conventos amén de otros monumentos que se extienden por todos los confines del orbe 'ad maiorem Dei gloriam'. La expansión del arte románico entre los siglos X y XIII en sucesivas oleadas con sus rutas peregrinas, y del arte gótico después, mucho más urbano e igual de internacional, marcan un camino y una obra entre la tierra y el cielo.
Otro aspecto más contemporáneo y todavía más cercano a los espíritus en esta evolución de dos mil años es esa narrativa navideña sentimental y nostálgica recogida más si cabe en círculos íntimos que surge a lo largo del XIX. El literato estadounidense Washington Irving, muy popular con 'La leyenda de Sleepy Hollow' o 'Cuentos de la Alhambra', es también quien escribe 'Vieja Navidad'. Terminará ejerciendo después de un cuarto de siglo una loable influencia en Charles Dickens con su famoso relato 'Cuento de Navidad' publicado en 1843. Y hasta hoy.
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Están las bases asentadas para el auge posterior de la Navidad entendida fraternalmente en clave más allegada que nunca, estableciéndose vínculos afectivos también al modo 'eclesial': con los miembros de una misma familia o parentela formando pequeños grupos –una gran comunidad, en verdad– en torno a tan indicada fecha del calendario: el Nacimiento que vincula a un mundo entero.
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