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Hubo un tiempo en que uno sabía que amanecía en el sur de Vitoria más por el trasiego de coches y camiones que enfilaban prontito hacia los polígonos industriales que por la luz del alba. Desde que estamos en alerta por coronavirus a los vecinos de esta parte de la ciudad nos despierta el canto aflautado de los tordos, que es como gustan los alaveses de llamar a los mirlos. ¿Por qué trinan a ese nivel de decibelios? «Es por la contaminación acústica», explica el ornitólogo y coordinador de Ataria, Gorka Belamendia. «Las aves que viven en la ciudad han modificado sus cantos y los han hecho más potentes y prolongados para contrarrestar los ruidos del tráfico». ¿Cómo si no van a cortejarse en mitad de tanto mundanal ruido?
Ocurre que en estos días de silenciosa pandemia se oyen y se ven más. Vitoria, con sus gentes confinadas y a buen recaudo, vive su primavera más salvaje. Sin humanos a la vista, los parques y las orillas de los ríos son de los conejos, corzos, zorros, azores, gavilanes, cigüeñas, topillos o nutrias que regresan a sus dominios y se pasean por lugares que hasta ahora les resultaban inhóspitos. «Ahora los que les miramos a ellos desde nuestras jaulas somo los humanos», reflexiona Belamendia. Nos acompaña en un paseo por una primavera extraña y a la vez radiante que da lo mejor de sí sin testigos humanos ni mascotas que distraigan rituales de apareamiento, cría o movimientos migratorios. Porque sólo así se explica el paseo de ese corcino hace unos días por los aledaños del estadio de fútbol de Mendizorroza o el de ese otro muerto de miedo rescatado en Molinuevo. Saltando gráciles, lejos de sus madres corzas, que según aventura Belamendia, seguro que estaban cerca.
A su juicio, estos cérvidos se mueven por algún bosque de los Montes de Vitoria e incluso podría ser por Armentia. Igual que los conejos que de vez en cuando se dejan ver también por la calle Iturritxu y alrededores.
E incluso hay jabalíes. El pasado año se dejaron ver algunos por Aretxabaleta-Gardélegui y los hubo que hasta husmearon en las basuras de Zabalgana. ¿Se acuerdan de los arqueros que les esperaban para hacer una caza selectiva en Salburua? Poco se sabe de estos cerdos salvajes este año. O la preocupación por el coronavirus les ha vuelto invisibles a los ojos humanos o hay menos.
«Las poblaciones tienen picos y valles. Han bajado mucho este año y no tengo ni idea de por qué», indica el biólogo. En los pueblos, esos otros grandes barómetros de la vida salvaje, tampoco se les ha visto demasiado. «Salen quizá un poco más a las carreteras, pero nada significativo», comentan agricultores de la Llanada Alavesa.
Están al parecer tranquilos. Hay otros mamíferos que se han atrevido incluso a ir más lejos. Las cámaras nocturnas instaladas cerca de Salburua han grabado a ginetas, tejones, ratas de agua, topillos y lechuzas a sus anchas por los humedales. Hasta las nutrias se han dejado ver. «Es un animal muy difícil de observar si no es con fototrampeo y se han visto varios ejemplares en el Anillo Verde, entre el Zadorra y el río Alegría. es una especie que amplía su territorio en busca de comida como pequeños roedores», informa Belamendia. Lástima que el visón europeo aún no sea tan atrevido como su prima la nutria y decida darse un garbeo por el parque.
Vergüenza no les sobra eso sí a las decenas de aves que sobrevuelan estos días los cielos vitorianos. Unas están empollando huevos, otras ya tienen las crías, las hay en fase de apareamiento, unas están de paso hacia el Norte, otras van al Sur, algunas se quedan a pasar una temporadita. Toda una fiesta de plumas sin mirones y perros que juegan a cazarlas.
Desde la ventana, pertrechado de prismáticos, cualquier vitoriano aficionado a las aves puede disfrutar de escenas de caza de azores y gavilanes, puede escuchar a los mirlos, picarazas y jilgueros y si vive cerca de humedales como el de la balsa de Betoño, podrá incluso ver a las garzas reales con sus polluelos, al picamaderos verde o el pico menor. «Este mes crían las águilas y los búhos reales. Los azulones y los ansareas tienen también pollos, las fochas están incubando y el picapinos está en pleno celo». «Tiene pinta de que este va a ser un buen año de cría», sostiene el ornitólogo. Y están, cómo no, las ciguëñas, que este año han reconquistado la recién restaurada torre de la iglesia de San Vicente. Cuatro parejas han plantado ya su nido junto a los relojes.
Los insectos voladores sobreviven a parachoques y catalizadores y las gramíneas (adventicias o ruderales) no tienen demasiados jardineros a la vista. Así que ni a gorriones ni a palomas les falta comida. Mientras espera la llegada de los aviones zapadores y las golondrinas a sus nidos vitorianos y se asientan collalbas y ruiseñores, Belamendia admite haberse deleitado estos días con el paso de los milanos negros y reales, alguna cigüeña negra, bisbitas y pinzones.
Es el espectáculo que la fauna ofrece cada año, pero amplificado por el coronavirus que tiene a los vitorianos en casa y la fauna y la flora menos amenazada que las otras primaveras. Y en pleno esplendor.
En su contexto
especies de aves urbanas distintas conviven en Vitoria, según el último recuento realizado por los voluntarios del programa Ciencia Ciudadana. La especie más observada fue el gorrión común, seguido del verderón común y el estornino negro.
Corzos, conejos, jabalíes, nutrias, ardillas, liebres, erizos, zorros, ginetas, murciélagos, musarañas, musgaños, comadrejas, garduñas, hurones, ratas, ratones, tejones, topillos y topos nos rodean aunque no les veamos.
No necesitan migas de pan para sobrevivir al coronavirus. Las gramíneas, los insectos, los anfibios y pequeños roedores forman parte de la dieta habitual de la fauna vitoriana y de momento hay en abundancia.
Sin coches, sin personas y sin perros. Algunos animales han paseado por las calles desiertas estos días.
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