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Más que unos espárragos cualquiera, muchísimo más que unos simples puerros, él decía, medio en broma medio en serio, que lo que vendía eran los 'Mercedes de la conserva'. Razón no le faltaba. Con un olfato finísimo para los negocios, con una de esas visiones ... que no se aprenden en ningún MBA, el tendero supo crear todo un icono de la ciudad, de una calidad tan incuestionable como las furgonetas alemanas. Víctor Fernández, el histórico propietario del ultramarinos Victofer de la Cuchillería, ha fallecido a los 90 años. El Casco Viejo de Vitoria llora a su gran tendero.
Se pasó toda una vida dando la lata, en el mejor de los sentidos posibles. Víctor Fernández tomó las riendas del negocio familiar en 1951. Sólo un caño separaba su vivienda del ultramarinos donde echaba el día junto a su esposa, Soledad Rey. Eran tiempos en los que las despensas se llenaban en los ultramarinos como el suyo y en la plaza de abastos, donde las amas de casa encontraban en su tienda de confianza todo lo que precisaban. Tras este mostrador Víctor no se limitaba a servir alubias y naranjas y lechugas a peseta y siempre supo despachar kilos de conversación y cuarto y mitad de comprensión cuando tocaba fiar a las clientas apuradas que no podían pagar la cuenta.
No se dejó amilanar por la competencia de los supermercados, que tantos negocios vitorianísimos de los de toda la vida se llevaron por delante y apostó por diferenciarse de los 2x1, de los ofertones anunciados en chillones colores fosforito. Siempre siguió el sabio consejo de su madre Beatriz Amatriain, la fundadora del negocio que abrió sus puertas en el 18 de la Cuchillería (hoy sigue abierto en el 14) en 1922: «Compra lo mejor, que lo mejor siempre se vende». Y esa máxima, esa apuesta por la calidad honesta, granjeó una tremenda fama a sus excelsas conservas, muy apreciadas tanto fuera como dentro de la ciudad.
A pesar de jubilarse, a pesar de dejar el negocio en las mejores manos, en las de sus hijos Beatriz, Estíbaliz y Sergio, era muy habitual encontrarse con el tendero en el centenario ultramarinos. Allí hoy se despacha nostalgia enlatada y tristeza embotada por la pérdida del que fue el guardián de las esencias del gran comercio vitoriano.
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